En su primera etapa evolutiva un individuo vive los acontecimientos exteriores como lo real, y estos sucesos le mueven a reacciones internas, que en ese ser son en su mayoría inconscientes. A medida que comienza a despertar la conciencia, él o ella empiezan a enfocarse simultáneamente en aquello que sienten. Pero ese sentir depende es de la interpretación de la realidad que hace su mente, de acuerdo a las creencias con las que fue programada. Por ejemplo, se juzga como bueno y favorable ser rico y famoso, a pesar de que todos los días vemos que la mayoría de los más ricos y famosos llevan una vida miserable y solitaria, con la tendencia a ahogar el hastío y la tristeza en las drogas, el alcohol y la promiscuidad sexual.
Después de permanecer mucho tiempo enredado, entre las interpretaciones que hace la mente de los sucesos exteriores y las reacciones emocionales que surgen como respuestas, este individuo llega tarde o temprano a un punto crítico en su vida, cuando se ve rodeado de hechos cada vez más amenazantes que no logra cambiar; sin embargo, internamente quiere tener la capacidad de afrontarlos con serenidad y paz interior. Ese momento es clave, porque es entonces cuando ese ser busca la ayuda de la meditación.
Entonces comienza la etapa superior del desarrollo dela conciencia. Con la meditación diaria como herramienta, se adquiere una cualidad distinta para enfocar la vida y cierta habilidad para sortear dificultades sin involucrarse con ellas. Ocurren cambios en el sistema nervioso que hacen al ser humano menos vulnerable a la ansiedad, y más abierto para escuchar la sabiduría interna de su propio cuerpo.
Cuando meditamos damos a nuestro cerebro la posibilidad de experimentarse a sí mismo. Observamos primero el flujo del pensamiento, que va encadenando ideas en una forma prodigiosa. Pero, en la medida en que nos enfocamos en seguir conscientemente la respiración, o un mantram, ese inacabable monólogo de la mente se va calmando, y comienzan a ocurrir espacios de silencio, de vacío, donde la mente ya no interviene.
Se requiere del entrenamiento diario para que la mente aprenda a calmarse y dejen de llegar pensamientos involuntarios. Esto parece una tarea fácil, pero no lo es. La turbulencia de los pensamientos incontrolados, que produce la mente, es como la estática que interfiere en las comunicaciones de radio, o televisión. Puede bloquearnos totalmente para escuchar una transmisión. Solo cuando logremos establecer un grado aceptable de silencio interior, estaremos listos para alcanzar el siguiente nivel.
El paso siguiente es la experiencia del vacío. Allí surgirán dos dificultades que tendremos que superar. El rechazo por parte de la razón y de la mente lógica, que no comprende nuestra búsqueda. Y la frustración ocasional por no poder aquietarla mente. Pueden pasar meses, tal vez años de fidelidad a la disciplina de escuchar el silencio. Luego, el día menos pensado, el espíritu universal comenzará a manifestarse y le oiremos claramente. Entonces podremos decir que, sin haber pagado ni un centavo, estaremos conectados al internet cósmico, que no necesita ni de fibra óptica, ni de modem. Porque, en la misma forma en que las células de nuestro cuerpo tienen comunicación con el cerebro, nuestra biología tiene incorporada la conexión con el Espíritu-que-Gobierna-el-Universo. Solo que esa voz sublime h abla muy quedo, y para escucharla necesitamos detener el flujo automático de los pensamientos.
Conectarnos a la red de sabiduría cósmica es el paso evolutivo que debe dar el hombre ahora. Pero ese contacto no puede hacerlo a través de religión alguna, ni de plegarias, ni de rezos. Solo en el silencio de su propio ser, en el templo de su propio cuerpo, podrá un individuo desarrollar la afinación correcta, que le permita canalizar información desde el espíritu. El día en que lo logre, dejará de percibirse como una ola solitaria perdida en la inmensidad del mar, para sentirse integrada como parte del océano.
Después de permanecer mucho tiempo enredado, entre las interpretaciones que hace la mente de los sucesos exteriores y las reacciones emocionales que surgen como respuestas, este individuo llega tarde o temprano a un punto crítico en su vida, cuando se ve rodeado de hechos cada vez más amenazantes que no logra cambiar; sin embargo, internamente quiere tener la capacidad de afrontarlos con serenidad y paz interior. Ese momento es clave, porque es entonces cuando ese ser busca la ayuda de la meditación.
Entonces comienza la etapa superior del desarrollo de
Cuando meditamos damos a nuestro cerebro la posibilidad de experimentarse a sí mismo. Observamos primero el flujo del pensamiento, que va encadenando ideas en una forma prodigiosa. Pero, en la medida en que nos enfocamos en seguir conscientemente la respiración, o un mantram, ese inacabable monólogo de la mente se va calmando, y comienzan a ocurrir espacios de silencio, de vacío, donde la mente ya no interviene.
Se requiere del entrenamiento diario para que la mente aprenda a calmarse y dejen de llegar pensamientos involuntarios. Esto parece una tarea fácil, pero no lo es. La turbulencia de los pensamientos incontrolados, que produce la mente, es como la estática que interfiere en las comunicaciones de radio, o televisión. Puede bloquearnos totalmente para escuchar una transmisión. Solo cuando logremos establecer un grado aceptable de silencio interior, estaremos listos para alcanzar el siguiente nivel.
El paso siguiente es la experiencia del vacío. Allí surgirán dos dificultades que tendremos que superar. El rechazo por parte de la razón y de la mente lógica, que no comprende nuestra búsqueda. Y la frustración ocasional por no poder aquietar
Conectarnos a la red de sabiduría cósmica es el paso evolutivo que debe dar el hombre ahora. Pero ese contacto no puede hacerlo a través de religión alguna, ni de plegarias, ni de rezos. Solo en el silencio de su propio ser, en el templo de su propio cuerpo, podrá un individuo desarrollar la afinación correcta, que le permita canalizar información desde el espíritu. El día en que lo logre, dejará de percibirse como una ola solitaria perdida en la inmensidad del mar, para sentirse integrada como parte del océano.
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