1ª EL EJÉRCITO ALEMÁN HA A SIDO APUÑALADO
POR LA ESPALDA
Paul Von Hindenburg (1847---1934)
La
desfachatez triunfal, a menos así fue en el caso de Paul von Hindenburg. Nadie
guardó con tanto decoro, habiendo cometido tantos errores y delitos políticos
como él. En lugar de ensuciarse con los asuntos que él mismo había contribuido
ha enturbiar, salía siempre de ellos adornado con mayor lustre. ¿Cómo conseguía
este mi logro? Simplemente, cargando las culpas a otros. Y es que, ¿Quién iba a
dudar del héroe? Además de mostró un gran talento para encontrar cabeza de
turco que encajarán perfectamente en la idea que la opinión pública alemana se
había formado de los acontecimientos de aquella época.
Hinderburg luchó en 1886 en la batalla de
koniggratz a las órdenes de Molke y se
retiró del ejército en 1991, a los 63 años de edad. Al comenzar la primera
guerra mundial se reincorporó como comandante en jefe del 8º Ejército que se
encontraba en el frente oriental. Hacía más de cuarenta años que no participaba
en ninguna batalla, desde que en 1870 había luchado en Sedán en el marco de la
guerra franco—prusiana. En las siguientes décadas de su carrera no hubo ninguna
otra guerra, y en 1903 fue ascendido a general. Sin embargo en los últimos días
de agosto del primer año de la Gran Guerra, se convirtió en un héroe en la
batalla de Tannenberg, Bajo su mando el ejército alemán aniquiló a las tropas
rusas y desde entonces fue conocido como el “Vencedor de Tannenberg”. En
noviembre fue nombrado mariscal del campo y obtuvo el mando de todas las tropas
alemanas desplegadas en el frente oriental. En 1916, cuando la guerra ya tomaba
un mal cariz para los alemanes, entró a formar parte del Estado Mayor junto
Erich Ludendorff.
Actuando
como una especie de gobierno a la sombra
Hindenburg
y Ludendorff torpedearon todos los intentos de reforma del canciller Theobald
von Bethman Hollweg, quien trató de reforzar la democracia parlamentaria
mediante un acuerdo con la izquierda y la abolición de la ley electoral prusiana
de las tres clases, en virtud de la cual el estamento de los ricos, muy
pequeños en número, tenía el mismo poder de decisión que las mucho más
numerosas clases pobres. También destruyeron los planes de paz del canciller al
ordenar la “guerra total” submarina Cuando Betmann Hollweg intentó imponer su
conjunto de reformas en el parlamento, amenazaron con dimitir. En julio de 1917 Bethmann
Hollweg fue destruido.
En los meses que transcurrieron
hasta el final de la guerra, durante los cuales todavía llegaron y se fueron
tres cancilleres más, la dirección política ya no recuperó el poder. Hindenburg
y Ludendorff, los cuales gobernaron con poderes casi ilimitados, se aferraron
al objetivo de la “paz victoriosa”. Después de que en la primavera de 1918 hubiera fracasado la gran ofensiva en
el oeste, el 29 de septiembre de ese año cambiaron de estrategia y reclamaron
el inicio de las negociaciones de paz y el establecimiento de un gobierno
parlamentario en el Reich. Hindenburg recomendó al Káiser Guillermo II –cuya
incapacidad le había hecho perder la estimación popular –que abandonará Berlín.
Guillermo ll –cuya incapacidad le había hecho perder la estimación popular –que
abandonará Berlín. Guillermo II huyó primero el cuartel general del ejército en
Spa y luego a Holanda. Konrad Adenauer, entonces el alcalde más joven de una
gran ciudad alemana después de que el káiser le hubiese otorgado ese cargo para
Colonia en 1917 y
que décadas más tarde sería el primer canciller de la República Federal de
Alemania, dijo en 1919 que
el ejército alemán, que “se había batido con denuedo” sufrió un último y
terrible golpe con la “inexplicable, ignominiosa y funesta huída de su jefe
supremo, el Káiser Guillermo”.
Hindenburg, ante el carácter inevitable de la
catástrofe militar, insistió para que se firmara el tratado de armisticio, pero
tuvo cuidado de mantenerse al margen de las negociaciones, ardua e ingrata
tarea que dejó para los políticos. Así, fue el político de centro Matthia
Erzberger en calidad de jefe de la delegación alemana, aceptó la humillación de
las condiciones aliadas y firmó el armisticio el 11 de noviembre de 1918. En adelante Hindenburg que aceptó el
armisticio después de que Erzberger le hubiese su pedido su aprobación, logró ocultar
el papel que había desempeñado en todo el asunto del tratado. Rápidamente se
puso al lado de la extrema derecha, presta a difamar no sólo a los comunistas,
sino también a los socialdemócratas y liberales, tildándolos de “traidores de
noviembre” y atribuyéndoles las responsabilidad del oprobioso final de la
guerra. Con ello aludían a la revolución de noviembre la cual, sin embargo, se
había producido mucho después de que Hinderburg y Ludendorff hubieran
reconocido la derrota ante el káiser. También se corrió un velo sobre la
circunstancia de que de que el 2 de de octubre de l918 el Alto Mando del
ejército ya había informado de la derrota militar a los jefes de los partidos.
Hindenburg,
que no participó en las negociaciones de paz, todavía ocupó el Alto Mando del ejército durante
algunos meses. Fue él quien dio la orden de que los soldados volvieran a la
patria para sofocar los disturbios que se estaban produciendo en las calles, y
dimitió el julio de l919, cuando se firmó el tratado de Versalles. El 19 de
noviembre la comisión parlamentaria de investigación le preguntó por las causas
de la debacle alemán, causas que la derecha y los militares hacia tiempo que
buscaban en la política interior. Entonces Hindenburg no dijo lo que él y Ludendorff,
no habían reconocido ante káiser el 14 agosto de 1918 a saber que la causa de
la derrota había radicado en la superioridad militar y económica del enemigo;
sino que habló de una artera y metódica “erosión de la marina y del ejército” y
terminó con una frase célebre en la que aludió a una declaración de un general
británico: “El ejército alemán ha sido apuñalado por la espalda”. Con estas
palabras Hindenburg dio pie a la Dolchstosslegende (la “leyenda de la puñalada
por la espalda´)
La palabra puñalada ya había aparecido en la prensa
de de derecha, pero la frase a la que se remitió Hindenburg procedía
supuestamente del jefe de la misión militar británica en Berlín, el general
Neill Malcolm. Al parecer, ante un comentario de Ludendorff acerca de la
actitud del gobierno y la población alemana respecto a la cuestión del
armisticio, Malcolm había preguntado: “You mean that you were statbed in the
back?” (¿Sugiere usted que les apuñalaron por la espalda?). La propia leyenda
de la puñalada por la espalda procede probablemente de un corresponsal del Neue
Zurcher Zeitung, que citó las siguientes palabras del general británico
Frederick Maurice: “En lo que respecta al ejército alemán, la opinión general
puede resumirse con los siguientes frase: la población civil La autoridad de Hindenburg, su fama de
general intachable y de héroe de Tannemberg, dio relumbrón a la palabra
puñalada, leyenda que encontró un terreno abonado en la desolación que azotaba
a Alemania. Los alemanes, que reprimieron la derrota, se creían legitimados para
negociar de igual a igual con las demás potencias empecinados como estaban en
afirmar que el soldado alemán no había sido derrotado en el campo de batalla.
Esta actitud encontró adepto incluso en las filas del SPD. Así, el nuevo
presidente del Reich, el socialdemócrata Fredrich Ebert, proclamó ante los
soldados que regresaban a la patria: “Kein Feind hat euch uberwuden!” (“¡Ningún
enemigo os ha vencido!”. Todo el mundo lo sabía: simplemente se había
abandonado la lucha.
Ahora bien
¿por qué se había dejado de luchar? ¿Quién tenía la culpa? No sólo la derecha
se planteaba esta pregunta. Sino que n encontraron a los culpables en el
parlamento; Para ser más precisos, en las fuerzas de izquierda y liberales. La
opinión predominante era que éstos no habían prestado el suficiente apoyo a los
soldados del frente.
La leyenda
de la puñalada por la espalda no sólo se convirtió en instrumento de
justificación de los militares alemanes que en 1914 empujaron a la nación a la
guerra, sino que también fue una espina venenosa clavada en la carne de la
joven República de Weimar. Las condiciones del tratado de Versalles, que amén
de ser humillantes representaron una pesada carga para la depauperada economía alemana , hicieron que se
intensificará el odio contra aquellos que supuestamente habían asestado la
puñalada por la espalda al ejército alemán. Sobre todo los partidos de extrema
derecha, el Partido Nacional Popular Alemán (DNVP, del alemán Deutschnationale
Volsspartei) y el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP,
Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei), echaron mano de esta leyenda
con el fin de desgastar el gobierno democrático.
Hindenburg salió airoso de toda la catástrofe. En los años de posguerra
su figura imponente fue como la encarnacir ningón de la indomable fuerza
prusiana y alemana: su aureola de jefe y su
mito eran intocables. Una figura tan preclara no debía rebajarse a
solicitar cargo, sino que estos se le tenían que ofrecer: así sucedió en 1925.
Cuando los partidos de la derecha lo convencieron para que se presentara como
candidato a la elección del presidente del Reich, Hindenburg ya tenía setenta y
siete años. En abril fue elegido segundo presidente de la República y, a pesar
de su convección monárquica, juró lealtad a la constitución de Wimar. Como se
ciñó a ella en el desempeño de su cargo,
pronto fue aceptado por la mayoría de los partidos democráticos; con todo, nunca defendió a la débil y poco popular República
de Wimar. Ya anciano cometió su último error cuando siendo presidente, en enero
de 1933 nombró canciller de Reich a Adolf Hitler, quien a la postre fue el gran
beneficiado de la leyenda de la puñalada
por la espalda
No hay comentarios:
Publicar un comentario