martes, 30 de octubre de 2012

EL INFIERNO SON LOS OTROS


Jean-Paul Sartre (1905—1980)

El hombre está solo en el mundo, esto nos pasa a todos, pero fue un tema central en la época en que vivió Jean-Paul Sartre. Para el propio Sartre éste fue un tema de su vida. Vivió dos guerra mundiales, la primera de niño y la segunda de adulto. En la primera guerra mundial el ejército francés pudo resistir los embates de las tropas alemanas, pero en 1940 los Panzer alemanes tomaron el país y derribaron la república. El viejo orden quedó reducido a la nada y muchas de las personas de la generación de Sartre se preguntaron qué podía hacer el hombre, sólo como está, cuando se queda huérfano de todo orden y orientación.

Cuando servía como soldado en la segunda guerra mundial fue hecho prisionero por los alemanes, y leyó el libro de un filósofo alemán que había vendido su alma al nacionalismo: Sein und Zeit (Ser y Tiempo) de Martin Heidegger. Ya en los años veinte esta obra había agitado la filosofía en Alemania y actualmente se la considera una de las obras filosóficas más influyentes del siglo XX. En el lenguaje hermético, Heidegger se planteaba la pregunta por la existencia del hombre por su ser en el mundo, de una forma nueva y totalmente distinta. Para Heidegger, toda la filosofía anterior no había ido los suficientemente lejos al plantearse la pregunta por el sentido del ser, en la búsqueda de una respuesta, afirmó que la existencia era el lugar en el que se adquiría el conocimiento. Según Heidegger, el hombre aprende el sentido de su ser mediante el conocimiento de la finitud de su existencia, combinado con el de su---en fórmula de Heidegger—“estar arrojado” (Geworfenheit) en el tiempo, en la sociedad.

El pensamiento de Heiddegger causó una honda impresión en Sartre, quien a partir de la filosofía del alemán sacó sus propias conclusiones sobre el ser. Sobre todo, Sartre se planteó la cuestión de las posibilidades de que dispppía el ser humano en su existencia. El libro de Sartre inspirado en Heidegger, el ser y la nada, apareció 1943, o sea en la época de la ocupación alemana de Francia, y se convirtió (n su obra fundamental.

Según Sartre, el hombre con independencia del lugar o el momento en que haya nacido, está condenando al mero ser, un ser que para Sartre consta de dos partes. Por un lado, existe la conciencia del hombre el ser—para sí) es consciente de su propia existencia, pero esta siempre buscando su propia. Debe dar una forma, una esencia, a su existencia, o como lo formuló Sartre “ La existencia precede a la esencia”.

Sartre creía que, en el fondo, el hombre intenta constantemente llenar los huecos en su existencia entre el ser-para-sí y el ser-en-sí. Lo hace con sus decisiones, lo que significa que el hombre debe tomar decisiones durante toda su vida (aunque sólo se la de no tomar decisiones). Esta infinita compulsión a la decisión es la definición de Sartre de la libertad exisgtencial (“el hombre está condenado a la libertad”) A ello se añade que el hombre un su angustia y desamparo, se siente tentado a percibir un ser en-si concreto como una identidad completa. Pero entonces cae, en palabras de Sartre, en un estado de deshonestidad “, estado que no abandona hasta que no asume la carga de su permanente libertad de decisión y la responsabilidad consiguiente; sólo de esta manera, a juicio de Sartre, alcanza el hombre la “autoridad”.

Con su sistema filosófico, Sartre fue considerado junto a Albert Camus como la figura principal del existencialismo francés. Ambos consiguieron algo muy poco frecuente en la historia de la filosofía: transmitir sus ideas de forma literaria, comunicarlas al público bajo especie de relatos, novelas y obras de teatro. Ambos se ganaron el sustento vital como escritores independientes. Albert Camus recibió el premio Nobel de literatura en 1957, premio que en 1964 rechazó Sartre que para entonces se había convertido en un ídolo para la intelectualidad del mundo entero. Por su figura, Sartre no daba ni mucho menos el tipo de una estrella: de corta estatura, ojos saltones tras gafas de grueso cristal, labio inferior befo, fumador empedernido, con los dedos marrones de tabaco. Pero precisamente él forjó la imagen del intelectual hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Con su compañera Simone de Beauvoir, figura tan brillante como él, vivieron la mayor parte de su vida en común en habitaciones de hotel. Su relación poco convencional, compatible con las libertades amorosas que se tomó cada uno de ellos, significaba una forma de convivencia totalmente nueva y se convirtió en el modelo para muchas personas de aquella época. Sartre se comprometió con la izquierda política, y su colaboración con los comunistas franceses y su simpatía con la Unión Soviética provocaron la ruptura con Camus.

En 1944 Sartre escribió la obra de teatro Huis clos (A puerta cerrada), que se estrenó ese mismo año. En esta obra dos mujeres y un hombre, después de morir se vuelven a encontrar en un espacio cerrado. Consciente de sus acciones pasadas, saben que van a ir al infierno y ahora esperan los consabidos dolores y tormentos. Sin embargo, estos no llegan; en lugar de ello se dan cuenta de forma gradual de que cada uno de ellos es un estorbo para los demás. Ni pueden matarse entre ellos, pues ya están muertos, ni pueden escapar de la habitación. Al final el hombre declara que ya no deben esperar más al infierno, pues ya están allí. Es verdad que ya habían esperado “el azufre, la hoguera, la parrilla”, pero ahora lo ven claro: “’Pas besoin de gril, l’enfer,c’est les autres” (“No hay necesidad de parrillas; el infierno son los otros”).

“El infierno son los otros”: con esta frase resumió Sartre la inquietud que, a au juicio produce el para-sí del individuo cuando se encuentra con otros hombres, ya que al igual que los protagonistas de Huis clos, todos los seres humanos, desde la perspectiva de su para-si, ven a los otros como un en-sí, esto es, no como un sujeto, sino como un objeto y, por lo tanto, no lo conocen. Ahora bien, como no conocemos a los otros, no nos conocemos a sotros mismos. Esta dependencia de los otros lleva a la conclusión que el infierno son los otros”.

Sartre sólo veía una salida: el individuo se ha ce independiente cuando se esfuerza por alcanzar la autenticidad. Sólo entonces podrá encontrarse libremente con los otros. La condición esencial para el éxito de esta convivencia es que los otros también aspiren a su vez a la autenticidad, lo que en la práctica significa ante todo que dejen espacio libre al otro, lo que Sartre y su compañera Simone de Beauvoir intentaron llevar a la práctica con más o menos éxito.

Al final de la pieza dramática de Sartre, después de que los tres personajes hayan intentado escapar de la habitación, se abre una puerta, pero en vez de aprovechar esta ocasión para coger el camino de la libertad posible e incierta, optan por quedarse en la habitación, permanecen en su existencia



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