lunes, 14 de febrero de 2011


Madeleine
∙ 05 ∙
El pecado existe tan solo en función del un dedo acusador que juzga.
Y ese dedo no tiene nada de divino; procede de una humanidad
que avanza a tientas por las dimensiones de la dualidad; pertenece
a un juego de reglamentos y leyes inventadas por la divagación del alma.
El pecado os hace mover dentro de la culpabilidad, colectiva e individual.
Y esta culpa adquirida también tiene una función: bloquear el inconsciente. Olvidar
quiénes sois.
Parece que nacéis con una deuda por pagar (el supuesto pecado original…) y además
les dais este legado a vuestros descendientes. Hagáis lo que hagáis, parece que
siempre vivís en ruptura con lo divino.
Y esa es la principal fuente del sufrimiento.
La culpa es la mejor fuerza para inculcar terribles frustraciones y miedos,
para evitar o limitar la capacidad de evolucionar, de explorar y de ascender.
Si no se trasciende ya ese antiguo código del pecado original,
el primer y determinante pecado de ‘usar nuestro libre albedrío’,
el resto de pequeñas culpas humanas no pueden descodificarse,
pues todas proceden de ese antiguo código de culpabilidad
por haberse separado del Creador.
Sin embargo, fue él quien creó este camino de exploración y libertad.
La libertad es tan inmensa que incluso tenemos la posibilidad de revelarnos,
de explorar caminos difíciles, tenemos el derecho de equivocarnos, de buscar.
Jamás olvidéis que no existe el dedo que juzga. No sois culpables…

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