lunes, 14 de febrero de 2011


Madeleine
∙ 06 ∙
El alma es un principio que siempre encierra la chispa del origen. Estemos en el nivel
evolutivo que estemos, siempre hay una chispa candente en el interior. Descender a
este plano de la existencia humana nos sitúa frente a ciertas trampas en las que
caemos a menudo; es como si fuera un juego.
En el proceso de caída o densificación, nos vamos deteniendo en distintos planos
vibratorios, como si fueran peldaños, o distintas habitaciones de una misma casa, y los
exploramos. Al explorarlos vemos si estamos o no en sintonía con el lugar, vemos si
nos gusta o no, sentimos si nos corresponde.
La rebeldía existe gracias al libre albedrío. Tenemos derecho a la rebeldía porque
somos libres de explorar y viajar, libres de equivocarnos, libres para sufrir y para gozar.
La rebeldía es a menudo necesaria para encontrar tu verdadero y peculiar camino, tu
lugar de sintonía y plenitud.
Sin embargo, cuando asciendes, el alma contempla cada vez con más ecuanimidad
todos esos universos explorados, todos los mundos que uno mismo ha inventado en el
pasado, y que forman parte de tu alma trabajada. El alma madura que observa,
discierne y evalúa, no precisa ya la rebeldía porque honra todos y cada uno de los
pasos, los estados y sintonías, pues todas ellas te condujeron a encontrar tu
frecuencia.
Los distintos estados de conciencia y niveles evolutivos son simplemente puntos de
referencia para captar mejor o peor cada obstáculo y la propia Realidad.
Y la gratitud por todo lo vivido, todo, es otra manifestación del proceso de ascensión.
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