El gran Jefe de Washington nos envió un mensaje
diciendo que deseaba comprar nuestra tierra.
El Gran Jefe también nos envió palabras de
amistad y de buena voluntad. Es una señal
amistosa por su parte, pues sabemos que no
necesita nuestra amistad.
Pero vamos a considerar su oferta, porque
sabemos que si no se la vendemos, quizá el
hombre blanco venga con sus armas y se apodere
de nuestra Tierra. Quién puede comprar o vender
el Cielo o el calor de la Tierra?
No podemos imaginar esto si nosotros no somos
dueños del frescor del aire, ni del brillo del
agua. Cómo él podría comprárnosla? Trataremos
de tomar una decisión.
Según lo que el Gran Jefe Seattle diga el Gran
Jefe en Washington puede dejarlo, del mismo
modo que nuestro hermano blanco en el
transcurso de las estaciones puede dejarlo.
Mis palabras son como las estrellas, nunca se
extinguen. Cada parte de esta tierra es sagrada
para mi pueblo, cada brillante aguja de un
abeto, cada playa de arena, cada niebla en el
oscuro bosque, cada claro del bosque, cada
insecto que zumba es sagrado, para el pensar y
el sentir de mi pueblo. La savia que sube por
los árboles, trae el recuerdo del Piel Roja.
Los muertos de los blancos olvidan la Tierra en
que nacieron, cuando desaparecen para vagar por
las estrellas. Nuestros muertos nunca olvidan
esta maravillosa Tierra, pues es la madre del
Piel Roja. Nosotros somos una parte de la
Tierra, y ella es una parte de nosotros. Las
olorosas flores son nuestras hermanas, el
ciervo, el caballo, la gran águila, son
nuestros hermanos. Las rocosas alturas, las
suaves praderas, el cuerpo ardoroso del potro y
del hombre, todos pertenecen a la misma
familia.
envió el recado de que quería comprar nuestra
Tierra, exigía demasiado de nosotros.
El Gran Jefe nos comunicaba que quería darnos
un lugar, donde pudiéramos vivir cómodamente.
El sería nuestro padre, y nosotros seríamos sus
hijos. Pero, será posible esto alguna vez? Dios
ama a vuestro pueblo, y ha abandonado a sus
hijos rojos.
El ha enviado máquinas para ayudar al hombre
blanco en su trabajo, y construye para él
grandes pueblos. El hace que vuestra gente cada
vez sea más poderosa, día tras día. Pronto
invadiréis la Tierra, como ríos que se
desbordan desde las gargantas montañosas por
una inesperada lluvia.
Mi pueblo es como una corriente desbordada,
pero sin retorno. No, nosotros somos de razas
diferentes. Nuestros hijos no juegan juntos, y
nuestros ancianos no cuentan las mismas
historias. Dios os es favorable, y nosotros
estamos como huérfanos.
Meditaremos sobre vuestra oferta de comprarnos
la Tierra. No será fácil, porque esta Tierra es
sagrada para nosotros. Nos sentimos alegres en
este bosque. No sé por qué, pero nuestra forma
de vivir es diferente de la vuestra.
El agua cristalina, que brilla en arroyos y
ríos, no es sólo agua, sino la sangre de
nuestros antepasados. Si os vendemos nuestra
Tierra, habéis de saber que es sagrada, y que
vuestros hijos aprendan que es sagrada, y que
todos los pasajeros reflejos en las claras
aguas son los acontecimientos y tradiciones que
refiere mi pueblo.
El murmullo del agua es la voz de mis
antepasados. Los ríos son nuestros hermanos,
ellos apagan nuestra sed. Los ríos llevan
nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.
Si vendiésemos nuestra tierra tenéis que
acordaros, y enseñar a vuestros hijos que los
ríos son nuestros hermanos −y los vuestros−, y
que tendréis desde ahora que dar vuestros
bienes a los ríos así como a otros de vuestros
hermanos.
El Piel Roja siempre se ha apartado del
exigente hombre blanco, igual que la niebla
matinal en los montes cede ante el sol
naciente. Pero las cenizas de nuestros
antepasados, sus tumbas, son tierra santa, y
por eso estas colinas, estos árboles, esta
parte de la Tierra, nos es sagrada.
Sabemos que el hombre blanco no comprende
nuestra manera de pensar. Para él una parte de
la Tierra es igual a otra, pues él es un
extraño que llega de noche y se apodera en la
Tierra de lo que necesita.
La Tierra no es su hermana, sino su enemiga, y
cuando la ha conquistado, cabalga de nuevo.
Abandona la tumba de sus antepasados y no le
importa. El roba la Tierra de sus hijos, y no
le importa nada. El olvida las tumbas de sus
padres, y los derechos de nacimiento de sus
hijos. Trata a su madre, la Tierra, y a su
hermano, el Cielo, como cosas que se pueden
comprar y arrebatar, y que se pueden vender,
como ovejas o perlas brillantes.
Hambriento, se tragará la tierra, y no dejará
nada, sólo un desierto.
No sé, pero nuestra forma de ser, es diferente
de la vuestra.
La vista de vuestras ciudades hace daño a los
ojos del Piel Roja. Quizá porque el Piel Roja
es un salvaje y no lo comprende.
No hay silencio alguno en las ciudades de los
blancos, no hay ningún lugar donde se pueda oír
crecer las hojas en primavera y el zumbido de
los insectos.
Pero quizá es porque yo sólo soy un salvaje, y
no entiendo nada.
La charlatanería sólo daña a nuestros oídos.
Qué es la vida si no se puede oir el grito
solitario del pájaro chotacabras, o el croar de
las ranas en el lago al anochecer?
Yo soy un Piel Roja y no entiendo esto.
El indio puede sentir el suave susurro del
viento, que sopla sobre la superficie del lago,
y el soplo del viento limpio por la lluvia
matinal, o cargado de la fragancia de los
pinos.
pues todas las cosas participan del mismo
aliento: el animal, el árbol, el hombre, todos
participan del mismo aliento. El hombre blanco
parece no considerar el aire que respira; a
semejanza de un hombre que está muerto desde
hace varios días y está embotado contra el
hedor.
Pero si os vendemos nuestra Tierra no olvidéis
que tenemos el aire en gran valor; que el aire
comparte su espíritu con la vida entera. El
viento dió a nuestros padres el primer aliento,
y recibe el último hálito. Y el viento también
insuflará a nuestros hijos la vida. Y si os
vendiéramos nuestra Tierra, tendríais que
cuidarla como un tesoro, como un lugar donde
también el hombre blanco sepa que el viento
sopla suavemente sobre las flores de la
pradera.
Yo soy un salvaje, y es así como entiendo las
cosas. He visto mil bisontes putrefactos,
abandonados por el hombre blanco. Los mataron
desde un convoy que pasaba.
Yo soy un salvaje y no puedo comprender cómo el
caballo de hierro que echa humo, es más
poderoso que el búfalo, al que sólo matamos
para conservar la vida.
Qué es el hombre sin animales? Si todos los
animales desapareciesen el hombre también
moriría, por la gran soledad de su espíritu.
Lo que les suceda a los animales, luego,
también les sucede a los hombres. Todas las
cosas están estrechamente unidas.
Lo que le acaece a la Tierra también les acaece
a los hijos de la Tierra.
Tenéis que enseñar a vuestros hijos que el
suelo que está bajo sus pies tiene las cenizas
de nuestros antepasados.
Para que respeten la Tierra, contadles que la
Tierra contiene las almas de nuestros
antepasados. Enseñad a vuestros hijos lo que
nosotros enseñamos a los nuestros: que la
Tierra es nuestra madre.
Lo que le acaece a la Tierra, les acaece
también a los hijos de la Tierra. Cuando los
hombres escupen a la Tierra, se están
escupiendo a sí mismos. Pues nosotros sabemos
que la Tierra no pertenece a los hombres, que
el hombre pertenece a la Tierra. Eso lo sabemos
muy bien. Todo está unido entre sí, como la
sangre que une a una misma familia. Todo está
unido.
Lo que le acaece a la Tierra les acaece,
también, a los hijos de la Tierra.
El hombre no creó el tejido de la vida, sólo es
una hilacha. Lo que hagáis a este tejido, os lo
hacéis a vosotros mismos. No, el día y la noche
no pueden vivir juntos.
Nuestros muertos siguen viviendo en los dulces
ríos de la Tierra, y regresan de nuevo con el
suave paso de la Primavera, y su alma va con el
viento, que sopla rizando la superficie del
lago.
Consideraremos la posibilidad de que el hombre
blanco nos compre nuestra Tierra.
Pero mi pueblo pregunta: Qué es lo que quiere
el hombre blanco? Cómo se puede comprar el
Cielo, o el calor de la Tierra, o la velocidad
del antílope?
Cómo vamos a venderos esas cosas y cómo vais a
poder comprarlas? Es que, acaso, podréis hacer
con la Tierra lo que queráis, sólo porque un
Piel Roja firme un pedazo de papel y se lo dé
al hombre blanco?
Si nosotros no poseemos el frescor del aire, ni
el brillo del agua, cómo vais a poder
comprárnoslo?
Es que, acaso, podéis comprar los búfalos
cuando ya habéis matado al último?
Consideraremos vuestra oferta. Sabemos que si
no os la vendemos vendrá el hombre blanco y se
apoderará de nuestra Tierra. Pero nosotros
somos unos salvajes.
El hombre blanco que va en pos de la posesión
del poder ya se cree que es Dios, al que le
pertenece la Tierra. Cómo puede un hombre
apoderarse de su madre?
Consideraremos vuestra oferta de comprar
nuestra Tierra. El día y la noche no pueden
vivir juntos.
una reserva. Queremos vivir aparte y en paz. No
importa dónde pasemos el resto de nuestros
días.
Nuestros hijos verán a sus padres sumisos y
vencidos. Nuestros guerreros estarán
avergonzados
Después de la derrota pasarán sus días en la
holganza, y envenenarán sus cuerpos con dulces
comidas y fuertes bebidas.
No importa dónde pasemos el resto de nuestros
días. No quedan ya muchos. Sólo algunas horas,
un par de inviernos, y no quedará ningún hijo
de la gran estirpe que en otros tiempos vivió
en esta Tierra, y que ahora en pequeños grupos
viven dispersos por el bosque, para gemir sobre
las tumbas de su pueblo, que en otro tiempo fue
tan poderoso y lleno de esperanza como el
vuestro.
Pero, por qué consternarse por la desaparición
de un pueblo? Los pueblos están constituidos
por hombres. Es así. Los hombres aparecen y
desaparecen como las olas del mar. Ni siquiera
el hombre blanco, cuyo Dios camina a su lado, y
habla con él, como el amigo con el amigo, puede
librarse del común destino. Quizá seamos
hermanos. Esperamos verlo.
Sólo sabemos una cosa que quizá un día el
hombre blanco también descubra, y es que
nuestro Dios, es el mismo Dios suyo. Vosotros,
quizá, pensáis que le poseéis −igual que
tratáis de poseer nuestra Tierra−, pero no
podéis. Es el Dios de todos los hombres, lo
mismo de los Pieles Rojas que de los blancos.
Aprecia mucho esta Tierra y el que atente
contra ella significa que desprecia a su
Creador.
También los blancos desaparecerán, y quizá
antes que otras estirpes.
Continuad contaminando vuestro lecho y una
noche moriréis en vuestra propia cama. Pero al
desaparecer brillaréis por el fuego del
poderoso Dios, que os trajo a esta Tierra, y
que os destinó a dominar al Piel Roja en esta
Tierra.
Este destino es para nosotros un enigma. Cuando
todos los búfalos hayan muerto, los caballos
secreto del bosque haya sido invadido por el
ruido de muchos hombres, y la visión de las
colinas esté manchada por los alambres
parlantes, cuando desaparezca la espesura, y el
águila se haya ido, esto significará decir
adiós al veloz potro y a la caza.
El final de la vida y el comienzo de la otra
vida. Dios os concedió el dominio sobre los
animales, los bosques y los Pieles Rojas por un
determinado motivo. Y este motivo es un enigma
para nosotros.
Quizá podríamos comprenderlo si supiésemos qué
es lo que sueña el hombre blanco, qué ideales
les ofrece a los hijos en las largas noches
invernales, y qué visiones arden en su
imaginación, hacia las que tienden el día de
mañana.
Pero nosotros somos salvajes, los sueños del
hombre blanco nos están ocultos, y porque nos
están ocultos nosotros vamos a seguir nuestro
propio camino.
Pues, ante todo, nosotros estimamos el derecho
que tiene cada ser humano a vivir tal como
desea, aunque sea de modo muy diverso al de sus
hermanos. No es mucho lo que nos une.
Consideraremos vuestra oferta. Si aceptamos es
sólo por asegurarnos la reserva que habéis
prometido. Quizá allí podamos acabar los pocos
días que nos quedan viviendo a nuestra manera.
Cuando el último Piel Roja de esta Tierra
desaparezca y su recuerdo sea solamente la
sombra de una nube sobre la pradera, todavía
estará vivo el espíritu de mis antepasados en
estas orillas y estos bosques.
Pues ellos amaban esta Tierra, como ama el
recién nacido el latido del corazón de su
madre.
Si os llegáramos a vender nuestra Tierra,
amadla, como nosotros la hemos amado.
Cuidad de ella, como nosotros la cuidamos, y
conservad el recuerdo de esta Tierra tal como
os la entregamos.
Y con todas vuestras fuerzas, vuestro espíritu
y vuestro corazón, conservadla para vuestros
hijos, y amadla, tal como Dios nos ama a todos.
Pues hay algo que sabemos, que Dios es el mismo
Dios.
Esta Tierra es sagrada para El. Ni siquiera el
hombre blanco se puede librar del destino
común.
Quizá somos hermanos. Esperamos verlo.
diciendo que deseaba comprar nuestra tierra.
El Gran Jefe también nos envió palabras de
amistad y de buena voluntad. Es una señal
amistosa por su parte, pues sabemos que no
necesita nuestra amistad.
Pero vamos a considerar su oferta, porque
sabemos que si no se la vendemos, quizá el
hombre blanco venga con sus armas y se apodere
de nuestra Tierra. Quién puede comprar o vender
el Cielo o el calor de la Tierra?
No podemos imaginar esto si nosotros no somos
dueños del frescor del aire, ni del brillo del
agua. Cómo él podría comprárnosla? Trataremos
de tomar una decisión.
Según lo que el Gran Jefe Seattle diga el Gran
Jefe en Washington puede dejarlo, del mismo
modo que nuestro hermano blanco en el
transcurso de las estaciones puede dejarlo.
Mis palabras son como las estrellas, nunca se
extinguen. Cada parte de esta tierra es sagrada
para mi pueblo, cada brillante aguja de un
abeto, cada playa de arena, cada niebla en el
oscuro bosque, cada claro del bosque, cada
insecto que zumba es sagrado, para el pensar y
el sentir de mi pueblo. La savia que sube por
los árboles, trae el recuerdo del Piel Roja.
Los muertos de los blancos olvidan la Tierra en
que nacieron, cuando desaparecen para vagar por
las estrellas. Nuestros muertos nunca olvidan
esta maravillosa Tierra, pues es la madre del
Piel Roja. Nosotros somos una parte de la
Tierra, y ella es una parte de nosotros. Las
olorosas flores son nuestras hermanas, el
ciervo, el caballo, la gran águila, son
nuestros hermanos. Las rocosas alturas, las
suaves praderas, el cuerpo ardoroso del potro y
del hombre, todos pertenecen a la misma
familia.
Por eso cuando el Gran Jefe de Washington, nos
envió el recado de que quería comprar nuestra
Tierra, exigía demasiado de nosotros.
El Gran Jefe nos comunicaba que quería darnos
un lugar, donde pudiéramos vivir cómodamente.
El sería nuestro padre, y nosotros seríamos sus
hijos. Pero, será posible esto alguna vez? Dios
ama a vuestro pueblo, y ha abandonado a sus
hijos rojos.
El ha enviado máquinas para ayudar al hombre
blanco en su trabajo, y construye para él
grandes pueblos. El hace que vuestra gente cada
vez sea más poderosa, día tras día. Pronto
invadiréis la Tierra, como ríos que se
desbordan desde las gargantas montañosas por
una inesperada lluvia.
Mi pueblo es como una corriente desbordada,
pero sin retorno. No, nosotros somos de razas
diferentes. Nuestros hijos no juegan juntos, y
nuestros ancianos no cuentan las mismas
historias. Dios os es favorable, y nosotros
estamos como huérfanos.
Meditaremos sobre vuestra oferta de comprarnos
la Tierra. No será fácil, porque esta Tierra es
sagrada para nosotros. Nos sentimos alegres en
este bosque. No sé por qué, pero nuestra forma
de vivir es diferente de la vuestra.
El agua cristalina, que brilla en arroyos y
ríos, no es sólo agua, sino la sangre de
nuestros antepasados. Si os vendemos nuestra
Tierra, habéis de saber que es sagrada, y que
vuestros hijos aprendan que es sagrada, y que
todos los pasajeros reflejos en las claras
aguas son los acontecimientos y tradiciones que
refiere mi pueblo.
El murmullo del agua es la voz de mis
antepasados. Los ríos son nuestros hermanos,
ellos apagan nuestra sed. Los ríos llevan
nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.
Si vendiésemos nuestra tierra tenéis que
acordaros, y enseñar a vuestros hijos que los
ríos son nuestros hermanos −y los vuestros−, y
que tendréis desde ahora que dar vuestros
bienes a los ríos así como a otros de vuestros
hermanos.
El Piel Roja siempre se ha apartado del
exigente hombre blanco, igual que la niebla
matinal en los montes cede ante el sol
naciente. Pero las cenizas de nuestros
antepasados, sus tumbas, son tierra santa, y
por eso estas colinas, estos árboles, esta
parte de la Tierra, nos es sagrada.
Sabemos que el hombre blanco no comprende
nuestra manera de pensar. Para él una parte de
la Tierra es igual a otra, pues él es un
extraño que llega de noche y se apodera en la
Tierra de lo que necesita.
La Tierra no es su hermana, sino su enemiga, y
cuando la ha conquistado, cabalga de nuevo.
Abandona la tumba de sus antepasados y no le
importa. El roba la Tierra de sus hijos, y no
le importa nada. El olvida las tumbas de sus
padres, y los derechos de nacimiento de sus
hijos. Trata a su madre, la Tierra, y a su
hermano, el Cielo, como cosas que se pueden
comprar y arrebatar, y que se pueden vender,
como ovejas o perlas brillantes.
Hambriento, se tragará la tierra, y no dejará
nada, sólo un desierto.
No sé, pero nuestra forma de ser, es diferente
de la vuestra.
La vista de vuestras ciudades hace daño a los
ojos del Piel Roja. Quizá porque el Piel Roja
es un salvaje y no lo comprende.
No hay silencio alguno en las ciudades de los
blancos, no hay ningún lugar donde se pueda oír
crecer las hojas en primavera y el zumbido de
los insectos.
Pero quizá es porque yo sólo soy un salvaje, y
no entiendo nada.
La charlatanería sólo daña a nuestros oídos.
Qué es la vida si no se puede oir el grito
solitario del pájaro chotacabras, o el croar de
las ranas en el lago al anochecer?
Yo soy un Piel Roja y no entiendo esto.
El indio puede sentir el suave susurro del
viento, que sopla sobre la superficie del lago,
y el soplo del viento limpio por la lluvia
matinal, o cargado de la fragancia de los
pinos.
El aire es de gran valor para el Piel Roja,
pues todas las cosas participan del mismo
aliento: el animal, el árbol, el hombre, todos
participan del mismo aliento. El hombre blanco
parece no considerar el aire que respira; a
semejanza de un hombre que está muerto desde
hace varios días y está embotado contra el
hedor.
Pero si os vendemos nuestra Tierra no olvidéis
que tenemos el aire en gran valor; que el aire
comparte su espíritu con la vida entera. El
viento dió a nuestros padres el primer aliento,
y recibe el último hálito. Y el viento también
insuflará a nuestros hijos la vida. Y si os
vendiéramos nuestra Tierra, tendríais que
cuidarla como un tesoro, como un lugar donde
también el hombre blanco sepa que el viento
sopla suavemente sobre las flores de la
pradera.
Yo soy un salvaje, y es así como entiendo las
cosas. He visto mil bisontes putrefactos,
abandonados por el hombre blanco. Los mataron
desde un convoy que pasaba.
Yo soy un salvaje y no puedo comprender cómo el
caballo de hierro que echa humo, es más
poderoso que el búfalo, al que sólo matamos
para conservar la vida.
Qué es el hombre sin animales? Si todos los
animales desapareciesen el hombre también
moriría, por la gran soledad de su espíritu.
Lo que les suceda a los animales, luego,
también les sucede a los hombres. Todas las
cosas están estrechamente unidas.
Lo que le acaece a la Tierra también les acaece
a los hijos de la Tierra.
Tenéis que enseñar a vuestros hijos que el
suelo que está bajo sus pies tiene las cenizas
de nuestros antepasados.
Para que respeten la Tierra, contadles que la
Tierra contiene las almas de nuestros
antepasados. Enseñad a vuestros hijos lo que
nosotros enseñamos a los nuestros: que la
Tierra es nuestra madre.
Lo que le acaece a la Tierra, les acaece
también a los hijos de la Tierra. Cuando los
hombres escupen a la Tierra, se están
escupiendo a sí mismos. Pues nosotros sabemos
que la Tierra no pertenece a los hombres, que
el hombre pertenece a la Tierra. Eso lo sabemos
muy bien. Todo está unido entre sí, como la
sangre que une a una misma familia. Todo está
unido.
Lo que le acaece a la Tierra les acaece,
también, a los hijos de la Tierra.
El hombre no creó el tejido de la vida, sólo es
una hilacha. Lo que hagáis a este tejido, os lo
hacéis a vosotros mismos. No, el día y la noche
no pueden vivir juntos.
Nuestros muertos siguen viviendo en los dulces
ríos de la Tierra, y regresan de nuevo con el
suave paso de la Primavera, y su alma va con el
viento, que sopla rizando la superficie del
lago.
Consideraremos la posibilidad de que el hombre
blanco nos compre nuestra Tierra.
Pero mi pueblo pregunta: Qué es lo que quiere
el hombre blanco? Cómo se puede comprar el
Cielo, o el calor de la Tierra, o la velocidad
del antílope?
Cómo vamos a venderos esas cosas y cómo vais a
poder comprarlas? Es que, acaso, podréis hacer
con la Tierra lo que queráis, sólo porque un
Piel Roja firme un pedazo de papel y se lo dé
al hombre blanco?
Si nosotros no poseemos el frescor del aire, ni
el brillo del agua, cómo vais a poder
comprárnoslo?
Es que, acaso, podéis comprar los búfalos
cuando ya habéis matado al último?
Consideraremos vuestra oferta. Sabemos que si
no os la vendemos vendrá el hombre blanco y se
apoderará de nuestra Tierra. Pero nosotros
somos unos salvajes.
El hombre blanco que va en pos de la posesión
del poder ya se cree que es Dios, al que le
pertenece la Tierra. Cómo puede un hombre
apoderarse de su madre?
Consideraremos vuestra oferta de comprar
nuestra Tierra. El día y la noche no pueden
vivir juntos.
Consideraremos vuestra oferta de que vayamos a
una reserva. Queremos vivir aparte y en paz. No
importa dónde pasemos el resto de nuestros
días.
Nuestros hijos verán a sus padres sumisos y
vencidos. Nuestros guerreros estarán
avergonzados
Después de la derrota pasarán sus días en la
holganza, y envenenarán sus cuerpos con dulces
comidas y fuertes bebidas.
No importa dónde pasemos el resto de nuestros
días. No quedan ya muchos. Sólo algunas horas,
un par de inviernos, y no quedará ningún hijo
de la gran estirpe que en otros tiempos vivió
en esta Tierra, y que ahora en pequeños grupos
viven dispersos por el bosque, para gemir sobre
las tumbas de su pueblo, que en otro tiempo fue
tan poderoso y lleno de esperanza como el
vuestro.
Pero, por qué consternarse por la desaparición
de un pueblo? Los pueblos están constituidos
por hombres. Es así. Los hombres aparecen y
desaparecen como las olas del mar. Ni siquiera
el hombre blanco, cuyo Dios camina a su lado, y
habla con él, como el amigo con el amigo, puede
librarse del común destino. Quizá seamos
hermanos. Esperamos verlo.
Sólo sabemos una cosa que quizá un día el
hombre blanco también descubra, y es que
nuestro Dios, es el mismo Dios suyo. Vosotros,
quizá, pensáis que le poseéis −igual que
tratáis de poseer nuestra Tierra−, pero no
podéis. Es el Dios de todos los hombres, lo
mismo de los Pieles Rojas que de los blancos.
Aprecia mucho esta Tierra y el que atente
contra ella significa que desprecia a su
Creador.
También los blancos desaparecerán, y quizá
antes que otras estirpes.
Continuad contaminando vuestro lecho y una
noche moriréis en vuestra propia cama. Pero al
desaparecer brillaréis por el fuego del
poderoso Dios, que os trajo a esta Tierra, y
que os destinó a dominar al Piel Roja en esta
Tierra.
Este destino es para nosotros un enigma. Cuando
todos los búfalos hayan muerto, los caballos
salvajes hayan sido domados, y el rincón más
secreto del bosque haya sido invadido por el
ruido de muchos hombres, y la visión de las
colinas esté manchada por los alambres
parlantes, cuando desaparezca la espesura, y el
águila se haya ido, esto significará decir
adiós al veloz potro y a la caza.
El final de la vida y el comienzo de la otra
vida. Dios os concedió el dominio sobre los
animales, los bosques y los Pieles Rojas por un
determinado motivo. Y este motivo es un enigma
para nosotros.
Quizá podríamos comprenderlo si supiésemos qué
es lo que sueña el hombre blanco, qué ideales
les ofrece a los hijos en las largas noches
invernales, y qué visiones arden en su
imaginación, hacia las que tienden el día de
mañana.
Pero nosotros somos salvajes, los sueños del
hombre blanco nos están ocultos, y porque nos
están ocultos nosotros vamos a seguir nuestro
propio camino.
Pues, ante todo, nosotros estimamos el derecho
que tiene cada ser humano a vivir tal como
desea, aunque sea de modo muy diverso al de sus
hermanos. No es mucho lo que nos une.
Consideraremos vuestra oferta. Si aceptamos es
sólo por asegurarnos la reserva que habéis
prometido. Quizá allí podamos acabar los pocos
días que nos quedan viviendo a nuestra manera.
Cuando el último Piel Roja de esta Tierra
desaparezca y su recuerdo sea solamente la
sombra de una nube sobre la pradera, todavía
estará vivo el espíritu de mis antepasados en
estas orillas y estos bosques.
Pues ellos amaban esta Tierra, como ama el
recién nacido el latido del corazón de su
madre.
Si os llegáramos a vender nuestra Tierra,
amadla, como nosotros la hemos amado.
Cuidad de ella, como nosotros la cuidamos, y
conservad el recuerdo de esta Tierra tal como
os la entregamos.
Y con todas vuestras fuerzas, vuestro espíritu
y vuestro corazón, conservadla para vuestros
hijos, y amadla, tal como Dios nos ama a todos.
Pues hay algo que sabemos, que Dios es el mismo
Dios.
Esta Tierra es sagrada para El. Ni siquiera el
hombre blanco se puede librar del destino
común.
Quizá somos hermanos. Esperamos verlo.
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