miércoles, 12 de octubre de 2011


AGUA DE ROCA.
 Estas personas poseen altos ideales y defienden una opinión fija sobre religión, política o reformas.
 Tienen buenas intenciones y quieren cambiar el mundo para mejorarlo; sin embargo, limitan sus esfuerzos a la crítica en lugar de servir de modelo a los demás.
 Reconocen que su pensamiento y gran parte de su vida está gobernada por sus teorías.
 Son siempre muy infelices cuando no consiguen convertir a los demás a sus ideas.
 Quieren conformar el mundo a su imagen y semejanza, en lugar de prestar con tranquilidad y sosiego su modesta contribución al grandioso plan de la creación.
 Este remedio les da paz y comprensión, les ensancha sus horizontes y les ayuda a reconocer que cada uno tiene que alcanzar la plenitud a su manera, y que más vale  “estar” que  “hacer”, de forma que nuestro Yo es un reflejo del gran plan, y que no tratamos de poner en primer plano nuestras propias ideas.
 Este remedio nos enseña que como mejor se ayuda a los demás es precediéndoles con el buen ejemplo y ayudándoles a reconocer la verdad, pero no mediante duros métodos inquisitoriales.                                                                                                                   
 El remedio agua de roca nos ayuda también a no seguir enjuiciando a los demás, y nos hacer ver que tenemos que permitir a todo el mundo tener sus propias experiencias y encontrar la salvación de su propia alma.
 Agua de roca. Se sabe desde hace mucho tiempo que determinadas aguas de fuentes y manantiales tienen el poder de curar a un determinado número de personas, y dichas fuentes y manantiales han llegado a hacerse famosos por sus cualidades curativas. Aquí puede utilizarse cualquier fuente o manantial que se haya hecho famosa por sus propiedades curativas y que haya permanecido en ese estado. Este remedio no debe exponerse demasiado tiempo a la luz solar. Es suficiente con ponerlo al sol aproximadamente una hora.
                                                                                 
LOS DOCE REMEDIOS Y LOS SIETE REMEDIOS MENORES.
(1934).

 Desde tiempos inmemorables, se sabe que el secreto de la curación de las enfermedades se encuentra en las plantas medicinales de la naturaleza. De ahí que diga a todos los que están enfermos: la enfermedad nunca habría podido obtener el poder que tiene actualmente si el hombre no hubiera olvidado la protección natural contra la enfermedad: las plantas medicinales. Además para aquellos que realmente deseen sanar no existe ninguna enfermedad que pueda resistirse al poder del remedio que se esconde en la planta adecuada. Actualmente, la enfermedad no puede ofrecer resistencia a la planta medicinal correcta, al igual que sucede con la oscuridad en una habitación cuando se abre la ventana para permitir la entrada de la luz del sol.
 Pero el precio que hemos pagado por haber olvidado la curación por la naturaleza es demasiado alto, y se refleja en multitud de enfermedades que existen en la actualidad. Pero la naturaleza aguarda con paciencia, y nosotros tenemos que volver a ella para encontrar el alivio a nuestros males.
 Hemos tenido que padecer sólo porque hemos sustituido la ciencia curativa de la naturaleza por la del hombre. Ahora debemos regresar a la naturaleza para librarnos de nuestras pesadas tareas.
En presencia de la naturaleza, la enfermedad no tiene poder alguno. Todo miedo, toda depresión y toda desesperanza pueden eliminarse. No existe auténticamente ninguna enfermedad que sea incurable.
  En este capítulo se describen 19 plantas medicinales a las que la Divina Providencia dotó de poderes curativos, de forma que para aquellos que tienen el auténtico deseo de sanar no existe ninguna enfermedad desesperada. Doce de estas plantas medicinales actúan con enfermedades que se encuentran en un estado de desarrollo incipiente o que no existen desde hace mucho tiempo. Se denominan los doce remedios. Además, existen otras siete plantas medicinales para aquellos que se encuentran enfermos desde hace algunas semanas o meses, o incluso años. Estas plantas curativas se llaman los siete remedios menores.
 Todo el mundo sabe que cuando estamos enfermos sufrimos otros estado de ánimo distintos de los habituales. Estos estados de ánimo son los que nos guían al remedio necesario. Son una pista muy valiosa porque, si interpretamos correctamente los síntomas que permiten predecir la inminencia de una enfermedad, pueden evitarse muchas enfermedades. Además, infinidad de personas que llevan mucho tiempo enfermas pueden sanar si ingieren las plantas medicinales adecuadas. También en este caso podemos reconocer la planta curativa que necesitan por el estado de ánimo en que se encuentran durante su padecimiento. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que el dolor tiene efectos bien diferentes de una persona a otra. Algunos se asustan, otros se deprimen, y por último los hay quienes están de mal humor. A unos les gusta que les dejen en paz, otros quieren que se preocupen por ellos, y los más están de buen talante a pesar de su padecimiento. Este estado de ánimo no nos indica sólo que los pacientes sufren, sino también cuál es el remedio que se necesita para una curación efectiva.
 Si curamos el estado de ánimo y no la enfermedad, estamos tratando la auténtica dimensión del hombre y estamos dando al paciente lo que realmente necesita para restablecer su salud.
 En la práctica cotidiana, estos remedios demuestran ser eficaces incluso ante dolencias insignificantes como cansancio, dolor de cabeza, depresión, nerviosismo y otras muchas; y si eliminamos estos primeros síntomas y tratamos las dolencias insignificantes, estamos velando por mantener nuestra buena salud, protegiéndonos de la enfermedad. Porque ya sabemos que las personas, antes de que se manifieste una enfermedad grave, pueden pasar muchos meses no sintiéndose bien del todo. Si pudiéramos ser tratados en ese preciso momento, podríamos ahorrarnos todos los padecimientos que nos acechan.
 Para recalcarlo una vez más: como toda madre sabe, puede suceder que el niño venga de la escuela y que ella se dé cuenta de que no se encuentra en sus horas más altas. La madre dice: “No se siente bien. Tiene algún malestar.”  Resulta mucho mejor tratar ese estado inmediatamente, para que el niño esté otra vez sano y fuerte al día siguiente, y no esperar uno o dos días hasta ver lo que pasa.
 Todo el que disponga de buenas dotes de observación será capaz de reconocer muy pronto que en todos aquellos que no se encuentran bien del todo puede detectarse una alteración de su estado de ánimo. Si se prescribe el remedio correcto en concordancia con esta alteración del estado de ánimo, la enfermedad se curará con más rapidez de la normal, pudiendo restablecerse el estado de salud del paciente.
 No importa en absoluto la enfermedad de que se trate; sólo hay que tratar el estado de ánimo.
  Existen 12 estados de ánimo diferentes, y cada uno se corresponde con una planta medicinal. Por esta razón, no resulta difícil decidir cuál de los remedios es el que se necesita.

LOS DOCE REMEDIOS

  
  A continuación vienen los nombres de los doce remedios y del estado de ánimo correspondiente, que nos da una pista sobre el remedio necesario.

Heliántemo.
 Cuando el paciente tiene miedo extremo, o para casos de enfermedades repentinas, o cuando un estado es tan serio que produce pánico a sus semejantes. En todos los casos de emergencia o en caso de peligro, adminístrese este remedio incluso cuando además sea necesario utilizar algún otro.
                                                                                                                                                   
Mímulo.
 Cuando el paciente está tranquilo pero siente un miedo interior extremo.

Agrimonia.
 Para aquellos que están de buen humor e intentan no hacer un esfuerzo demasiado elevado en su enfermedad, a pesar de que están enfermos.

Sclerantus.
 Para aquellos que le resulta muy difícil decidir qué es lo que quieren y les cuesta mucho formar se una opinión de lo que desearían. Andan probando una cosa detrás de otra. Tienen la sensación de querer dos o tres cosas al mismo tiempo, pero no pueden decidirse por una de ellas.

Clemátide.
 Cuando el paciente está soñoliento u obnubilado y ausente. Cuando está indeciso y parece estar muy lejos.

Genciana.
 Para las depresiones. Cuando el paciente tiene la sensación de que todo se va al traste, o cuando duda de poder volver a sanar.

Achicoria.
 Para aquellos que se irritan por pequeñeces o que necesitan demasiada atención y dedicación.

Centaura.
 Para los débiles y agotados, a los que no les quedan energías. Son tranquilos y a menudo muy apocados.

Ceratostigma.
 Para los que no parecen dedicar un interés especialmente grande a la vida, que no poseen una gran confianza en sí mismos, ni una conciencia personal demasiado elevada. Buscan siempre consejo de los demás, pero no lo siguen, y nunca tienen la sensación de que les hayan dado la respuesta correcta. Con demasiada frecuencia quieren hacer cosas que parecen estúpidas.

Verbena.
 Para los recalcitrantes y fuertes de voluntad. Rechazan los consejos de los demás y resulta difícil ayudarles. Cuando están enfermos, siguen porfiando después de que los demás han abandona do hace tiempo.

Impaciencia.
 Para los susceptibles, gruñones, malhumorados e impacientes.

Violeta de agua.
 Para los que gustan de estar solos, quizás para estar a solas consigo mismos y tener su paz y tranquilidad.
 A veces se necesita más de un remedio, ya que pueden presentarse más de un estado de ánimo a la vez. Una persona puede estar nerviosa y deprimida. En ese caso hay que darle ambos remedios, o incluso más, cuando parezcan aconsejables tres o cuatro. Los remedios se pueden mezclar. En el transcurso de una enfermedad pueden variar de cuando en cuando los estados de ánimo, pero siempre se administrará el remedio que corresponde al estado espiritual de ese momento. Con frecuencia, el cambio de ánimo es un signo de curación. Todo el mundo sabe que después de una larga enfermedad, da igual cual sea, nos alegra ver que el paciente se intranquiliza. Entonces decimos que pronto se pondrá mejor.                                                                                                            
 No existe ningún peligro de que estos remedios resulten perjudiciales para la salud en forma alguna. Todos los remedios se han extraído de plantas medicinales puras prodigiosas que no perjudican a nadie y que sólo pueden hacer el bien.
 Al final del capítulo se describe la forma de tomar los remedios y su dosificación.

LOS SIETE REMEDIOS MENORES


 A continuación vamos a ocuparnos de las enfermedades crónicas.

 Cuando, a pesar de haber tomado el remedio adecuado de entre los doce mencionados, no se constata ninguna mejoría, pueden ayudarnos otros siete remedios menores. Porque cuando una enfermedad existe desde hace mucho tiempo, está fuertemente enraizada en nosotros y es posible que necesite una ayuda antes de que pueda responder tranquilamente a un remedio determinado. Por eso, a estos 7 remedios se los denomina los siete remedios auxiliares.
 Cuando en un paciente no se nota ninguna mejoría a pesar de haber sido tratado con el remedio adecuado, resulta indicado el tratamiento con uno de los siete remedios auxiliares.
 Primero hay que observar si el paciente está pálido o si tiene un buen semblante.
 Si está pálido, se necesita olivo, aulaga o roble albar.
 Cuando el semblante presenta buen color, se dará al paciente vid, brezo o agua de roca.
 El séptimo remedio menor, la avena silvestre, puede necesitarlo cualquier persona cuando el remedio que parece ser el correcto entre los doce remedios o los seis remedios menores restantes no ha mostrado ningún efecto; en tales casos, se puede intentar otra vez con la avena silvestre.
 Cuando el paciente está pálido están indicados los tres remedios menores siguientes:

Olivo.
 Para quienes están pálidos y agotados, quizás tras épocas de gran preocupación, grave enfermedad, penas o larga pugna interna. En todo caso, se hallan muy agotados y tienen la sensación de no tener más energías para ulteriores esfuerzos. Por el momento no saben cómo deben seguir actuando. Para ellos la vida cotidiana significa trabajo duro y carente de todo placer. Pudiera ser que necesitaran mucho la ayuda de otra persona. Algunos pacientes presentan la piel muy seca y arrugada.

Aulaga.
 Para personas que piensan que son un caso sin remedio. Lo han intentado todo y creen que no hay nada más que se pueda hacer por ellos. Se han resignado a su enfermedad y no hacen ya ningún esfuerzo por sanar.
 Por lo general, tienen el semblante amarillento, y con bastante frecuencia presentan ojeras.

Roble albar.
 Para los que luchan con todas sus fuerzas para volver a sanar. Están disgustados con su enferme dad porque les impide hacer su trabajo diario, y aunque creen que no existen grandes esperanzas de recuperar la salud, intentan todo cuanto está a su poder para recuperarlas y volver a ser útiles.

Para quienes tienen un buen color de cara, son indicados los siguientes remedios:

Vid.
 Para aquellos que son algo muy especial. Están tan seguros de saber qué es lo correcto, tanto respecto de sí mismos como respecto a los demás, y de cómo deberían hacerse las cosas, que son críticos y pedantes. Quieren hacer todo a su manera y dan instrucciones a quienes les ayudan. Aun estando enfermos, dan órdenes a sus semejantes. Incluso en ese estado son difíciles de contentar.
                                                                                                                                                   
Brezo.
 Para la gente de gran estatura, vigorosa, de buena constitución, que son sociables y cordiales. Se preocupan mucho por los detalles de su dolencia y tienen la sensación de que cualquier pequeñez tiene importancia. Por lo general, no han tenido nunca una enfermedad grave, e incluso una dolencia insignificante les parece muy seria.

Agua de roca.
 Para los que son demasiado severos consigo mismos y se privan de muchas alegrías y placeres de la vida. Dejan todo lo que creen que les perjudica, sin importar lo dependientes que sean de ello. Y soportan todo cuando creen que les hace bien. Tienen gran valor y se someten a cualquier tratamiento cuando están convencidos de que les será de ayuda.
 Son severos maestros, no para los demás, sino para consigo mismos, y por ello pierden gran parte de su alegría de vivir.

Avena silvestre.
 Es un remedio que cualquiera puede necesitarlo; al igual que puede ser necesario en casos en los que las restantes soluciones no producen ningún efecto, o cuando parece difícil decidir qué remedio hay que prescribir. En estos casos debería intentarse con este recurso por lo menos durante una semana.
 Si a los pacientes les va mejor, hay que continuar dándoles el remedio hasta que se produzca una mejora de su estado de salud, para pasar después a utilizar otro recurso.

 Cuando digo que estos remedios pueden curar cualquier enfermedad, encontrándonos en los tiempos en que nos encontramos, habría que añadir que sólo en aquellas personas que quieren sanar realmente, puesto que en las circunstancias actuales una enfermedad, con frecuencia ofrece al paciente ventajas que en realidad no le gustaría perder.
 Tal vez la enfermedad le aporte compasión o atención, o le exima de tener que acudir al trabajo o pudiera ser que su enfermedad sea un medio de eludir un deber desagradable, o que le aporte un beneficio económico, como una pensión, una indemnización, etcétera.
 En algunos casos es comprensible que haya personas que prefieran aferrarse a una minusvalía o una enfermedad antes que perder las ventajas que sacan de ellas.

INSTRUCCIONES


Instrucciones para el uso de los remedios.

 Tómese una taza de agua y añádanse tres o cuatro gotas del frasquito de boticario que contiene el remedio, mezclándolo bien. Cuando el líquido se haya reposado, puede tirarse y mezclarse de nuevo; o si se prefiere guardarlo todavía un rato más, añádanse dos cucharaditas de coñac. No tiene ninguna importancia dosificar con toda exactitud las cantidades, ya que ninguno de estos remedios puede producir el menor perjuicio para la salud, aunque se ingieran en grandes cantidades; sin embargo, dado que basta con una pequeña cantidad del remedio, es más que suficiente preparar pequeñas cantidades.
 A los niños hay que darles una cucharadita del remedio, y para los mayores basta con una cucharilla de café. En casos graves, una vez cada hora, y en enfermedades crónicas normales, aproximadamente cada dos o tres horas, repartiendo las tomas durante todo el día, o con mayor frecuencia si el paciente tiene la sensación de que le ayuda tomar el remedio a intervalos más cortos. cuando se produce la mejoría, ya no es necesario administrar la dosis con la misma frecuencia.
 Si el paciente está inconsciente, basta humedecerle los labios con el remedio, y si estuviera además muy pálido, hay que darle heliántemo y clemátide; o heliántemo y vid, si tiene buen color de cara.                                                                                                                                                   
 A los primeros síntomas de enfermedad, o cuando ésta se inicia, antes de probar con otro remedio hay que administrar el que se había elegido seis o siete horas antes, incluso cuando no se observe ninguna mejoría. Pero, en casos de enfermedad crónica, hay que intentarlo al menos durante cuatro ó cinco días con el mismo remedio. Si se produce una mejora concreta, el paciente debería seguir tomando el remedio hasta que su estado mejore sensiblemente.
 Para quienes quieran fabricarse ellos mismos los remedios, voy a describir el método de fabricación, así como la denominación inglesa y el nombre botánico de las plantas, junto con su lugar de procedencia.     

Métodos de fabricación.

 Los remedios deberían prepararse cerca del lugar donde crece la planta, ya que las flores deberían utilizarse inmediatamente después de ser recogidas.
 Hay que utilizar una bandeja de cristal fino llena de agua clara, preferentemente de un manantial limpio o de un río. Se cubre la superficie de agua con las flores de la planta, para lo que hay que recoger el número de flores necesario para que no se monten unas encima de las otras. Después, se deja la bandeja expuesta a la luz directa del Sol hasta que las flores comiencen a marchitarse.
 La espera puede durar aproximadamente de dos a siete horas, dependiendo de la planta y la fuerza del Sol. Más tarde se extraen las flores con cuidado.
 A continuación, se echa el agua de la bandeja en botellas, llenándolas hasta la mitad. La mitad restante se rellena con coñac, para conservar el remedio. Estas son las botellas de reserva que pueden conservarse sin límite de tiempo, y que pueden utilizarse de igual forma que los frascos que venden en las farmacias.
 Las denominaciones inglesas y los nombres botánicos de cada unos de los remedios son los siguientes:

                      Rock Rose                       Helianthemun Vulgar                         Heliántemo.
                      Mimulus                          Mimulus Luteus                                 Mímulo.
                      Agrimony                        Agrimonia Eupatoria                          Agrimonia.
                      Scleranthus                      Scleranthus Annuus                            Scleranto.
                      Clematis                          Clematis Vitalba                                 Clemátide.
                      Gentian                            Gentiana Amarella                             Genciana.
                      Chicory                            Cichorium Intybus                             Achicoria.
                      Centaury                          Erythraea Centaurium                        Centaura.
                      Cerato                              Ceratostigma Willmottiana                Ceratostigma.
                      Vervain                            Verbena Officinalis.                          Verbena.
                      Impatiens                         Impatiens Royalei                              Impaciencia.
                      Water Violet                    Hottonia palustris                              Violeta de Agua.
                      Olive                                Olea Europaea                                   Oliva
                      Gorse                               Ulex Europaeus                                 Aulaga.
                      Oak                                  Quercus Pedunculata                         Roble albar.
                      Vine                                 Vitis Vinifera                                     Vid.             
                      Heather                            Calluna Vulgaris                                Brezo.
                      Rock Water          
                      Wild Oat                          Bromus Asper                                    Avena silvestre.

 Estas plantas florecen predominantemente en los meses de julio, agosto y septiembre, a excepción de las siguientes, que florecen en el mes que se indica:
                                                                                       Abril:    Aulaga.
                                                                                      Mayo:   Olivo, vid y roble.
                                                                                       Junio:    Violeta de agua y avena silvestre.
                                                                                                                             
 A continuación encontrará algunas indicaciones sobre los lugares en que puede encontrar las
plantas. En algunos países existe bibliografía sobre botánica local, que puede utilizar como guía de campo, ya que son libros que, por lo general, dan indicaciones precisas de los lugares.
-   - El heliántemo y la genciana crecen en praderas de colinas suaves.
-   - El mímulo es comparativamente escaso, pero crece en las márgenes de pantanos y ríos, donde el agua es clara.
-   - La clemátide adorna setos y suelos calcáreos.
-   - La achicoria crece en campos de cereales y en suelos cultivados. Los agricultores la plantan a menudo.
-   - La centaura crece en campos, setos y praderas.
-   - El ceratostigma es muy raro actualmente.
-   - La verbena crece en los márgenes de los caminos y en setos.
-   - La impaciencia no es original de Inglaterra, pero crece en abundancia en las orillas de algunos ríos galeses. Esta
-     planta tiene flores de diversos colores, y sólo deberían recolectarse las de suave color malva.
-   - La violeta de agua es comparativamente escasa, pero se encuentra en algunos arroyos y ríos cristalinos de agua 
-     reposadas.
-   - El olivo crece en Italia y en otros países.
-   - La aulaga es bien conocida de todos. Las flores de la aulaga deberían recogerse justo antes de que se abran
-     completamente y esparzan su aroma.
-   - Roble. Los pequeños y estilizados pedúnculos de esta planta deberían recogerse cuando han florecido
-     completamente.
-   - La vid crece en Italia, Suiza y otros países.
-   - Brezo. No debería recolectarse el brezo rojo, sino las maravillosas, delicadas y diminutas flores rosas de la especia
-     que prospera en las montañas galesas y escocesas.
-   - Agua de roca. Se conoce de antiguo que las aguas de algunas fuentes y manantiales tienen el poder de curar a las   personas, y esas fuentes y manantiales se han hecho famosas por sus propiedades. Para ello puede utilizarse cualquier fuente o manantial que se haya hecho famoso por su poder curativo y que se haya mantenido en su estado natural. Este remedio no debe exponerse mucho tiempo a la luz solar; aproximadamente una hora es suficiente.
-   - La avena silvestre crece en setos y en los bosques.

 Este sistema de curación permite que cada cual pueda elaborar los remedios, siempre que quiera buscar él mismo las plantas y obtenerlos a partir de ellas.
Si observan a las personas, podrán constatar que todo enfermo puede clasificarse en uno o varios de los tipos descritos, de manera que se le puede prescribir el remedio correspondiente.
 Es imposible enumerar la cantidad de personas que se han librado en última instancia de una enfermedad, ni el número de ellas que se han curado con ayuda de estas maravillosas plantas medicinales naturales de las montañas, pradera y valles que están dotadas de un poder curativo divino.
 Llevemos siempre en nuestros corazones la alegría y el agradecimiento, porque el Creador de todas las Cosas nos ha regalado en su Amor las plantas que crecen en los campos, para nuestra curación.       
                                                                                                             

LA HISTORIA DEL CAMINANTE. UNA ALEGORÍA DE LOS REMEDIOS


(1934).

 Érase una vez hace ya mucho tiempo que dieciséis caminantes se dispusieron a hacer un viaje a través del bosque.
 Al principio iba todo bien, pero después de que hubieran recorrido un buen trayecto comenzó uno de ellos, la agrimonia, a preocuparse de si habían escogido el camino correcto o no. Más tarde, después de comer, cuando iba oscureciendo cada vez más, el mímulo tuvo miedo de que hubieran perdido el camino. Cuando se puso el sol y la oscuridad era cada vez mayor, comenzando ya a oírse los ruidos nocturnos del bosque, tuvo el heliántemo miedo y fue presa del pánico. En medio de la noche, cuando todo se había vuelto totalmente oscuro, la aulaga perdió todas sus esperanzas y dijo: “No puedo seguir. Continuad vosotros, yo prefiero quedarme aquí, donde estoy hasta que la muerte me libere de mi padecimiento.”
 Por otra parte, el roble, aun habiendo perdido todas las esperanzas y creyendo no volver a ver más la luz del sol, manifestó: “Lucharé hasta el último momento”, y continuó luchando denodadamente.
 El scleranthus poseía todavía una ligera esperanza pero, a veces, era presa de una inseguridad e indecisión tan grande que en un momento quería tomar un camino y, al mismo tiempo también deseaba tomar otro diferente. La clemátide común caminaba despacio y pacientemente, sin preocuparse demasiado sobre si caería en el sueño eterno o lograría salir del bosque. A veces, la genciana animaba un poco a los otros pero, en otras ocasiones, volvía a ser presa de la desesperación y de la depresión.
 Los otros caminantes no tuvieron jamás miedo de no lograrlo y quisieron ayudar a su manera a sus acompañantes.
 El brezo estaba totalmente seguro de conocer el camino y quiso que todos los demás le siguieran a él. A la achicoria no le preocupaba el final que pudiera tener esa excursión, pero sí el estado en que se encontraban sus acompañantes: si les dolían los pies, si estaban cansados o si tenían comida suficiente. La ceratostigma no tenía especialmente una gran confianza en su capacidad de enjuiciamiento y quería probar cada camino para poder estar segura de no ir en la dirección falsa. La humilde y pequeña centaura quería aligerar tanto la carga que estaba dispuesta a llevar el equipaje de los otros. Desgraciadamente, y por regla general, se suele llevar la carga de aquellos que se encuentran en la mejor situación para llevarla ellos mismos, ya que éstos son siempre los que más se quejan.
El agua de roca estaba totalmente entusiasmada por ayudar, pero deprimía un poco al grupo porque criticaba todo lo que ellos hacían mal y conocían el camino. La verbena también conocía el camino muy bien, aunque estaba un poco confusa y se explayó en detalles acerca de cuál era el único camino correcto que conducía fuera del bosque. También la impaciencia conocía muy bien el camino de regreso a casa, lo conocía tan bien que era muy impaciente con aquellos que caminaban más despacio que ella. La violeta de agua ya había recorrido el trayecto una vez y conocía el camino correcto, adoptando una actitud orgullosa y altanera porque los otros no lo conocían. Para ella, los otros eran inferiores.
 Finalmente, todos lograron salir ilesos del bosque. Ahora viven como guían para todos aquellos caminantes que nunca han hecho ese viaje y, como conocen la oscuridad y el camino a través del bosque, acompañan a los caminantes en calidad de  “valientes caballeros”. Cada uno de los 16 acompañantes aporta los ejemplos necesarios enseñando, al mismo tiempo y a su manera, la lección correspondiente que de ello se deriva. 
 La agrimonia camina totalmente despreocupada y hace chistes sobre cualquier cosa. El mímulo jaspeado ya no conoce el miedo. El heliántemo común mismo es un ejemplo de serenidad en la más plena oscuridad. La aulaga relata a los caminantes durante la noche los progresos que harán cuando el sol se levante de nuevo la mañana siguiente.                                                                                         
 El roble permanece inamovible en medio de la tormenta más fuerte. Los ojos de la clemátide están radiantes de alegría al acercarse el final del viaje. Ya no hay dificultad o revés que pueda desanimar a la genciana.
 El brezo ha comprobado que cada caminante debe recorrer su propio camino y marchar tranquilamente por delante para mostrar que eso es posible. La achicoria, que siempre ha esperado poder tender una mano a aquel que lo necesita, lo hace ahora sólo cuando se lo piden y de forma sosegada. La ceratostigma conoce perfectamente los estrechos senderos que no conducen a ninguna parte, y la centaura menor sigue buscando al más débil, que lleva la carga más pesada.
 El agua de roca ha olvidado hacer reproches a los demás y ahora ocupa todo su tiempo en darles ánimos. La verbena ya no echa sermones, sino que indica tranquilamente el camino. La impaciencia ya no conoce la prisa, sino que camina lentamente tras el último para mantener con él el ritmo. Y la violeta de agua, más ángel que persona, roza como un cálido soplo de viento o un fabuloso rayo de sol a todo el grupo, bendiciendo a cada uno de ellos.

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