miércoles, 12 de octubre de 2011


LA PROBLEMÁTICA DE LA ENFERMEDAD CRÓNICA.

(Conferencia pronunciada en el Congreso Homeopático Internacional de 1927)

 En las más antiguas tradiciones de la historia de la medicina encontramos ya la prueba de que, consciente o inconscientemente, se conocía lo que hoy distinguimos como intoxicación intestinal, algo de lo que dan fe los remedios y medicamentos utilizados por los primeros médicos, remedios de los que una gran parte tenían un efecto purgante y estimulante de las secreciones biliares, con lo que provocaban la limpieza del intestino. En los siglos de ejercicio de la ciencia médica se han ido experimentando los más diversos métodos siempre por razones parecidas, e incluso hoy día gran parte del moderno tratamiento se basa en dietas y medicamentos especiales, el incluso la cirugía se sustenta en ideas similares.
 El conducto digestivo tiene que tener a la fuerza una gran importancia. Su superficie es mayor que la superficie epitelial de nuestro cuerpo. Además, está capacitado para absorber líquidos, una facultad que nuestra piel no posee en la misma medida. Ustedes pueden bañarse en cianuro potásico sin enfermar por ello. Sin embargo, la más mínima cantidad de cianuro potásico en el estómago podría ser letal. Ustedes podrían bañarse en aguas infectadas por las bacterias del tifus y de la difteria, o por otro tipo de bacterias, sin sufrir daños, pero si una cantidad microscópicamente pequeña de estos gérmenes alcanzaran la boca, las consecuencias podrían ser muy graves, e incluso mortales.
 El contenido del tracto intestinal es el medio en el que vivimos y del que obtenemos nuestros líquidos y nuestro alimento. Es similar al agua en que vive la ameba unicelular. Es de una importancia capital que se halle limpio y que contenga las sustancias necesarias para la vida, y además no puede contener ninguna sustancia que al ser absorbida pudiera producir daños al organismo por no haber mecanismo de defensa contra ella.
Es un auténtico misterio de la naturaleza el hecho de que sea capaz de eliminar los contenidos intestinales más variados, algo que se desprende del hecho de que se ha demostrado la capacidad de adaptación de todas las razas. Pensemos por un momento en los diferentes hábitos alimenticios que hay en cada país. Piensen en la cantidad de composiciones diferentes que puede tener el quimo intestinal como consecuencia de las diferencias de alimentación. Y a pesar de todo, las razas sobreviven. Hasta ahora el castigo por una mala alimentación no es la muerte, sino la enfermedad; no la extinción del hombre, sino su degeneración.
 Lo más probable es que la raza humana viviera originariamente de alimento crudo, de frutas y alimentos de los trópicos, y el conducto digestivo humano se desarrolló para poder procesar ese alimento. Pero los descendientes de aquella raza emigraron a zonas climáticas más frías, y muchas son las naciones que viven casi exclusivamente de alimentos cocinados, algo que modifica completamente el contenido del intestino: pero la raza sobrevive. No obstante, la humanidad no se sustrae del todo al castigo. Padece cientos de enfermedades, sufre un estado de salud debilitado y la pérdida de vitalidad física.
 Es bastante improbable que el hombre pueda retornar alguna vez a un estado primigenio, y aun cuando esto sucediera, en último término no nos afecta. Nos interesamos por los miles de millones de hombres de nuestro siglo y del futuro cercano que quieren vivir como nosotros lo hacemos ahora y que claman a voz en grito por la salud y por verse libres de sus padecimientos. Debemos rendir justicia a las necesidades actuales en lugar de cruzarnos de brazos esperando un futuro ideal. Cuando una raza vive de una alimentación contra–natural, el contenido intestinal se modifica tanto química como física o bacteriológicamente. Todos estos factores juegan su papel, pero en las personas con las que tenemos que tratar, la alteración bacteriológica es la más decisiva.
 Mientras en nuestra dieta tomemos fruta, ensaladas y otros alimentos crudos, los factores químicos y físicos pueden mantenerse dentro de límites normales mediante una alimentación que no se diferencie demasiado de la alimentación de la civilización. De esta forma, dentro de los límites de los hábitos alimenticios que son incompatibles con las posibilidades que ofrecen las economías domésticas y los restaurantes públicos, pueden evitarse modificaciones extremas del estado físico y químico normal. Soy de la opinión de que es posible comer diariamente en restaurantes y seleccionar los platos de tal forma que el intestino se mantenga limpio dentro de límites razonables, sin necesidad de que rechacemos unos platos por nuestros prejuicios o prestemos demasiada consideración a otros. Pero aunque esto sea posible, no se deduce de ello que este hábito alimenticio sea suficiente para curar la enfermedad.
 Ése puede ser el caso en contadas situaciones, pero, tratándose de infecciones crónicas o agudas, a la larga el elemento bacteriano se opone a la mejoría del contenido intestinal, por lo que hay que aplicar otros métodos para acelerar el proceso de curación. De ahí que la infección bacteriana tenga mucha mayor importancia que un estado química o físicamente anormal del intestino, ya que es mucho más difícil de tratar.
 ¿Tienen ahora clara la diferencia que existe entre el contenido del intestino grueso de una persona que se alimenta de dieta cruda y el de otra que se nutre de alimentos cocidos?
 En este último caso, que es el que nos encontramos en el hombre civilizado, el contenido intestinal tiene olor pútrido, color oscuro y es alcalino. Contiene muchos productos de descomposición, y el contenido intestinal se compone de bacilos coli, estreptococos y organismos esporíferos. Compárenlo con un hombre sano que se alimente de dieta cruda.
 El contenido del intestino grueso es en ese caso inodoro y ácido. Está libre de productos de descomposición, y su contenido bacteriano se compone de bacterias lácticas y algunos bacilos coli.
 Para cualquiera que esté familiarizado con este hecho es suficiente razón para reflexionar seriamente.
 En muchos casos puede lograrse la curación incluso sin llegar a cambiar una alimentación poco natural, si bien no voy a negar que la combinación conseguiría mejores y más duraderos resultados.
 Respecto a una alimentación sana, tiene una gran importancia el hecho de que, satisfaciendo las necesidades del cuerpo, nos preocupemos de que la reacción del intestino grueso se realice en medio ligeramente ácido, en lugar del medio alcalino habitual en la civilización occidental. El ácido está relacionado con el crecimiento del bacilo de la fermentación del ácido láctico, y este organismo necesita a su vez hidratos de carbono para poder multiplicarse. El almidón normal se transforma  en azúcar bastante antes de alcanzar el intestino grueso, pero la avena cruda, o, mejor aún, las nueces molidas, son excepcionales para dotar al cuerpo de un almidón que apenas se transforma en azúcar en el tracto superior del intestino.
 No creo que se haya demostrado que el grupo de bacterias del que trata la presente conferencia sea la causa de la enfermedad. Pero afirmo que estas bacterias de las que estoy hablando están presentes en todos los pacientes, que se hallan ligadas a la enfermedad crónica, y que utilizando los remedios que obtenemos de estas bacterias tenemos un arma eficacísima para luchar contra todo tipo de enfermedad crónica.
 Quisiera dirigir ahora mi atención sobre la consideración que se les da a estos organismos cuando se detectan, organismos que son un indicio de enfermedad potencial o ya existente y que se presentan en la gran mayoría de nuestros semejantes. Podemos preguntar: ¿Por qué no es siempre posible demostrar la enfermedad si estas bacterias son tan perjudiciales? La respuesta es que su virulencia no se manifiesta de forma inmediata, y que las personas que tienen buena salud pueden estar expuestas a estas sustancias nocivas durante años sin sentir ningún malestar evidente. Pero a medida que aumenta la edad y baja es estrés físico permanente de tener que rechazar estos organismos u otras circunstancias que conduzcan al brote de la enfermedad, se hacen patentes las repercusiones dañinas, e instantáneamente se debilitan las defensas corporales contra dichos gérmenes, manifestándose la enfermedad. La razón de todo ello es que normalmente el hundimiento de las defensas no se produce antes de la mediana edad, cuando empuja la siguiente generación, y cuando la resistencia contra estos organismos no tiene una fuerza especialmente activa, pues es frecuente comprobar que la naturaleza, si bien es muy cuidadosa en todo, a menudo se despreocupa cuando se trata de una vida aislada. De manera similar, el largo período de incubación de la tuberculosis llevó a la creencia mantenida durante muchos años de que no era una enfermedad contagiosa.
 Los gérmenes de los que estoy hablando son bacterias gram–negativas del grupo coli del tifus. Lo importante de todo ello es que no están capacitadas para producir la fermentación del ácido láctico, lo que las diferencia del bacilo coli.
 No son patógenas en el sentido habitual del término, como los agentes patógenos del tifus o la disentería, y en el pasado se les solía considerar poco importantes. No son exactamente idénticos, pero están muy emparentados con estos organismos y pertenecen a su mismo grupo.
 Probablemente su número sea inconmensurablemente elevado, tal vez infinito. Es posible estudiar cientos de estos gérmenes sin encontrar dos especies idénticas.
 No obstante, podemos clasificarlos en grupos, aunque esto represente una clasificación un tanto grosera, dado que cada grupo incluye una multitud interminable de sub–especies que se diferencian entre sí por detalles minúsculos.
 A tal efecto, estas bacterias que no fermentan el ácido láctico se clasifican en los seis grupos siguientes:
                                  Disentería                         Gaertner
                                  Faecalis alcaligenes          Morgan
                                  Proteus                             Colis mutable 

 Se agrupan en función de su capacidad de producir la fermentación de diferentes clases de azúcares, para lo cual se han utilizado pocas clases para mantener lo más reducido posible el número de grupos. Cuando se utiliza una vacuna autógena carece de importancia para el tratamiento definir con precisión el organismo, y el organismo polivalente se extiende por un amplio espectro que contiene muchos representantes de cada subgrupo. Por lo tanto, se trata de bacterias que la mayoría de las veces se consideran inofensivas, pero que en realidad son un síntoma de una enfermedad crónica, y, cuando se utilizan correctamente, un remedio contra la misma.
 La prueba clínica de su poder curativo es demasiado convincente para dejar paso a la duda, algo sobre lo que volveré enseguida, pero en los laboratorios se van acumulando las pruebas de carácter no clínico que confirman la relación existente entre estos organismos y la enfermedad.
 Examinando a diario las heces de un paciente, y registrando en una tabla los porcentajes de organismos existentes, puede establecerse la relación existente entre su estado de salud y la cantidad de bacterias encontradas.
 Con el tal porcentaje me refiero a la relación entre el número de organismos anormales que no fermentan la lactosa y el número de bacilos coli presentes. Hablando en términos generales, se considera normal que sólo existan bacterias coli, pero estas bacterias anormales pueden encontrarse en cualquier porcentaje (desde 1 a 100%) en las colonias.
 Por la variación que sufre la cantidad de estos gérmenes durante el tratamiento, puede determinarse hasta cierto grado la probable reacción del paciente.
 Existe una regla nemotécnica que dice que los organismos encontrados en cada paciente no modifican su especie. Es decir, el grupo Gaertner no parece transformarse en gérmenes del Morgan o del grupo Proteus.
 Cuando se examinan a diario las deposiciones de un paciente y se registra el porcentaje existente de bacterias anormales, se podrá constatar que éste no permanece inalterable, sino que aparecen fluctuaciones cíclicas. Puede ser que en un momento determinado no se hallen presentes y que  luego aparezcan de improviso y se multipliquen a toda velocidad para volver a disminuir su presencia hasta desaparecer por completo. Los intervalos en los que no hay gérmenes presentes, la duración de la fase positiva en la que se encuentran presentes y el porcentaje máximo que alcanzan varía de un paciente a otro, pero el estado clínico del paciente mantiene cierta relación con la curva de organismos existentes.
 Sin embrago, esta relación no se ha investigado aún lo suficiente para poder realizar afirmaciones concretas, ya que existen varios tipos de curva. Pero puedo asegurarles que existe una determinada relación entre el estado de salud y el porcentaje de bacterias, y valga como ejemplo el sobrecogedor resultado que se produce después de una terapia de vacunación, cuando una breve fase negativa se ve seguida de una fase positiva más elevada y larga, algo que ocurre con frecuencia en los pacientes. Hablando en general, podemos decir que en  los casos en los que no se produce ninguna alteración del estado normal o una alteración muy pequeña tampoco se produce una reacción tan positiva.
 En este terreno aún queda mucho por hacer, y la investigación futura nos deparará fecundos resultados.
 Resulta sorprendente la extraordinaria velocidad con que puede modificarse el contenido bacteriano del intestino. Después de que los resultados del análisis de las heces fecales fueran negativos durante semanas, los bacilos anormales pueden alcanzar el 100% al cabo de sólo 36 horas.
 Todavía no sabemos cómo se produce este fenómeno. Aún debe investigarse minuciosamente si estos organismos destruyen las bacterias coli normales, si las bacterias coli sufren mutaciones o si es una alteración del medio intestinal del paciente la que provoca la transformación, pero cuando el problema esté resuelto habremos dado un paso muy importante hacia la compresión de la causa de la enfermedad.
 Pero sea cual sea la explicación, lo que está demostrado es que la cantidad de estas bacterias presentes en el intestino del paciente está directamente relacionada, desde el punto de vista médico, con su estado de salud en diferentes fases.
 Otra característica peculiar es la estabilidad de un determinado bacilo del intestino de un determinado paciente, algo que ya he mencionado antes. Independientemente de la frecuencia con que sea examinado el paciente y de cuál sea su estado de salud, se encuentra durante años el mismo tipo de bacteria. Además, es bastante raro encontrar más de un tipo de bacteria en el mismo paciente, aunque puede ocurrir en un pequeño porcentaje.
 Hay determinados síntomas que se presentan con mayor frecuencia en un tipo de bacteria que en otro, y no es improbable que cuando se emprendan ulteriores investigaciones se detecte una estrecha relación entre determinados síntomas morbosos y especies concretas de estos organismos.
 Poco importa que estos organismos sean la causa o la consecuencia: se hallan ligados a la enfermedad crónica, y nosotros podemos sacar gran provecho de las vacunas que se obtienen a partir de ellos. Esto es algo que en los últimos 12 años se ha demostrado de forma concluyente.
 Anteriormente me he referido al hecho de que la prueba médica de la importancia de este método de tratamiento es suficiente para no dejar resquicio a la duda. Hay que matizar esta afirmación.
 Son miles y miles los pacientes que han sido tratados con este método por un número considerable de médicos, tanto con inyecciones subcutáneas como con remedios potenciados. En el 80% de los pacientes se produjo una mejoría, en otros se produjo una ligera mejoría, en la gran mayoría se constató un alivio concreto, y junto a una ingente cantidad de resultados excelentes hubo un 10% que prácticamente rozaba el milagro.
 No emito esta afirmación sin contar con años de experiencia e investigación y después de haber observado a miles de pacientes. Y sin olvidar la cooperación de las observaciones y experiencias de médicos de toda Gran Bretaña que confirmarán esta conclusión.
Los pacientes pueden ser tratados con vacunas de estos organismos inyectadas por vía subcutánea, como ha venido practicándose durante años. Es algo que ya no nos ocupa, pero que quisiera traer a colación el libro Chronic Disease, del que podrán extraer nuevos detalles.
 Llegados a este punto, quisiera recalcar que con los medios potenciados de organismos muertos podrán obtenerse mejores resultados, y no soy el único que lo piensa.
 Estos remedios se llevan usando desde hace unos 7 años, y desde hace 3 han sido utilizados con frecuencia tanto por los homeópatas como por los alópatas. Hay alópatas que han abandonado completamente la aguja.
 Existen dos tipos de estas potencias: autógenas y polivalentes. Quisiera explicar este punto. Un medio autógeno significa que se potencia el bacilo de un determinado paciente y que al paciente se le trata con ese mismo medio.
 Un medio polivalente significa que se extraen organismos de cientos de pacientes, que después se mezclan y potencian. Ya les he hablado en otras ocasiones de este método de elaboración, cuando había un nosoda del que valía la pena ocuparse con más detenimiento.
 El remedio autógeno se utiliza sólo con el paciente del que se han extraído las bacterias, o posiblemente con un paciente que padece una infección idéntica. La polivalente, por el contrario, se fabrica con el fin de tratar al mayor número de pacientes posible.
 Para calibrar la utilidad relativa de ambos remedios necesitamos aún mucha experiencia antes de que podamos sacar conclusiones concretas; pero éste es un punto sin importancia, ya que aunque el remedio autógeno muestre un mayor porcentaje de buenos resultados, el polivalente tiene tanto éxito que la homeopatía tendrá que tomarlo en consideración como nosoda complementario, y los resultados serán satisfactorios par todo el que se ocupe del tema (puedo decirlo con total confianza); y aun en el caso de que el remedio no resultara tener éxito, al menos sería un aliciente para intentarlo con el remedio autógeno. Por lo tanto, de esta comparación recogeremos suficiente experiencia para poder sacar conclusiones.
 En la actualidad se está investigando ese punto, pero aún pasará tiempo hasta que se puedan hacer afirmaciones concretas Se tiene la esperanza de que, con ayuda de diferentes pruebas, pueda asegurarse cuál será la mejor forma de administración para cada paciente: la polivalente, la autógena o incluso una mezcla de dos o tres grupos de bacterias.
 Para que esta conferencia resulte completa, es necesario que llame su atención sobre los detalles precisos de fabricación del medicamento, de manera que cualquier bacteriólogo competente pueda elaborar esas potencias.
 Después de un período de incubación de 16 horas se toman muestras de heces. Tras ese período de incubación, los organismos se multiplican en forma de colonias rojas o blancas. Cuando producen la fermentación del ácido láctico mediante la producción de ácido, el ácido reacciona al rojo neutro del medio, con lo que se forma una colonia roja. Si el ácido láctico no fermenta, no se produce ácido, no se produce reacción alguna con el rojo neutro y las colonias son blancas. De ahí que, después del período de incubación las únicas colonias que tienen interés son las blancas.
 De las colonias blancas se sacan cultivos, de los cuales se eliminan los pigmentados, y al cabo de 15 horas se producen las reacciones de los azúcares, a partir de las que se pueden clasificar los organismos. Un cultivo se rellena con 2 cc. de agua destilada, se sella y se calienta 30 minutos a 60º C, de forma que se destruyen las bacterias. El líquido se mezcla con lactosa en una proporción de 1:9 gramos o 1:99 gramos de lactosa. Esto produce la primera potencia decimal o centesimal dependiendo de la cantidad de lactosa que se utilice.
 Otras potencias se obtienen mezclando en la proporción 1:6 ó 1:12, mezclando una parte de la sustancia original con 6 ó 12 partes de la dilución.
 Es necesario prestar un cuidado muy especial en la esterilización de los aparatos, que deben someterse a calor seco de una temperatura mínima de 140º C durante 15 minutos, que es más efectivo que el vapor o el calor húmedo.
 Los nosodas polivalentes se elaboran mezclando cultivos procedentes de cientos de pacientes, con los que se llena una botella estéril y después se repite todo el proceso de la potenciación ya descrito.
 Yo entiendo que este nosoda no contradice en nada las leyes de Hahnemann. Como remedio considero que tiene un espectro más amplio que cualquier otro medicamento conocido.
 Este nosoda es un eslabón que une la alopatía y la homeopatía. Fue descubierto por un representante de la alopatía, y se comprobó que puede armonizarse con los principios homeopáticos.
 Les presento estos nosodas como un remedio que merece ser incluido en su farmacopea. Es especialmente útil como remedio fundamental en casos que no reaccionan ante medicamentos normales o para los que no existe ningún remedio indicado, si bien no tiene por qué limitarse a estos casos.
 Respecto a este remedio hay mucho por hacer todavía. En este momento se están realizando experimentos para averiguar si los organismos son la causa o el efecto del estado de salud del paciente.
 El nosoda que les presento hoy se ha ensayado tanto en América como en Alemania, y en Alemania lo ha utilizado un número de alópatas considerablemente mayor que de homeópatas. Algunos alópatas que han tenido durante años buenos éxitos con la inyección subcutánea, se han pasado de la aguja a la dilución.
 Creo que la correcta aplicación de este nosoda radica en considerarlo un remedio fundamental. No pongo en duda que los mejores resultados se obtengan cuando a la administración del nosoda le sigue un tratamiento homeopático en el que se traten los síntomas con el remedio correspondiente.
 El nosoda puede suprimir en mayor o menor medida las causas efectivas y profundas de la enfermedad. Por decirlo de alguna forma, limpia al paciente hasta que se presenta un síntoma concreto, a raíz del cual puede encontrarse el igual adecuado, y el paciente reacciona mucho mejor al medicamento adecuado. Por excelentes que puedan ser los resultados alcanzados por los alópatas, este nosoda debería tener un éxito aún mayor si fuera utilizado por un homeópata.
 Me gustaría sugerirles que hicieran un experimento con los nosodas, aplicándolo en casos en los que haya fracasado otro tratamiento y en aquellos en los que no exista ningún indicio claro del remedio. Estoy convencido de que bastará que prueben el nosoda  una sola vez para comprobar lo valioso que resulta.
 No me he ocupado con más detalle del remedio autógeno porque sé que estarán más abiertos a aceptar como nosoda el remedio polivalente. Cuando se administran vacunas por vía subcutánea es casi imprescindible utilizar una sustancia autógena para obtener buenos resultados. En este caso el 95% de los pacientes reaccionan mucho mejor a su propia vacuna, y sólo aproximadamente el 5% reacciona de forma más clara a la sustancia polivalente. Pero en el caso de esta dilución, aún es demasiado pronto para realizar una afirmación semejante, y por eso en muchos casos tengo la tendencia a valorar más el éxito de la sustancia que el de la autógena, ya que si mayoritariamente el éxito de ambas es igual de bueno, probablemente siempre existirán determinados pacientes que sólo reaccionarán a un nosoda que se haya obtenido de su propio organismo.
 El nosoda, el remedio obtenido de la sustancia original de la enfermedad, precedió a la bacteriología y a la vacuna. Pero la relación entre ambas es evidente. Como pionero de la utilización médica de la enfermedad para curar la enfermedad, les ofrezco un remedio que en mi opinión se revela eficaz en la más causal de todas las enfermedades, concretamente en la intoxicación intestinal que ya profetizó y bautizó el genial Hahnemann. Al pensar que puedo explicar con más claridad que él, la naturaleza de esta enfermedad, no le arrebato ni un ápice su gloria; más bien creo estar continuando su obra, rindiéndole el tributo que hubiera deseado.

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