LA
PROBLEMÁTICA DE LA ENFERMEDAD CRÓNICA.
(Conferencia
pronunciada en el Congreso Homeopático Internacional de 1927)
En las más antiguas tradiciones de la historia
de la medicina encontramos ya la prueba de que, consciente o inconscientemente,
se conocía lo que hoy distinguimos como intoxicación intestinal, algo de lo que
dan fe los remedios y medicamentos utilizados por los primeros médicos,
remedios de los que una gran parte tenían un efecto purgante y estimulante de
las secreciones biliares, con lo que provocaban la limpieza del intestino. En
los siglos de ejercicio de la ciencia médica se han ido experimentando los más
diversos métodos siempre por razones parecidas, e incluso hoy día gran parte
del moderno tratamiento se basa en dietas y medicamentos especiales, el incluso
la cirugía se sustenta en ideas similares.
El conducto digestivo tiene que tener a la
fuerza una gran importancia. Su superficie es mayor que la superficie epitelial
de nuestro cuerpo. Además, está capacitado para absorber líquidos, una facultad
que nuestra piel no posee en la misma medida. Ustedes pueden bañarse en cianuro
potásico sin enfermar por ello. Sin embargo, la más mínima cantidad de cianuro
potásico en el estómago podría ser letal. Ustedes podrían bañarse en aguas
infectadas por las bacterias del tifus y de la difteria, o por otro tipo de
bacterias, sin sufrir daños, pero si una cantidad microscópicamente pequeña de
estos gérmenes alcanzaran la boca, las consecuencias podrían ser muy graves, e
incluso mortales.
El contenido del tracto intestinal es el medio
en el que vivimos y del que obtenemos nuestros líquidos y nuestro alimento. Es
similar al agua en que vive la ameba unicelular. Es de una importancia capital
que se halle limpio y que contenga las sustancias necesarias para la vida, y
además no puede contener ninguna sustancia que al ser absorbida pudiera
producir daños al organismo por no haber mecanismo de defensa contra ella.
Es
un auténtico misterio de la naturaleza el hecho de que sea capaz de eliminar
los contenidos intestinales más variados, algo que se desprende del hecho de
que se ha demostrado la capacidad de adaptación de todas las razas. Pensemos
por un momento en los diferentes hábitos alimenticios que hay en cada país.
Piensen en la cantidad de composiciones diferentes que puede tener el quimo
intestinal como consecuencia de las diferencias de alimentación. Y a pesar de
todo, las razas sobreviven. Hasta ahora el castigo por una mala alimentación no
es la muerte, sino la enfermedad; no la extinción del hombre, sino su
degeneración.
Lo más probable es que la raza humana viviera
originariamente de alimento crudo, de frutas y alimentos de los trópicos, y el
conducto digestivo humano se desarrolló para poder procesar ese alimento. Pero
los descendientes de aquella raza emigraron a zonas climáticas más frías, y
muchas son las naciones que viven casi exclusivamente de alimentos cocinados,
algo que modifica completamente el contenido del intestino: pero la raza
sobrevive. No obstante, la humanidad no se sustrae del todo al castigo. Padece
cientos de enfermedades, sufre un estado de salud debilitado y la pérdida de
vitalidad física.
Es bastante improbable que el hombre pueda
retornar alguna vez a un estado primigenio, y aun cuando esto sucediera, en
último término no nos afecta. Nos interesamos por los miles de millones de
hombres de nuestro siglo y del futuro cercano que quieren vivir como nosotros
lo hacemos ahora y que claman a voz en grito por la salud y por verse libres de
sus padecimientos. Debemos rendir justicia a las necesidades actuales en lugar
de cruzarnos de brazos esperando un futuro ideal. Cuando una raza vive de una
alimentación contra–natural, el contenido intestinal se modifica tanto química
como física o bacteriológicamente. Todos estos factores juegan su papel, pero
en las personas con las que tenemos que tratar, la alteración bacteriológica es
la más decisiva.
Mientras en nuestra dieta tomemos fruta,
ensaladas y otros alimentos crudos, los factores químicos y físicos pueden
mantenerse dentro de límites normales mediante una alimentación que no se
diferencie demasiado de la alimentación de la civilización. De esta forma,
dentro de los límites de los hábitos alimenticios que son incompatibles con las
posibilidades que ofrecen las economías domésticas y los restaurantes públicos,
pueden evitarse modificaciones extremas del estado físico y químico normal. Soy
de la opinión de que es posible comer diariamente en restaurantes y seleccionar
los platos de tal forma que el intestino se mantenga limpio dentro de límites
razonables, sin necesidad de que rechacemos unos platos por nuestros prejuicios
o prestemos demasiada consideración a otros. Pero aunque esto sea posible, no se
deduce de ello que este hábito alimenticio sea suficiente para curar la
enfermedad.
Ése puede ser el caso en contadas situaciones,
pero, tratándose de infecciones crónicas o agudas, a la larga el elemento
bacteriano se opone a la mejoría del contenido intestinal, por lo que hay que
aplicar otros métodos para acelerar el proceso de curación. De ahí que la
infección bacteriana tenga mucha mayor importancia que un estado química o
físicamente anormal del intestino, ya que es mucho más difícil de tratar.
¿Tienen ahora clara la diferencia que existe
entre el contenido del intestino grueso de una persona que se alimenta de dieta
cruda y el de otra que se nutre de alimentos cocidos?
En este último caso, que es el que nos
encontramos en el hombre civilizado, el contenido intestinal tiene olor
pútrido, color oscuro y es alcalino. Contiene muchos productos de
descomposición, y el contenido intestinal se compone de bacilos coli, estreptococos y organismos
esporíferos. Compárenlo con un hombre sano que se alimente de dieta cruda.
El contenido del intestino grueso es en ese
caso inodoro y ácido. Está libre de productos de descomposición, y su contenido
bacteriano se compone de bacterias lácticas y algunos bacilos coli.
Para cualquiera que esté familiarizado con este
hecho es suficiente razón para reflexionar seriamente.
En muchos casos puede lograrse la curación
incluso sin llegar a cambiar una alimentación poco natural, si bien no voy a
negar que la combinación conseguiría mejores y más duraderos resultados.
Respecto a una alimentación sana, tiene una
gran importancia el hecho de que, satisfaciendo las necesidades del cuerpo, nos
preocupemos de que la reacción del intestino grueso se realice en medio
ligeramente ácido, en lugar del medio alcalino habitual en la civilización
occidental. El ácido está relacionado con el crecimiento del bacilo de la
fermentación del ácido láctico, y este organismo necesita a su vez hidratos de
carbono para poder multiplicarse. El almidón normal se transforma en azúcar bastante antes de alcanzar el
intestino grueso, pero la avena cruda, o, mejor aún, las nueces molidas, son
excepcionales para dotar al cuerpo de un almidón que apenas se transforma en
azúcar en el tracto superior del intestino.
No creo que se haya demostrado que el grupo de
bacterias del que trata la presente conferencia sea la causa de la enfermedad.
Pero afirmo que estas bacterias de las que estoy hablando están presentes en
todos los pacientes, que se hallan ligadas a la enfermedad crónica, y que
utilizando los remedios que obtenemos de estas bacterias tenemos un arma
eficacísima para luchar contra todo tipo de enfermedad crónica.
Quisiera dirigir ahora mi atención sobre la
consideración que se les da a estos organismos cuando se detectan, organismos
que son un indicio de enfermedad potencial o ya existente y que se presentan en
la gran mayoría de nuestros semejantes. Podemos preguntar: ¿Por qué no es
siempre posible demostrar la enfermedad si estas bacterias son tan
perjudiciales? La respuesta es que su virulencia no se manifiesta de forma
inmediata, y que las personas que tienen buena salud pueden estar expuestas a
estas sustancias nocivas durante años sin sentir ningún malestar evidente. Pero
a medida que aumenta la edad y baja es estrés físico permanente de tener que
rechazar estos organismos u otras circunstancias que conduzcan al brote de la
enfermedad, se hacen patentes las repercusiones dañinas, e instantáneamente se
debilitan las defensas corporales contra dichos gérmenes, manifestándose la
enfermedad. La razón de todo ello es que normalmente el hundimiento de las
defensas no se produce antes de la mediana edad, cuando empuja la siguiente
generación, y cuando la resistencia contra estos organismos no tiene una fuerza
especialmente activa, pues es frecuente comprobar que la naturaleza, si bien es
muy cuidadosa en todo, a menudo se despreocupa cuando se trata de una vida
aislada. De manera similar, el largo período de incubación de la tuberculosis
llevó a la creencia mantenida durante muchos años de que no era una enfermedad
contagiosa.
Los gérmenes de los que estoy hablando son
bacterias gram–negativas del grupo coli
del tifus. Lo importante de todo ello es que no están capacitadas para producir
la fermentación del ácido láctico, lo que las diferencia del bacilo coli.
No son patógenas en el sentido habitual del
término, como los agentes patógenos del tifus o la disentería, y en el pasado
se les solía considerar poco importantes. No son exactamente idénticos, pero
están muy emparentados con estos organismos y pertenecen a su mismo grupo.
Probablemente su número sea
inconmensurablemente elevado, tal vez infinito. Es posible estudiar cientos de
estos gérmenes sin encontrar dos especies idénticas.
No obstante, podemos clasificarlos en grupos,
aunque esto represente una clasificación un tanto grosera, dado que cada grupo
incluye una multitud interminable de sub–especies que se diferencian entre sí
por detalles minúsculos.
A tal efecto, estas bacterias que no fermentan
el ácido láctico se clasifican en los seis grupos siguientes:
Disentería
Gaertner
Faecalis
alcaligenes Morgan
Proteus Colis mutable
Se agrupan en función de su capacidad de
producir la fermentación de diferentes clases de azúcares, para lo cual se han
utilizado pocas clases para mantener lo más reducido posible el número de
grupos. Cuando se utiliza una vacuna autógena carece de importancia para el
tratamiento definir con precisión el organismo, y el organismo polivalente se
extiende por un amplio espectro que contiene muchos representantes de cada
subgrupo. Por lo tanto, se trata de bacterias que la mayoría de las veces se
consideran inofensivas, pero que en realidad son un síntoma de una enfermedad
crónica, y, cuando se utilizan correctamente, un remedio contra la misma.
La prueba clínica de su poder curativo es
demasiado convincente para dejar paso a la duda, algo sobre lo que volveré
enseguida, pero en los laboratorios se van acumulando las pruebas de carácter
no clínico que confirman la relación existente entre estos organismos y la
enfermedad.
Examinando a diario las heces de un paciente,
y registrando en una tabla los porcentajes de organismos existentes, puede
establecerse la relación existente entre su estado de salud y la cantidad de
bacterias encontradas.
Con el tal porcentaje me refiero a la relación
entre el número de organismos anormales que no fermentan la lactosa y el número
de bacilos coli presentes. Hablando
en términos generales, se considera normal que sólo existan bacterias coli, pero estas bacterias anormales
pueden encontrarse en cualquier porcentaje (desde 1 a 100%) en las colonias.
Por la variación que sufre la cantidad de
estos gérmenes durante el tratamiento, puede determinarse hasta cierto grado la
probable reacción del paciente.
Existe una regla nemotécnica que dice que los
organismos encontrados en cada paciente no modifican su especie. Es decir, el
grupo Gaertner no parece transformarse en gérmenes del Morgan o del grupo
Proteus.
Cuando se examinan a diario las deposiciones
de un paciente y se registra el porcentaje existente de bacterias anormales, se
podrá constatar que éste no permanece inalterable, sino que aparecen
fluctuaciones cíclicas. Puede ser que en un momento determinado no se hallen
presentes y que luego aparezcan de
improviso y se multipliquen a toda velocidad para volver a disminuir su
presencia hasta desaparecer por completo. Los intervalos en los que no hay
gérmenes presentes, la duración de la fase positiva en la que se encuentran
presentes y el porcentaje máximo que alcanzan varía de un paciente a otro, pero
el estado clínico del paciente mantiene cierta relación con la curva de
organismos existentes.
Sin embrago, esta relación no se ha
investigado aún lo suficiente para poder realizar afirmaciones concretas, ya
que existen varios tipos de curva. Pero puedo asegurarles que existe una
determinada relación entre el estado de salud y el porcentaje de bacterias, y
valga como ejemplo el sobrecogedor resultado que se produce después de una
terapia de vacunación, cuando una breve fase negativa se ve seguida de una fase
positiva más elevada y larga, algo que ocurre con frecuencia en los pacientes.
Hablando en general, podemos decir que en
los casos en los que no se produce ninguna alteración del estado normal
o una alteración muy pequeña tampoco se produce una reacción tan positiva.
En este terreno aún queda mucho por hacer, y
la investigación futura nos deparará fecundos resultados.
Resulta sorprendente la extraordinaria
velocidad con que puede modificarse el contenido bacteriano del intestino.
Después de que los resultados del análisis de las heces fecales fueran
negativos durante semanas, los bacilos anormales pueden alcanzar el 100% al
cabo de sólo 36 horas.
Todavía no sabemos cómo se produce este
fenómeno. Aún debe investigarse minuciosamente si estos organismos destruyen
las bacterias coli normales, si las
bacterias coli sufren mutaciones o si
es una alteración del medio intestinal del paciente la que provoca la
transformación, pero cuando el problema esté resuelto habremos dado un paso muy
importante hacia la compresión de la causa de la enfermedad.
Pero sea cual sea la explicación, lo que está demostrado
es que la cantidad de estas bacterias presentes en el intestino del paciente
está directamente relacionada, desde el punto de vista médico, con su estado de
salud en diferentes fases.
Otra característica peculiar es la estabilidad
de un determinado bacilo del intestino de un determinado paciente, algo que ya
he mencionado antes. Independientemente de la frecuencia con que sea examinado
el paciente y de cuál sea su estado de salud, se encuentra durante años el
mismo tipo de bacteria. Además, es bastante raro encontrar más de un tipo de
bacteria en el mismo paciente, aunque puede ocurrir en un pequeño porcentaje.
Hay determinados síntomas que se presentan con
mayor frecuencia en un tipo de bacteria que en otro, y no es improbable que
cuando se emprendan ulteriores investigaciones se detecte una estrecha relación
entre determinados síntomas morbosos y especies concretas de estos organismos.
Poco importa que estos organismos sean la
causa o la consecuencia: se hallan ligados a la enfermedad crónica, y nosotros
podemos sacar gran provecho de las vacunas que se obtienen a partir de ellos.
Esto es algo que en los últimos 12 años se ha demostrado de forma concluyente.
Anteriormente me he referido al hecho de que
la prueba médica de la importancia de este método de tratamiento es suficiente
para no dejar resquicio a la duda. Hay que matizar esta afirmación.
Son miles y miles los pacientes que han sido
tratados con este método por un número considerable de médicos, tanto con
inyecciones subcutáneas como con remedios potenciados. En el 80% de los
pacientes se produjo una mejoría, en otros se produjo una ligera mejoría, en la
gran mayoría se constató un alivio concreto, y junto a una ingente cantidad de
resultados excelentes hubo un 10% que prácticamente rozaba el milagro.
No emito esta afirmación sin contar con años
de experiencia e investigación y después de haber observado a miles de
pacientes. Y sin olvidar la cooperación de las observaciones y experiencias de
médicos de toda Gran Bretaña que confirmarán esta conclusión.
Los
pacientes pueden ser tratados con vacunas de estos organismos inyectadas por
vía subcutánea, como ha venido practicándose durante años. Es algo que ya no
nos ocupa, pero que quisiera traer a colación el libro Chronic Disease, del que podrán extraer nuevos detalles.
Llegados a este punto, quisiera recalcar que
con los medios potenciados de organismos muertos podrán obtenerse mejores
resultados, y no soy el único que lo piensa.
Estos remedios se llevan usando desde hace
unos 7 años, y desde hace 3 han sido utilizados con frecuencia tanto por los
homeópatas como por los alópatas. Hay alópatas que han abandonado completamente
la aguja.
Existen dos tipos de estas potencias:
autógenas y polivalentes. Quisiera explicar este punto. Un medio autógeno
significa que se potencia el bacilo de un determinado paciente y que al
paciente se le trata con ese mismo medio.
Un medio polivalente significa que se extraen
organismos de cientos de pacientes, que después se mezclan y potencian. Ya les
he hablado en otras ocasiones de este método de elaboración, cuando había un
nosoda del que valía la pena ocuparse con más detenimiento.
El remedio autógeno se utiliza sólo con el
paciente del que se han extraído las bacterias, o posiblemente con un paciente
que padece una infección idéntica. La polivalente, por el contrario, se fabrica
con el fin de tratar al mayor número de pacientes posible.
Para calibrar la utilidad relativa de ambos
remedios necesitamos aún mucha experiencia antes de que podamos sacar conclusiones
concretas; pero éste es un punto sin importancia, ya que aunque el remedio
autógeno muestre un mayor porcentaje de buenos resultados, el polivalente tiene
tanto éxito que la homeopatía tendrá que tomarlo en consideración como nosoda
complementario, y los resultados serán satisfactorios par todo el que se ocupe
del tema (puedo decirlo con total confianza); y aun en el caso de que el
remedio no resultara tener éxito, al menos sería un aliciente para intentarlo
con el remedio autógeno. Por lo tanto, de esta comparación recogeremos
suficiente experiencia para poder sacar conclusiones.
En la actualidad se está investigando ese
punto, pero aún pasará tiempo hasta que se puedan hacer afirmaciones concretas
Se tiene la esperanza de que, con ayuda de diferentes pruebas, pueda asegurarse
cuál será la mejor forma de administración para cada paciente: la polivalente,
la autógena o incluso una mezcla de dos o tres grupos de bacterias.
Para que esta conferencia resulte completa, es
necesario que llame su atención sobre los detalles precisos de fabricación del
medicamento, de manera que cualquier bacteriólogo competente pueda elaborar
esas potencias.
Después de un período de incubación de 16
horas se toman muestras de heces. Tras ese período de incubación, los organismos
se multiplican en forma de colonias rojas o blancas. Cuando producen la
fermentación del ácido láctico mediante la producción de ácido, el ácido
reacciona al rojo neutro del medio, con lo que se forma una colonia roja. Si el
ácido láctico no fermenta, no se produce ácido, no se produce reacción alguna
con el rojo neutro y las colonias son blancas. De ahí que, después del período
de incubación las únicas colonias que tienen interés son las blancas.
De las colonias blancas se sacan cultivos, de
los cuales se eliminan los pigmentados, y al cabo de 15 horas se producen las
reacciones de los azúcares, a partir de las que se pueden clasificar los
organismos. Un cultivo se rellena con 2 cc. de agua destilada, se sella y se
calienta 30 minutos a 60º C, de forma que se destruyen las bacterias. El
líquido se mezcla con lactosa en una proporción de 1:9 gramos o 1:99 gramos de
lactosa. Esto produce la primera potencia decimal o centesimal dependiendo de
la cantidad de lactosa que se utilice.
Otras potencias se obtienen mezclando en la
proporción 1:6 ó 1:12, mezclando una parte de la sustancia original con 6 ó 12
partes de la dilución.
Es necesario prestar un cuidado muy especial
en la esterilización de los aparatos, que deben someterse a calor seco de una
temperatura mínima de 140º C durante 15 minutos, que es más efectivo que el
vapor o el calor húmedo.
Los nosodas polivalentes se elaboran mezclando
cultivos procedentes de cientos de pacientes, con los que se llena una botella
estéril y después se repite todo el proceso de la potenciación ya descrito.
Yo entiendo que este nosoda no contradice en
nada las leyes de Hahnemann. Como remedio considero que tiene un espectro más
amplio que cualquier otro medicamento conocido.
Este nosoda es un eslabón que une la alopatía
y la homeopatía. Fue descubierto por un representante de la alopatía, y se
comprobó que puede armonizarse con los principios homeopáticos.
Les presento estos nosodas como un remedio que
merece ser incluido en su farmacopea. Es especialmente útil como remedio
fundamental en casos que no reaccionan ante medicamentos normales o para los
que no existe ningún remedio indicado, si bien no tiene por qué limitarse a
estos casos.
Respecto a este remedio hay mucho por hacer
todavía. En este momento se están realizando experimentos para averiguar si los
organismos son la causa o el efecto del estado de salud del paciente.
El nosoda que les presento hoy se ha ensayado
tanto en América como en Alemania, y en Alemania lo ha utilizado un número de
alópatas considerablemente mayor que de homeópatas. Algunos alópatas que han
tenido durante años buenos éxitos con la inyección subcutánea, se han pasado de
la aguja a la dilución.
Creo que la correcta
aplicación de este nosoda radica en considerarlo un remedio fundamental. No
pongo en duda que los mejores resultados se obtengan cuando a la administración
del nosoda le sigue un tratamiento homeopático en el que se traten los síntomas
con el remedio correspondiente.
El nosoda puede suprimir en mayor o menor
medida las causas efectivas y profundas de la enfermedad. Por decirlo de alguna
forma, limpia al paciente hasta que se presenta un síntoma concreto, a raíz del
cual puede encontrarse el igual adecuado, y el paciente reacciona mucho mejor
al medicamento adecuado. Por excelentes que puedan ser los resultados
alcanzados por los alópatas, este nosoda debería tener un éxito aún mayor si
fuera utilizado por un homeópata.
Me gustaría sugerirles que hicieran un
experimento con los nosodas, aplicándolo en casos en los que haya fracasado
otro tratamiento y en aquellos en los que no exista ningún indicio claro del
remedio. Estoy convencido de que bastará que prueben el nosoda una sola vez para comprobar lo valioso que
resulta.
No me he ocupado con más detalle del remedio
autógeno porque sé que estarán más abiertos a aceptar como nosoda el remedio
polivalente. Cuando se administran vacunas por vía subcutánea es casi
imprescindible utilizar una sustancia autógena para obtener buenos resultados.
En este caso el 95% de los pacientes reaccionan mucho mejor a su propia vacuna,
y sólo aproximadamente el 5% reacciona de forma más clara a la sustancia
polivalente. Pero en el caso de esta dilución, aún es demasiado pronto para
realizar una afirmación semejante, y por eso en muchos casos tengo la tendencia
a valorar más el éxito de la sustancia que el de la autógena, ya que si
mayoritariamente el éxito de ambas es igual de bueno, probablemente siempre
existirán determinados pacientes que sólo reaccionarán a un nosoda que se haya
obtenido de su propio organismo.
El nosoda, el remedio obtenido de la sustancia
original de la enfermedad, precedió a la bacteriología y a la vacuna. Pero la
relación entre ambas es evidente. Como pionero de la utilización médica de la
enfermedad para curar la enfermedad, les ofrezco un remedio que en mi opinión
se revela eficaz en la más causal de todas las enfermedades, concretamente en
la intoxicación intestinal que ya profetizó y bautizó el genial Hahnemann. Al
pensar que puedo explicar con más claridad que él, la naturaleza de esta
enfermedad, no le arrebato ni un ápice su gloria; más bien creo estar
continuando su obra, rindiéndole el tributo que hubiera deseado.
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