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LOS REMEDIOS
FLORALES
EDWARD BACH
ESCRITOS Y CONFERENCIAS
Achicorium, (Cichoriu m intybus
Las
enseñanzas del fundador de la Terapia Floral sobre la esencia de la enfermedad
y la salud
Título de los originales
alemanes:
EDWARD BACH BLÜTEN DIE HEILEN
EDWARD BACH DIE HEILENDE NATUR
Traducido por:
ELENA MELIVEO / EDGAR
KNERR / EDUARDO KNÖRR
© 1993. De la traducción,
Editorial Edaf, S.A.
ÍNDICE
Prólogo
-La intoxicación
intestinal en relación con el cáncer
(British Homoeopathic Journal, octubre 1924)
-La problemática de la
enfermedad crónica (1927)
(Conferencia pronunciada en el Congreso
Homeopático Internacional de 1927)
-El redescubrimiento de la
psora
(British Homoeopathic Journal, enero 1929)
-Algunas consideraciones
básicas sobre la enfermedad y la curación
(Homoeopathic World, 1930)
-Algunos remedios nuevos y
su empleo
(Homoeopathic World, febrero 1930)
-Sois víctimas de vosotros
mismos
(Conferencia en Southport, febrero de 1931)
-Libérate a ti mismo
(1932)
-Los remedios florales y
sus indicadores
(Publicado en Epsom, 1933- apareció
probablemente en The Neuropathic Journal).
-Los doce grandes remedios
y algunos ejemplos de su uso y prescripción.
(Febrero de 1933)
-Los doce remedios y
cuatro remedios menores (1933)
-Los doce remedios y los
siete remedios menores (1934)
-La historia del
caminante. Una alegoría de los remedios (1934)
-Un nuevo método curativo
(Conferencia de Wallingford con motivo del
50 aniversario del nacimiento de Bach,
24 de septiembre de 1936)
-Conferencia masónica
sobre los principios curativos
(Conferencia ante una asamblea de masones,
octubre 1936)
PRÓLOGO
Del
amanecer de los tiempos venimos
y al amanecer de los tiempos tornamos,
que Él bendiga la noche que nos guía.
P.J.
Percival
La historia concreta comienza una clara y
fresca mañana de primavera, el sol comienza a despuntar y el aire huele a
arcoiris. Edward camina pausadamente por su amada campiña galesa. Hace tiempo
que un impulso irrefrenable le lleva cada mañana a los prados verdes de su
tierra natal. Ese mismo impulso que le hizo transitar desde los más “sólidos
conocimientos” de la ciencia hipocrática hasta los sutiles matices de la
sabiduría paracelsiana.
No se recuerda bien si deambulaba por un lecho
de mostazas o si fue la impaciencia o la rosa silvestre las causantes de su
relámpago interno, pero en ese amanecer
Edward contempló el prodigio que desde su silencio realiza la naturaleza
todos los días. Sintió la alquimia de los cuatro elementos al deslumbrarle una
gota de rocío depositada en el pétalo de una flor inundada de sol; y ya nada
fue igual.
Quizá
ésta podría ser una descripción del momento cumbre en el que Edward Bach intuye
el principio energético que le llevaría a elaborar esencias de flores y de esta
forma redescubrir para el mundo moderno una energía sutil y poderosa que
culturas como la inca o la celta, y filosofías como la taoísta, conocieron y
manejaron, y aún más, nos podríamos remontar, según relatos de Edgar Cayce, a
la utilización de la energía de las flores en la rememorada Atlántida.
Mas esto no hubiera sido posible sin su
extraordinaria sensibilidad y su precoz y profunda consagración al servicio de
la humanidad. Edward Bach nació y creció en un ambiente rural cerca de
Birmingham en el año 1886. Este hecho y su prematura toma de conciencia del
dolor y la enfermedad, le ayudó, de un lado, a ser receptivo y sensible al
mundo vegetal y a la naturaleza, y de otro, tomar muy tempranamente la decisión
de estudiar medicina. Cursa estudios en Londres y practica la medicina ortodoxa
hasta el año 1919; pero a partir de ese año, y ante su incertidumbre en ir a la
causa profunda de la enfermedad por esa vía, adopta posiciones más “naturistas”
y comienza a practicar la homeopatía, la inmunología y la bacteriología.
Imparte numerosas conferencias y escribe artículos en revistas especializadas,
lo que le da una proyección internacional importante. Crea remedios
homeopáticos a partir de toxinas; remedios que
hoy día se siguen utilizando por muchos homeópatas y que son conocidos
como los “nosodes de Bach”. En ese tiempo prepara homeopáticamente flores como
la mostaza y la impaciencia, obteniendo muy buenos resultados en su
utilización.
Durante todos estos años, Edward Bach no para
de buscar dónde está el “quid” de la enfermedad, del dolor. No le llenan los
métodos que utiliza, pues éstos no hacen sino que tratar más o menos
superficialmente los síntomas de la dolencia, y él entiende o siente que las
llamadas “causas” no son más que pasos intermedios del verdadero origen que
intuye más allá de lo puramente vegetativo o psíquico. En 1930 se produce un
suceso que marcará definitivamente su orientación. Conoce a Rudolf Steiner y
asiste a las conferencias que éste pronuncia en Londres y en las que refiere el
gran poder de curación de las flores, sobre todo a nivel espiritual, y que aún
estaba por descubrir.
Edward escribe “Cúrese usted mismo”;
(publicado en: la Curación por las flores, por Editorial Edaf.), y en todo ese
proceso llega a la profunda convicción de que la enfermedad es el resultado de
un “desencuentro”, del alejamiento o la disonancia entre alma y personalidad,
entre el mundo interno y el mundo externo, e intuye que en las flores, como
máxima expresión del reino vegetal, hay una respuesta a esta discordancia; y
que éstas, pueden intervenir terapéuticamente en todos los procesos emocionales
que preceden y acompañan a la enfermedad.
Abandona todo lo que era su práctica médica
hasta ese momento, deja su consulta de Londres y se dedica a investigar en el
campo sobre los métodos de elaboración y aplicación de los preparados florales,
tanto a través de decocción como de maceración solar.
En 1932 escribe “Los doce curadores”, que es
una exposición de los doce remedios elaborados hasta entonces por él. Entre
1930 y 1936 elabora un sistema de 38 elixires florales que, junto al llamado
“Remedio de rescate”, forman el conjunto de 39 elixires, hoy día conocido como
“Flores de Bach”. Su sistema de investigación, sobre todo en el final del
proceso, fue muy peculiar, rayando en la mediumnidad, puesto que él entraba
espontáneamente en el estado de precariedad emocional específico por el cual se
veía impulsado a buscar la flor adecuada.
Edward Bach muere en noviembre de 1936, con la
certeza no sólo de haber aportado un sistema inofensivo de manejo, operativo y
eficaz frente a la enfermedad, sino todo un método para el trabajo de
crecimiento personal y liberación de la consciencia; ya que los elixires
florales no actúan de forma sintomática y parcelaria, sino que lo hacen de
forma global y holográmica, liberando los patrones de conducta y de pensamiento
erróneos y posiblemente conducentes a desequilibrios sutiles, pero poderosos en
el devenir de la enfermedad.
A lo largo de la lectura de este libro que
tengo el honor de prologar, podemos asistir a todo el proceso de evolución
personal de Bach, ya que es un compendio cronológico de conferencias impartidas
por él; asistir no solamente a su evolución profesional, incluso a su
maduración espiritual, sino deleitarnos con pequeños detalles, breves
comentarios de primera mano sobre las esencias, detalles inéditos y no
recogidos hasta ahora en toda la literatura que sobre el tema se ha escrito.
Por lo tanto, os invito a que lo leáis con atención, a comprender cómo Edward,
a través del ejercicio sistemático de la coherencia personal, pasa de
concepciones racionalistas y científicas a posiciones que le llevan a concebir
la vida como un flujo continuo y constante del espíritu y a experiencias tan
“raras” como la proyección astral consciente para tratar a sus pacientes.
Desde su muerte han surgido nuevos
investigadores y nuevas esencias, pero sin duda a él le corresponde el honor de
ser el primero, el ermitaño que alumbró en nuestro tiempo una nueva forma de
entender la vida, la enfermedad y la luz que de todo ello puede desprenderse.
Que el prólogo no sea sino un homenaje al
hombre que sintió la llamada profunda de la vida, que vivió el sagrado hacer de
la naturaleza a través del mundo de las flores. Esa consagración por la que,
todos los días, “La Amada” –Gaia–
renueva la promesa de amor eterno a su Amado –el Universo.
Pedro
López Clemente
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