EL
REDESCUBRIMIENTO DE LA PSORA.
(British Homeophatic Journal, enero 1929)
El objeto de la presente conferencia es
continuar la discusión que ha iniciado entre ustedes el doctor Dishington en su
última intervención sobre determinados nosodas elaborados para organismos
anormales en el tracto intestinal. Durante los últimos 8 años se ha llamado
repetidas veces su atención sobre dichos nosodas. Quisiera explicar hoy aquí
cómo se desarrollaron esos nosodas, así como el proceso mental con ellos
asociado, la argumentación y la praxis, que les ha llevado a ustedes a la
postura que adoptan en la actualidad.
Antes de que pudiera conseguirse la
efectividad real de estos nosodas, hubo que reconocer tres principios
fundamentales:
1.
el descubrimiento del
grupo de bacilos subyacente;
2.
la importancia de las
leyes de Hahnemann en relación a la repetida prescripción de las dosis, y
3.
el hecho de que los
nosodas serían eficaces en estado potenciado.
Hacia 1912 se reconoció que en el tracto
intestinal, tanto de hombres sanos como de hombres enfermos, existe un grupo de
bacterias al que hasta entonces no se había atribuido importancia. Pero se
constató que estaba relacionado con las enfermedades crónicas. Estos organismos
son diversas especies de bacterias que no fermentan en lactosa, pertenecientes
al gran grupo coli del tifus,
estrechamente emparentados con organismos como los agentes del tifus, la
disentería y el paratifus, que, sin embargo, no desencadenan ninguna enfermedad
aguda y no están de hecho relacionados con una sintomatología específica. Dado
que no existía tal relación, en el pasado fueron considerados insignificantes,
siendo despreciados por médicos y bacteriólogos. Debido a la frecuencia con que
se encontraron estas bacterias en un elevado porcentaje de casos en los que no
se pudo aislar ningún otro organismo anormal o patógeno, se decidió en aquel
entonces ensayar estas bacterias como vacunas, para comprobar si podían ser de
utilidad en casos de enfermedades crónicas. Se comprobó que, aun que no
eran patógenos en el sentido estricto del término, podían ser muy beneficiosas
si se utilizaban en forma de vacuna como remedio terapéutico. Se constató que
en el caso de una enfermedad crónica, con estas vacunas podía provocarse un
ligero empeoramiento de todos los síntomas, al que, en condiciones favorables,
seguía una mejoría concreta. Entre los pacientes que fueron tratados con este
método pudo registrarse una buena tasa de éxitos, pero por entonces el
porcentaje de casos era todavía comparativamente reducido, lo que hay que
achacarlo al hecho de que las inyecciones se administraban con demasiada
frecuencia y a intervalos regulares, como puede ser una vez a la semana o cada
diez días, lo que conllevaba una grave hiper-dosificación e interrumpía la
instauración de una reacción positiva. En la actualidad, algunos bacteriólogos
y un número considerable de médicos pueden atestiguar que existe una relación
entre esos organismos y las enfermedades crónicas, así como entre dichos
organismos y las intoxicaciones intestinales, con toda su secuela de efectos
morbosos. Cientos de médicos han demostrado este hecho con resultados clínicos,
logrados mediante la utilización de preparados fabricados a partir de estos
organismos. La prueba de su efectividad se ha hecho tan abrumadora que ya no
queda duda al respecto. Los ensayos de laboratorio también acumularon pruebas
que reforzarían la hipótesis de que existe una relación entre estos grupos de
organismos y la enfermedad. Si se toman diariamente muestras de heces de un
paciente durante un período de tiempo largo, se constata que estos organismos
anormales, que son el tema de esta conferencia, no siempre se hallan presentes,
sino que hay fases negativas en las que no aparecen en absoluto, mientras que
hay otras positivas en las que se presentan en cantidades variables. Además,
durante las fases positivas se presentan en cantidades variables. Cuando se
examinan las muestras correspondientes a una fase negativa, los organismos
surgen en número reducido al cabo de cierto tiempo, y su número aumenta a
diario hasta que se alcanza un máximo en el que su porcentaje comienza a
decrecer, hasta volver a desaparecer por completo. El número máximo y la
duración de las fases positivas y negativas también pueden variar
considerablemente de un sujeto de ensayo a otro, pero lo interesante del caso
es que la enfermedad del sujeto está directamente correlacionada con las fases,
con independencia de que se halle enfermo o que su estado de salud sea normal.
Donde aparecen con mayor frecuencia es en las enfermedades crónicas, en las que
los síntomas son peores hacia el final del período negativo y mejoran cuando se
producen los organismos anormales. En general, puede decirse que cuanto mayor
es su producción, más positivo es su efecto sobre el paciente. En épocas en las
que la persona evidentemente sana no está en sus horas más altas, este hecho se
manifiesta por regla general en la misma fase del ciclo. En Glasgow, Boyd y
Paterson aportaron pruebas de otras relaciones existentes entre estas fases y
el estado de salud del paciente.
Habitualmente, una vacuna provoca una
producción más intensa y duradera en beneficio del paciente. Si se efectúan
registros diarios de los resultados, puede reconocerse en ellos el estado de
salud del paciente y el decurso del proceso de curación. A menudo, estos
registros resultan una valiosa pista para determinar el momento exacto en que
hay que volver a administrar la vacuna. Considerándolo desde el punto de vista
médico y experimental, no existe la menor duda de que este grupo de organismos
tienen una relación concreta con la enfermedad crónica.
El siguiente paso, el descubrimiento de que
las dosis no tenían que administrarse a intervalos regulares, sino en función
de la reacción del paciente, fue tomando cuerpo de la siguiente forma: en
ensayos de laboratorio en que la neumonía se trataba con suero, se constató que
se obtenían mejores resultados cuando las dosis se administraban en función de
la reacción del paciente a las inyecciones, y que cuando el pulso y la
temperatura descendían después de una dosis, los resultados eran mucho más
satisfactorios si no se administraba ninguna inyección más mientras duraba la
mejoría y si se repetía la inyección cuando el pulso y la temperatura volvían a
subir. La curación se producía con mayor rapidez y con más éxito y se
necesitaban menores dosis de la vacuna. Lógicamente, después de que se reconoció
y demostró con toda claridad este hecho, el siguiente paso fue probar el mismo
método con todos los tipos de crisis febriles agudas, constatándose los mismos
resultados positivos. Cuando se demostró este hecho concreto, se sacó la
conclusión de que esta ley, que presuntamente se aplicaba a todas las
enfermedades agudas, podría ser válida también para las enfermedades crónicas.
Se ensayó el método con enfermedades crónicas, y los resultados superaron con
mucho todas las expectativas.
En las enfermedades crónicas, la dosis se
administraba a intervalos mínimos de tres semanas, puesto que se descubrió que
en algunos pacientes no se producía una mejoría antes de dicho momento. Cuando
al cabo de tres semanas se producía una mejoría, no se administraba una nueva
dosis hasta que se dejaba de registrar una constante mejoría y el estado del
paciente se estacionaba o existía la tendencia a una recaída. Con estas pruebas
se constató que las fases de mejora variaban según los casos, entre 2 ó 3
semanas e intervalos mayores, que en los casos excepcionales podían llegar a 12
meses, y que se conseguían resultados visiblemente mejores cuando durante esa
fase se interrumpía la administración de la dosis, aun cuando la dosis que
habría que haberse tomado era mucho más reducida. El éxito de este método sigue
perdurando hoy día.
En este estadio, hemos llegado, por lo tanto,
a dos conclusiones: en primer lugar, que este grupo determinado de bacterias
intestinales no patógenas y que no fermentan en lactosa está relacionado, sin
ningún género de dudas, con las enfermedades crónicas, y en segundo término,
que las vacunas obtenidas de estas bacterias eran remedios muy valiosos cuando
se administraban siguiendo las leyes de Hahnemann y observando las reacciones
del paciente, en lugar de hacerlo a intervalos regulares como se había hecho
hasta entonces.
En este estado de cosas, cuando un
bacteriólogo llegaba a una clínica se le introducía en la ciencia de la
homeopatía. Después de leer por primera vez el Organon de Hahnemann, uno caía
de repente en la cuenta de que la moderna doctrina de la vacunación no era sino
el redescubrimiento de otro método con los mismos hechos que Hahnemann ya había
descubierto un siglo antes. En combinación con algunos principios homeopáticos,
podían aplicarse de inmediato a diversos grupos de bacterias y preparados
obtenidos de ellas, potenciándolas de igual forma a como se hace en los
remedios homeopáticos No tardó en demostrarse que los nosodas fabricados de
esta manera tenían un gran valor terapéutico, y las investigaciones que
siguieron en los ocho últimos años, en las que se trataron a muchos cientos de
pacientes, han confirmado con creces las viejas esperanzas.
Hoy en día, estos nosodas se utilizan no sólo
en Inglaterra, sino aún más en Alemania y en los Estados Unidos de América, y
en menor medida también en Francia, Holanda y Suiza.
Considerado desde el punto de vista
homeopático, la primera cuestión importante de la que hay que ocuparse es
determinar si estos preparados concuerdan con la leyes de Hahnemann y si el
método de vacunación es una ampliación de su obra Muchos de nosotros pensamos
que es así, ya que en más de una ocasión el fundador de la Homeopatía utilizó
el producto patógeno de la enfermedad como base para su remedio, y no cabe la menor
duda de que habría utilizado esos preparados si hubiera estado en condiciones
de aislar estos organismos. Además, sigue sin estar claro si esos organismos
son la causa o la consecuencia de la enfermedad, o si representan el intento de
curarla. Por el momento, sólo podemos decir que existe una relación; pero,
hasta la fecha, estos organismos no se han dejado determinar con exactitud. No
es absolutamente improbable que estas bacterias sean una variedad del bacilo coli, y este último debe ser considerado
como un habitante normal del intestino, habida cuenta de su universal presencia
en nuestra moderna civilización, no sólo en el hombre, sino también en los
animales, las aves, etc. Los experimentos indican que mientras en el cuerpo se
producen grandes transformaciones fundamentales, la flora intestinal puede
cambiar, como si tratase de mantener la armonía, puesto que no es improbable
que este grupo de bacterias sea el bacilo coli
común que haya cambiado para estar a la altura de determinadas necesidades,
viéndose forzado a cambiar por la modificación del estado de su huésped. Cuando
las bacterias se encuentran en este estado, son sin lugar a dudas, un medio
terapéutico muy valioso si se las potencia. La ciencia descubre que la vida se
encuentra en un estado de armonía, y que la enfermedad representa una
desarmonía, o un estado en el que una parte del todo no oscila en concordancia
con el resto.
A la hora de diferenciar estos organismos es
interesante mencionar que se utiliza la lactosa. La lactosa se diferencia del
resto de azúcares por se un producto animal. El resto de los azúcares son
vegetales. Las últimas investigaciones demuestran que un fermento que deba actuar sobre una
sustancia tiene que estar en condiciones de poder oscilar en concordancia al
peso atómico de la sustancia que debe fermentar. Consecuentemente, esto
significa que los organismos que pueden fermentar la lactosa pueden oscilar en
armonía con sustancias animales, mientras que las que no están en condiciones
de hacerlo no pueden ser más que vegetales. Si con el tiempo, esta teoría
demuestra su solidez, nos adentrará en la comprensión de cosas fundamentales.
Todo ello significa que disponemos de un método con el que podemos distinguir
los organismos que actúan positivamente sobre el hombre de aquellos que le
perjudican. En el momento en que son perjudiciales, podemos potenciar los
productos y utilizarlos como remedio terapéutico para curar la enfermedad.
Naturalmente, en todos los demás puntos los nosodas son idénticos a los
remedios homeopáticos, y su fabricación coincide exactamente con las leyes de
la homeopatía.
Nadie que haya investigado la intoxicación
intestinal podrá obviar que entre ella y la enfermedad fundamental, que
Hahnemann describiera como psora,
existe una similitud. No quisiera adentrarme en detalles, pues sé que más tarde
el doctor Gordon de Edimburgo les explicará con más detenimiento esta similitud
cuando les haga participes de la prueba inequívoca de la naturaleza de la
intoxicación intestinal, que Hahnemann clasificó con el nombre de psora.
A este tenor, existe un punto interesante que
me gustaría mencionar: a saber, el hecho de que Hahnemann acentuara
expresamente que es imposible que una persona tenga simultáneamente más de una
enfermedad. Llegamos aquí al ocuparnos de la flora de la flora intestinal. Es
sorprendente que en una persona sólo se encuentra más de un organismo anormal
en casos rarísimos, otra confirmación más de la teoría de que varios estados
son idénticos.
A pesar del hecho de que en un momento
deterrminado sólo existe un organismo, éste puede cambiar con la ayuda de la
vacuna o de un nosoda o prescribiendo otro remedio, lo que indica que el
organismo depende del estado de salud del paciente. Además, el estado del
organismo varía con el ambiente en que debe vivir. Expresado en términos
generales en las personas que no han sido tratadas con métodos homeopáticos, el
organismo permanece más tiempo constante.
El siguiente punto que hay que recalcar es el
grado en que la alopatía asume instantáneamente métodos homeopáticos. Pero eso
es algo que no tiene una especial relación con el método del que he hablado
esta noche al referirme a los nosodas,
de los que la mayoría están más o menos bien informados de los principios de
repetición correctos para que no puedan provocar ningún perjuicio. Existe otra
escuela que se ha ocupado independientemente de la administración oral de las
vacunas, y que en la actualidad utiliza con profusión estados menos potenciados
de estas vacunas, administrándolas oralmente. Por lo que respecta a los
representantes de estas escuelas, que pueden encontrarse por todo el mundo, no
han utilizado ninguna dilución más alta que la que corresponde a la
cuarta potencia. En los últimos años, Besredka y otros han prestado una enorme
contribución para demostrar la eficacia de la administración oral de las
vacunas, tanto en la profilaxis como en la curación de la enfermedad. Un gran
número de experimentos ha demostrado que los animales pueden ser inmunizados
contra organismos vivos a los que son muy sensibles, administrándoles oralmente
algunas dosis de las mismas bacterias muertas de la vacuna. Además, pruebas
realizadas con la tropa han obtenido resultados muy positivos por cuanto
respecta al poder de los mismos preparados para la protección contra el tifus y
la disentería y otros tipos de infecciones corrientes, de manera que, por el
momento, la vacuna oral se convierte en un factor estable de profilaxis y
tratamiento, involucrando a la industria farmacéutica de este país y de todo el
continente para la fabricación de estos preparados en gran escala. Las
sustancias no se hallan potenciadas en el sentido estricto del término, pero
gracias al diminuto tamaño de las bacterias, la cantidad total que contiene la
vacuna es muy reducida, correspondiendo probablemente a la segunda o tercera
potencia del remedio homeopático. De ahí que sea algo muy cercano a las
potencias utilizada pro la homeopatía. Este método, que se extiende con rapidez
y gana cada día más adeptos, proviene íntegramente de la escuela alopática y no
está relacionado con la homeopatía. Se ha desarrollado de forma bastante
independiente a partir de los laboratorios científicos de la vieja escuela.
También aquí se ha redescubierto sin saberlo la obra de Hahnemann, fabricándose
infinidad de remedios, si bien sólo en potencias reducidas. La vieja escuela
está emprendiendo el intento de formular una materia médica integral basándose en los diferentes tipos de
organismos, de los que a su vez hay multitudes de variedades diferentes.
Para ilustrárselo a ustedes con un ejemplo, me
gustaría citar una de nuestras empresas farmacéuticas líderes, en una reseña
aparecida en nuestro boletín trimestral.
“El terapeuta vacunador afirma que la
administración de vacunas por inyección subcutánea ha demostrado ser excepcionalmente
afectiva en un gran número de casos. Pero habrá que admitir que hay muchos
casos en los que existen contraindicaciones a la terapia de vacunación. Entre
ellos se cuentan casos agudos de fiebre y pacientes nerviosos que reaccionan
con hipersensibilidad.”
“No todo el mundo sabe que en infecciones por
estafilococos y estreptococos las vacunas administradas por vía oral, que
pueden tragarse igual que un medicamento normal, son igual de eficaces, o
incluso más, que las vacunas inyectadas. Muchas visitas al médico para ponerse
la inyección de una vacuna son innecesarias, puesto que el paciente puede tomar
sin problema alguno la vacuna en su propia casa por vía oral, cuando así lo
prescribe el médico. En el tratamiento de úlceras y carbuncos se han obtenido
resultados abrumadores.”
Otro aspecto que todo homeópata debe reconocer
(Hahnemann era muy consciente de ello) es la imperfección de la materia médica, y el hecho de que no
puede cubrir todas las enfermedades existentes. Además, Hahnemann reconoció
que, debido a cambiantes circunstancias de la civilización, podrían surgir
nuevas enfermedades que exigirían buscar nuevos reme dios. A este respecto este
hombre genial también se dio cuenta de que el ser humano puede encontrar en la
naturaleza infinidad de remedios para contrarrestar cualquier posible
enfermedad que surja. Las siguientes citas del Organon de Hahnemann demuestran que reconoció la necesidad de
encontrar muchos más remedios de los ya existentes, además de darse cuenta del
trabajo que debían realizar sus sucesores para seguir desarrollando sus
originales descubrimientos para no perder el compás de la enfermedad, con sus
formas de aparición continuamente cambiantes.
“Como el número de remedios cuyo efecto
positivo se ha ensayado con toda exactitud sigue siendo reducido, puede suceder
que en la relación de síntomas del medicamento adecuado sólo pueda encontrarse
una parte pequeña de los síntomas de una enfermedad. Por consiguiente, a falta
de un remedio completo, deberá seguirse utilizando uno incompleto” (párrafo 133).
“Si el remedio que se ha elegido en primer
lugar se corresponde exactamente con la enfermedad, debe curarla. Pero si el
remedio elegido no es exactamente homeopático debido a la insuficiencia de
remedios totalmente comprobados, hecho éste que limitará nuestra elección,
aflorarán nuevos síntomas que a su vez nos indicarán el camino hacia el
siguiente remedio que probablemente demostrará ser eficaz” (párrafo 184).
“Sólo cuando dispongamos de una cantidad
considerable de remedios de los que conozcamos con exactitud su efecto
positivo, podremos encontrar una solución para cada una de las infinitas
enfermedades naturales que existen.”
“¡Cual no será la repercusión sobre el reino
poco menos que ilimitado de la enfermedad cuando miles de observadores precisos
e infatigables hayan trabajado en el descubrimiento de este primer elemento de
una materia médica racional en lugar
de uno solo como ha sucedido hasta ahora! ¡Entonces el arte de la medicina
dejará de sufrir la burla de ser considerado un arte de conjeturas carentes de
todo fundamento!”(párrafo 122).
El reconocimiento de Hahnemann de la
multiplicidad de formas de manifestación de la enfermedad se ilustra claramente
en la siguiente declaración:
“Toda epidemia o enfermedad colectiva de
aparición esporádica debe ser considerada y tratada como una perturbación
definida e individual que nunca antes había aparecido en esa forma, en esas
personas y en esas circunstancias, y que no podrá volver a aparecer sobre la
tierra exactamente con las mismas características” (párrafo 60).
“Toda enfermedad epidémica de nuestro mundo es
diferente a las demás, a excepción de las escasas epidemias causadas por una
sustancia infecciosa concreta e invariable. Además, todo caso de enfermedad
epidémica o esporádica es diferente a las demás a excepción de aquellos que se
inscriben dentro de una enfermedad colectiva que ya he mencionado en otro
momento. Por lo tanto, el médico juicioso juzgará cada caso de enfermedad que
venga a su consulta conforme a sus peculiaridades características individuales.
Una vez que haya examinado a fondo los rasgos individuales del carácter de su
paciente y haya establecido todos los indicios y síntomas (que sí existen, pues
se han detectado) y con un medio individual adecuado” (párrafo 48)
el último punto que me gustaría subrayar es el
hecho de que Hahnemann también previó una inagotable cantidad de remedios, y
que bastaría emprender los esfuerzos necesarios para encontrarlos. Citémosle
una vez más:
“Por otra parte, las fuerzas que ¿provocan?
la enfermedad, y que habitualmente se denominan medicamentos o remedios
pueden utilizarse de forma mucho más provechosa para fines curativos, con mayor
seguridad y con posibilidades de elección casi ilimitadas. Podemos influir en
la virulencia y duración de la contra enfermedad que provocamos con el remedio
(la contra enfermedad debe vencer a la enfermedad natural que estamos obligados
a tratar), puesto que podemos determinar la dosificación del remedio. Dado que
cada remedio se diferencia de todos los demás y que posee un amplio abanico de
efectos, en la infinidad de medios están a nuestra disposición muchas
enfermedades artificiales que, mediante una selección acertada, podemos
enfrentar al desarrollo natural de las enfermedades y dolencias del hombre,
pudiendo eliminar con rapidez y seguridad las alteraciones naturales del hombre
con ayuda de enfermedades muy parecidas que provocamos artificialmente “
(párrafo 37).
No existe duda alguna de que estos nosodas
jugarán un gran papel en el futuro tratamiento de la enfermedad, y, sí son
esencialmente homeopáticos, existen dos razones para que vengan al mundo por
canales homeopáticos: primera, que cualquier ampliación de la obra de
Hahnemann debería incorporarse a la homeopatía tal como fue fundada por él, por
natural respeto hacia su genio excepcional; segunda y más importante,
que esos nosodas sólo serán realmente efectivos cuando se combinen con otro
tratamiento homeopático. No debe olvidarse que probablemente estos nosodas
representen sólo una parte de la enfermedad que Hahnemann resumió con el nombre
de psora, y que, por lo tanto, su
efecto sólo está limitado a un determinada fase del tratamiento, por lo que no
se puede esperar bajo ninguna circunstancia que cubran el espectro completo de
la enfermedad. Por ello, el médico efectivo deberá tener a su disposición todos
los demás remedios registrados en la farmacopea del momento o que ingresen a
ella en el futuro, de forma que pueda tratar todo el espectro de enfermedades;
aunque la alopatía está absolutamente dispuesta a aceptar los nosodas o vacunas
orales de diferentes formas de bacterias (como se llaman en la alopatía),
puesto que si limita la nueva farmacopea a este remedio no podrá sacar provecho
de los siglos de experiencia que tiene la homeopatía con las diversas plantas
medicinales y remedios naturales.
Estos nosodas pueden considerarse como
importantes poderes limpiadores que mejoran el estado de un paciente y que, en
determinados casos, procuran una curación completa; en otros, mejoran el estado
general del paciente, que antes no mostraba reacciones, de forma que responda
mucho mejor a otros remedios. También aquí tiene una importancia capital para
el tratamiento sopesar minuciosamente la repetición de las dosis en función de
la reacción del paciente, una ley con la que están familiarizados todos los
homeópatas y a la que los alópatas les cuesta mucho acostumbrarse.
Cuando estos nosodas sean introducidos por los
alópatas, sus expectativas de éxito serán muy escasas en comparación con las
que tendrían con ayuda de los homeópatas, precisamente por los dos puntos
mencionados: la falta de una materia
médica completa y la ley comparativamente poco conocida de la correcta
pauta de repetición en la administración del remedio.
Los resultados prácticos de estos medios han
sido tan buenos que actualmente están siendo utilizados en Inglaterra por más
alópatas que homeópatas. A algunos de ellos, los nosodas los han alejado
completamente de las inyecciones normales y del viejo método de la inyección subcutánea.
Puede reconocerse el peligro concreto de que se extienda demasiado en la
práctica sin ser supervisada por alguna instancia de control, pues sólo debería
ser utilizada por personas con una formación médica. La existencia de la
homeopatía en este país depende en cierta medida de su facultad de curar casos
en los que ha fracasado la alopatía. La alopatía, que está en posesión de estos
medios y que los aplica correctamente, puede obtener éxitos curativos
considerablemente mayores que antaño, y pueden estar seguros de que la alopatía
afirmará que los nosodas son un descubrimiento exclusivo suyo cuando asuma este
método y reconozca los intervalos correctos entre dos administraciones del
remedio. En la figura del doctor Paterson de Glasgow tenemos hoy a nuestros
propios patólogos que trabajan con estos nosodas, que los fabrica y que se
dedica a hacer avanzar la investigación de este método, de manera que la
investigación de los nosodas se amplia dentro de sus propias filas.
Para concluir, quisiera recordarles algunas
líneas de una conferencia que pronuncié en abril de 1920, líneas que decían lo
siguiente:
“Entretanto, hemos tenido que reconocer que la
ciencia ha confirmado de forma completamente distinta los principio de la
homeopatía. Hahnemann merece todos los honores por haberse adelantado a la
ciencia en más de un siglo.”
“En general, la postura actual de los médicos
contempla la homeopatía. Pero sólo cuando nos demos cuenta y reconozcamos de
una vez por todas qué es lo que sucederá en breve con total seguridad, el hecho
de que la moderna investigación desarrollada por los alópatas demostrará con
rapidez las leyes de Hahnemann y que nos orientará en ese sentido,
reconociéndose la homeopatía como la ciencia maravillosa que es.”
“Siéntanse orgullosos todos los miembros de su
Sociedad de encontrarse entre los pioneros. No se desvían ni un milímetro de
las leyes fundamentales de su gran predecesor. Porque la ciencia demuestra su
doctrina hasta el mínimo detalle: el medio similar, la dosis única y el peligro
de la administración repetida y precipitada del remedio.”
“Surgirá una lucha entre la antigua y la
moderna homeopatía. Deberíamos velar para que la vieja homeopatía se viera
correspondida con el respeto que merece, para que se mantenga a un alto nivel,
y, fieles a sus enseñanzas, no permitir que sea arrollada por la marea de la
ciencia que va pisándole los talones a Hahnemann.”
Desearía que, en lugar de siete grupos de
bacterias, pudiéramos presentarles siete plantas medicinales, porque en muchos
parece seguir persistiendo un cierto recato a utilizar en el tratamiento de la
enfermedad un medio que está relacionado con la misma. Tal vez sea ésa una
postura un tanto estrecha de miras; en este siglo tendemos fuertemente a querer
mantener absolutamente pura la medicina, y, por tanto, hemos caído un poco en
el extremo contrario, tal vez como reacción a las prácticas medievales y la
moderna vivisección. Además, podría ser que los organismos que utilizamos sean
provechosos para la humanidad en vez de perjudiciales.
Estamos realizando todos los esfuerzos
imaginables para sustituir los nosodas bacterianos por plantas, y, en efecto,
hemos encontrado algunas plantas que se corresponden casi con exactitud. La
especie ornitogalum, por ejemplo,
tiene oscilaciones casi idénticas a las del grupo de Morgan, y hemos
descubierto un alga que posee casi todas las propiedades del bacilo de la
disentería, pero sigue faltando algo que nos impide separarnos de los nosodas
bacterianos. Este punto decisivo es la polaridad. Los remedios de la naturaleza
poseen una polaridad positiva cuando se los potencia, por el contrario, los que
están ligados a la enfermedad tienen polaridad contrapuesta, y parece al mismo
tiempo que es esa polaridad contrapuesta la que es importante para los éxitos
que se obtienen con los nosodas bacterianos. Tal vez en el futuro se descubra
alguna otra forma de potenciación que haga posible invertir la polaridad de los
elementos y plantas naturales simples, pero por el momento no tenemos
alternativa.
El efecto positivo de estos nosodas se
reconoce hoy día a nivel internacional, y los éxitos diarios que se cosechan en
la lucha contra la enfermedad son abrumadores, de manera que no hay visos de
que la utilidad de estos nosodas deba escatimarse a la humanidad hasta que
hayamos encontrado otro método de vencer a la psora de Hahnemann con otro medioque esté a la altura de la
mentalidad estética de los más exigentes. Es infinitamente más importante el
hecho de que este método debería reconocerse como una continuación de la obra
de Hahnemann, y aunque no esté completa, deberíamos pensar que nos allana el
camino a futuros descubrimientos. La escuela homeopática debería observar y
apoyar el ulterior desarrollo de este método, que no debería caer en manos
equivocadas, en personas que no comprendan los principios fundamentales en que
se basa.
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