jueves, 23 de febrero de 2012



LA MADRE DE TODAS LAS BATALLAS:  HA                            COMENZADO
SADDAM HUSEIN (1937--2006)

“Sabíamos que es un cabrón, pero era nuestro cabrón”: las palabras con que Jeffrey Kemp, asesoren materia de seguridad del presidente estadunidense Ronald Reagan, se refirió al dictador iraquí Saddam Husein son la mejor expresión del pragmatismo de la política exterior americana, que a menudo no sólo tuerce la moral, sino que directamente la rompe. Cuando, en el verano de 1990 , el ejército iraquí invadió Kuwait y Husein declaró que el pequeño estado petrolífero vecino se había convertido en una provincia de Irak, el  gobierno estadounidense se dio cuenta de que el refrán que afirma que “que el enemigo de mi enemigo es mi amigo” no siempre es la mejor guía de conducta.
 En 1957 Saddam Husein había ingresado en el partido del Renacimiento Árabe Socialista (Baas), de ideología laica, nacionalista y revolucionaria. Era la época en la que las universidades iraquíes vivían un clima de profundo rechazo al colonialismo británico y a la intervención política estadounidense. Saddam ascendió dentro del partido y participó en algunos intentos de sublevación y atentados políticos. Cuando finalmente el partido llegó al poder en 1968 tras un golpe de estado, Sadam fue nombrado ministro de Seguridad. Después dirigió la estatalización de la industria petrolífera y en 1979 el jefe de estado Admed Hassan Al-Bakr, ya enfermó, lo designó como sucesor. Con el beneplácito de Estados Unidos, en 1980 Saddam atacó al estado vecino de Irán a lo largo de un frente de varios cientos de kilómetros y, con ello,             desencadeno la primera guerra del golfo. El ataque contra Irán resultó conveniente para muchos estados, sobre todo para Estados Unidos. Un año antes, en enero de 1979, con la revolución islámica y la caída del Sha Pahlevi, los americanos no sólo habían perdido un aliado importante, sino que en su lugar ahora tenían un nuevo enemigo. El ayatollah Jomeini máximo dirigente de Irán, proclamó un estado teocrático islamista y declaró que Estados Unidos e Israel eran sus mayores enemigos. El 4 de noviembre de 1979, un grupo de partidarios de la revolución, formado sobre todos por estudiantes, atacó la embajada norteamericana en Teheran, tomó como rehenes a sesenta y seis ciudadanos americanos y los retuvo durante casi catorce meses, hasta el 20 de enero de 1981. En abril de 1980, el intento del presidente estadounidense Jimmy Carter de liberar a los rehenes con un comando militar secreto terminó en desastre. Las imágenes de los aviones militares americanos derribados en el desierto iraní dieron la vuelta al mundo, y en otoño Carter perdió las elecciones para su segunda presidencia ante Ronald Reagan.  Al mismo tiempo los dirigentes árabes de la religión se sentían amenazados por el fundamentalismo de Irán. ¿Barrera la ola de la revolución islámica también sus regímenes? El peligro parecía especialmente alto en Irak, pues la corriente chiita, la tendencia religiosa dominante en Irán, también tenía muchos partidarios entre la población iraquí. Occidente, además, temía por su ministro de petróleo. Por si todo esto no fuera poco, en 1978 la región se convirtió en el foco de la Guerra Fría cuando las tropas soviéticas invadieron Afganistán y demostraron así sus pretensiones de poder en esta zona del mundo. En esta coyuntura, la figura de Saddam Husein venía bien a Occidente. En la década de 1970 Husein ya había conseguido mucho armamento gracias a la ayuda de la Unión Soviética, y ahora Occidente le entregó dinero y más armas. La ayuda financiera procedía sobre todo de Estados árabes, en primer lugar de Arabia Saudita y Kuwait; el armamento militar, de Estados Unidos y Europa. Además, los americanos le facilitaron imágenes de satélite de los despliegues de las tropas iraníes y le señalaron los mejores objetivos en Irán para los ataques aéreos iraquíes. Francia incluso apoyó a Saddam con la construcción de un reactor nuclear. Esto pareció excesivo a los israelíes, que temiendo por la subsistencia de su estado, en 1981 destruyeron la instalación en construcción con ataque aéreo masivo. Las plantas químicas, construidas con ayuda alemana, permanecieron en pie y Saddam las utilizó para producir--- gracias al suministro de productos intermedios por parte de Estados Unidos--- el gas tóxico que más tarde empleó de forma masiva contra las tropas iraníes. Con todo, Saddam no pudo ganar la guerra contra Irán. La llamada primera guerra del Golfo terminó con el armisticio que se firmó en agosto de 1988.
  Durante todo este tiempo, los Estados Unidos también habían suministrado armas al archienemigo Irán como contrapartida de la liberación de los rehenes americanos, retenidos en la embajada. Con los ingresos producidos por esta venta de armas el gobierno norteamericano  apoyó a los contra revolucionarios que en Nicaragua se habían levantado contra un régimen, el sandinista, caído en desgracia ante Estados Unidos.
 Tras el armisticio con Irán, a principios de 1988, Saddam Husein se declaró vencedor de la Guerra; sin embargo, su país estaba en ruina. La oposición daba señales de vida. En el norte del país los kurdos se alzaron en rebelión y en marzo de 1988 Saddam empleó también contra ellos el gas tóxico. La revuelta fue sofocada. Los estados árabes, que hasta entonces habían apoyado a Saddam, ahora se negaron a condonar las inmensas deudas que había contraído con ellos. Irak estaba definitivamente en bancarrota. Ante tal situación, Saddam optó por provocar otro conflicto: sus tropas atacaron Kuwait.
 En esta ocasión, sin embargo, no calculó bien la reacción mundial. Las naciones industriales, sobre todo Estados Unidos, vieron amenazado su acceso a los recursos petrolíferos de la región. En las Naciones Unidas de Nueva York excepcionalmente todos estuvieron de acuerdo: se dio un ultimátum a Saddam Husein para que retirara sus tropas de Kuwait. No pasó nada. Las tropas que se habían desplegado en la región del Golfo, sobre todo las estadunidenses, británicas y francesas, con algunos estados árabes aliados, pasaron a la acción al término del último ultimátum, el 17 de enero de 1991. El presidente norteamericano George Bush sr declaró: “La liberación de Kuwait ha comenzado” En la radio iraquí tomó la palabra Saddam Husein; no está claro si su intervención fue en directo o registrada. Con el lenguaje metafórico típico del idioma árabe, exclamó: “Valientes soldados iraquíes, ¡combatidlos! ¡Luchad! ¡ La madre de toda las batallas ha comenzado!”.
  En ese momento nadie podía estar seguro de sí aumentaría la intensidad de la guerra. ¿ Volvería a utilizar Saddam Husein el gas tóxico o recurriría incluso a las armas nucleares? Los misiles iraquíes pronto cayeron en Israel. Se repartieron máscaras de gas entre la población, pero los misiles no transportaba gas tóxico. Sin embargo, todavía no se sabía si el ejército iraquí utilizaría gas tóxico en la guerra terrestre contra los soldados aliados.
 El lema de “la madre de todas las batallas” quedó grabado en la memoria colectiva de todo el mundo y pasó a engrosar el patrimonio lingüístico de Occidente. La metáfora de Saddam fue utilizada en todos los contextos posibles, siempre que alguien quisiera referirse a algo: “original”, a lo “primero” o “paradigma” de algo: la “madre de todos los talks—hows”, la “madre de todos los boygroups”.
 Tras semanas de ataques aéreos masivos, el 24 de febrero comenzó la guerra terrestre. En pocos días fue vencido el ejército iraquí ya muy debilitado al comienzo de la ofensiva terrestre. El presidente Bush sr ordenó el alto fuego antes de que las tropas aliadas hubieran invadido Bagdad. En el norte de Irak se rebelaron los kurdos a quienes los americanos habían prometido que respaldarían su lucha de liberación. Pero los americanos los dejaron en la estacada y la revuelta fue brutalmente sofocada por los restos del ejército iraquí. Los norteamericanos se fueron a casa y Saddam siguió en el poder.
 ¿Se había evitado la “madre de todas las batallas” pese a que. Según algunas estimaciones, se habían producido un cuarto de millón de muertes. Si consideramos la magnitud de la violencia y la destrucción, por otra parte no pequeña, la respuesta es que sí. En la historia universal ha habido guerras mucho peores.
 Hubieron de pasar más de doce años antes de que en 2003 el presidente norteamericano George W. Bush, hijo de George Bush, sr venciera definitivamente a Saddam Husein en la tercera guerra del Golfo Saddam desapareció y los soldados americanos tardaron meses en encontrar su escondite y apresarlo, Los motivos para iniciar la tercera guerra del Golfo habían sido falsos. El gobierno de Buhs acusó a Saddam Husein de poseer armas destructivas masivas, pero estas no se encontraron. Por otro lado, se había intentado presentar a Saddam Husein ante la opinión pública americana como el máximo patrocinador, o incluso el autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Aunque este vínculo no se pudo probar, muchos ciudadanos americanos creyeron que era cierto.
  Con la caída de Saddam Husein, los Estados Unidos se convirtieron en una potencia de ocupación. Ahora se mostró a las claras que no tenían ningún plan consistente para convertir Irak, un estado en el que conviven muchas naciones, en una democracia y que tan poco comprendían la mentalidad de la población. Si bien la tiranía de Saddam Husein había sido una dictadura inaceptable y constituía un peligro latente para la región del golfo, ahora el país se unió en la anarquía y se convirtió en el campo de pruebas más importante para el terrorismo del mundo entero. La guerra civil larvada en que se empantanó el país a principios de 2006 hizo temer a muchos observadores que Irak pudiera convertirse para Estados Unidos en un segundo Vietnam

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