Para reafirmar la hegemonía de Roma en el mundo y humillar, de paso, a la orgullosa y mucho más vieja nación hibérica, Julio César modificó el calendario lunar ibérico por el que se regía la inmensa mayoría de los pueblos de la Antigüedad, trasladando el inicio del año del día 1 de marzo al 1 de Enero. Progresivamente, todas las naciones fueron sometiéndose a esta arbitraria imposición romana, de tal modo que en el lapso de varias centurias todos los pueblos europeos fueron adoptando el desde entonces denominado calendario Juliano. Los pueblos ibéricos iban a ser, sin embargo, los que con mayor virulencia rechazaran el nuevo calendario, permaneciendo fieles a su viejo cómputo ancestral y concentrando en los meses de Febrero, Marzo y Abril, en el contexto del antiguo Año Nuevo, todas sus más sagradas, antiguas e importantes celebraciones.
Un hecho que sigue prevaleciendo hoy, dos mil años después del cambio de calendario, con buena parte de España bullendo en fiestas populares de toda índole que se desarrollan desde mediados del mes de Enero hasta las primeras semanas del mes de Mayo y que convierten a la geografía ibérica en el más variopinto, colorista, intenso y luminoso muestrario de fiestas populares de todo el planeta. Todo ello girando en torno a la celebración del Nuevo Año y con toda suerte de festejos religiosos y profanos que no son sino recreaciones de unos rituales cuyas raíces se hunden en la Prehistoria.
Aunque la fecha de inicio del año ha vagado, en la Antigüedad, por los meses del período descrito, la del 1º de Marzo acabaría imponiéndose a todas las demás, escenificándose en ese día un hermoso, poético y antiquísimo ritual al que se conocía con el nombre de Noche de marzas y a través del cual se conmemoraba el nacimiento de la vida (localizado siempre en esas fechas), el inicio del año y el comienzo de la primavera. Y de ahí el que los ingredientes fundamentales de la Fiesta Marzera fueran siempre el fuego, la música, las danzas y, sobre todo, la vegetación y las flores. Todo ello girando en torno al toque del cuerno, turullo o sofar, al llegar las doce de la noche y en medio del más estricto silencio, precediendo al canto de las Marzas a la usanza tradicional, con los asistentes divididos en dos coros que van cantando alternativamente las estrofas que integran el ritual marzero. En el centro y presidiendo el acto, las ramas y flores del Marzandrón o monumento floral en torno al que se celebraba la fiesta y que simboliza la floración o alumbramiento de la vida. Ramos y flores que se suponían bendecidos por el fuego y que recogidos al final del acto por todos los Marzeros, eran diseminados después, simbólicamente, por casas, campos y caminos. Fueron los coloristas Marzandrones los que habrían de dar nombre a las macedonias o ensaladas de frutas... Tal ha sido, en suma, la Nochevieja de los Españoles hasta épocas muy próximas a nosotros. Una forma bellísima y muy poética de empezar el año, coincidiendo con ese despertar de la Prima-Bera que es, en definitiva el fundamento y detonante de toda esta tradición.
La Noche de Marzas era la elegida por los antiguos Españoles para realizar las votaciones de las que se derivaba la renovación de los cargos de Juntas y de Concejos, fieles en este caso a unas tradiciones democráticas que siempre estuvieron enormemente arraigadas en la Península Ibérica y que se adelantaron en decenas de miles de años a la supuesta invención de la democracia en la Grecia clásica.
Aunque el mundo occidental acabaría plegándose al nuevo Calendario impuesto por Roma, las gentes del norte de España siguieron cantando las Marzas en la noche del 28/29 de Febrero. Cantando las Marzas y celebrando, al hacerlo, la llegada del nuevo año. Que por ello se pasa revista a todos los meses del año en las sencillas y bellas letrillas de las coplas marceras. Sin embargo y a la postre, acabaría sucediendo lo que era inevitable: arrollados por la costumbre de los demás pueblos de Occidente, los pueblos del norte de España empezaron a celebrar también la Nochevieja del 31 de Diciembre, yendo a desembocar así en la esquizofrénica situación de celebrar dos veces, en el lapso de dos meses, la despedida del año. Porque muchos de ellos se mantuvieron fieles a la cita ancestral del último día del mes de Hebrero = Febrero, ignorantes ya, eso sí, de que al cantar las Marzas estaban saludando al nuevo año. Aunque a pesar de todo, persiste una diferencia sustancial entre las noches del 31-D y del 28-F. Esta última se celebra porque se siente, estando literalmente preñada de contenido cultural y tradicional. Por el contrario, la última noche de Diciembre se festeja simplemente porque toca, sin que exista tradición alguna propia de ella. Porque incluso la costumbre de vestir una prenda de color rojo en esa noche, tiene su origen en el papel crucial que el fuego representaba en la Noche de Marzas, símbolo del nacimiento de la vida sobre la Tierra –supuestamente en esa noche- como consecuencia de la caída de la Estrella Solar sobre la superficie de nuestro planeta. Prodigiosamente, pues, dos mil años de imposición no han conseguido que algunos millares de Españoles abjuraran de su más vieja tradición, por mucho que hasta el redescubrimiento de todos estos hechos a partir de 1987 por Jorge Mª Ribero-Meneses, nadie recordara ya cuál era el origen y el significado de las Marzas, habiéndose perdido también la mayor parte de sus antiquísimos ingredientes.
El hecho de haber identificado el origen, significado y contenido de las Marzas, ha hecho que lleguen a cobrar un enorme auge en las regiones en las que tuvieran su origen, siendo mayor cada año el número de pueblos que las rehabilitan. Y en cuanto a las ciudades, en el año 2000 son ya Santander, Burgos, Valladolid y León las que, por este orden, han ido recuperando la más importante de todas las tradiciones ibéricas, raíz y modelo de otras tales como las... Mayas, Candelas, Enramadas, Ramos, Fallas, Hogueras de San Juan, Batallas florales, Juegos florales, Alfombras de flores del Corpus, Carrozas de flores, Monumentos florales del Jueves Santo, Pingado del Mayo, Árboles de Navidad, Cucañas, Ofrendas florales del mes de Mayo, Cantos de ronda, Quemas del Judas, Corridas de gansos o de gallos, Bajadas del Ángel del Domingo de Pascua, Flores y fuegos de San Antón y un larguísimo etcétera. Amén, por supuesto, de losAntroidos o Carnavales que no son sino los antiguos desbocados festejos con los que se despedía al Viejo Año. O de la elaboración de los marza-panes o panes de Marzo en los que se representaban los doce símbolos del Zodíaco, así como de las monas o huevos de Pascua con los que también se simbolizaba el nacimiento de la vida.
Los antiguos Españoles, una vez superados los Carnavales llegaban a la esperadísima fecha del último día de Febrero, se reunían a la anochecida con el fin de saludar al nuevo año y de rendirle culto a la mujer. Lo primero, el saludo, a base de pasar revista a todos los meses del año, subrayando sus matices más significativos. Y lo segundo, el culto, exteriorizando la fascinación que las mujeres de todos los tiempos han producido en sus adoradores masculinos y que tan patente queda en el enunciado de las bellísimas coplas que componen el canto de las Marzas, festivas y picantes unas veces, incisivas otras, rebeldes algunas y muy poéticas y hermosas siempre. Hasta la defensa de la libertad de los seres humanos e incluso de los animales estaba ya enunciada en ellas.
Febrero = Hebrero, al igual que Hiberia o que la voz fenicia eberim, significa final, postrero. Y si Febrero es el mes más corto del año es precisamente porque es el último. Porque con esos veintiocho o veintinueve días del mes de Hebrero, lo que se hacía era efectuar el necesario reajuste del tiempo que impone la duración real del año de 365 días y 6 horas. El año se iniciaba, pues con la Prima-Bera o, lo que lo mismo, con la Primera Luna de Marzo. A partir de dicho mes se contabilizaban los meses sucesivos a tenor de las lunas, denominándolos sencillamente Segunda Luna, Tercera Luna, etc., hasta llegar las lunas séptima, octava, novena y décima que han conservado sus antiguos nombres. De este modo, los meses de Septiem-bre, Octu-bre, Noviem-bre y Diciem-bre pueden considerarse como auténticas reliquias de ese antiguo cómputo mensual, ibérico, por el que se rigieron todas las naciones del mundo antiguo. Judíos, Kurdos y Persas celebraban y celebran el principio del año en Marzo y en cuanto a los Chinos, su fecha, variable, suele situarse entre los primeros y los últimos días de Febrero. Por testimonio de Julio Aphricano sabemos que Heber, en la antiquísima lengua de España, significaba Luna. Noticia a la que debe sumarse la que nos aporta José Pellicer (s. XVII) en su Aparato a la Monarquía antigua de las Españas:
Era en España el mes primero o Ber el que corresponde a Marzo. El segundo, Abril, y así los demás hasta el duodécimo. Esta denominación española conservan hasta hoy casi todas las naciones occidentales, en las cuatro. Conviene a saber: Septem-ber, Octo-ber, Novem-ber y Decem-ber, que son las Lunas Séptima, Octava, Novena y Décima.
La celebración de la Noche de Marzas representa, en suma, el último aliento de la resistencia ibérica y de todo el Occidente europeo contra la rahez y desalmada dominación romana, así como contra el empeño con el que Roma trató de arrasar hasta el más mínimo vestigio de la identidad cultural e histórica de esos pueblos, los más antiguos de la Tierra, a los que envidiaba de una manera auténticamente obsesiva. Todo lo cual convierte a las Marzas en un auténtico monumento o reliquia histórica de incalculable valor, tanto más importante cuanto que se trata de una tradición absolutamente vigente y fuertemente enraizada en el acervo tradicional del norte de España.
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