domingo, 20 de noviembre de 2011

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               EL MITO DE LOS ATRIDAS:






En el siglo XII a.C., hacia 1190, la arqueología ha detectado que las fortalezas aqueas son destruidas, iniciándose una etapa de empobrecimiento generalizado de la cultura egea. Tradicionalmente se acusaba a los dorios, con sus nuevas invasiones, de la caída de la cultura micénica. Modernamente se ha argumentado que, quizás, se hayan producido en este momentos intensas revueltas sociales y luchas internas contra el despotismo que habría caracterizado el poder de los príncipes aqueos. En todo caso, no debemos olvidar que es en estos momentos cuando como consecuencia de las invasiones de los denominados "Pueblos del Mar" se produce, simultáneamente, el ocaso del imperio Hitita y la ruina de Ugarit, en tanto que en Egipto tenemos constancia de los intensos esfuerzos de los faraones para hacer frente a los nuevos pueblos invasores. En torno al 1230 en el caso de Menephtah y hacia 1191 para Ramsés III están documentadas en la epigrafía egipcia las luchas sostenidas por los ejércitos faraónicos contra esos denominados "Pueblos del Mar", que llegaron al Delta del Nilo procedentes del Mediterráneo. Los dorios, causantes de la destrucción aquea, procedían de la Europa Central y Rusia Meridional, y a pesar de que eran portadores de una cultura más ruda y atrasada lo cierto es que ya conocían el empleo del hierro, lo que facilitó su victoria e implantación en la Hélade. En este contexto habría que situar las narraciones legendarias griegas sobre el retorno de los Heráclidas, que habrían sido los pueblos dorios conducidos por los hijos de Hércules.





En el siglo XII a.C., hacia 1190, la arqueología ha detectado que las fortalezas aqueas son destruidas, iniciándose una etapa de empobrecimiento generalizado de la cultura egea. Tradicionalmente se acusaba a los dorios, con sus nuevas invasiones, de la caída de la cultura micénica. Modernamente se ha argumentado que, quizás, se hayan producido en este momentos intensas revueltas sociales y luchas internas contra el despotismo que habría caracterizado el poder de los príncipes aqueos. En todo caso, no debemos olvidar que es en estos momentos cuando como consecuencia de las invasiones de los denominados "Pueblos del Mar" se produce, simultáneamente, el ocaso del imperio Hitita y la ruina de Ugarit, en tanto que en Egipto tenemos constancia de los intensos esfuerzos de los faraones para hacer frente a los nuevos pueblos invasores. En torno al 1230 en el caso de Menephtah y hacia 1191 para Ramsés III están documentadas en la epigrafía egipcia las luchas sostenidas por los ejércitos faraónicos contra esos denominados "Pueblos del Mar", que llegaron al Delta del Nilo procedentes del Mediterráneo. Los dorios, causantes de la destrucción aquea, procedían de la Europa Central y Rusia Meridional, y a pesar de que eran portadores de una cultura más ruda y atrasada lo cierto es que ya conocían el empleo del hierro, lo que facilitó su victoria e implantación en la Hélade. En este contexto habría que situar las narraciones legendarias griegas sobre el retorno de los Heráclidas, que habrían sido los pueblos dorios conducidos por los hijos de Hércules.












Murallas de Tirinto. Bóveda de una de las galerías.









Ahora, con la destrucción de los centros de poder micénico, estos son sustituidos por otros nuevos que se levantan en sus cercanías. Es el caso de Micenas y Tirinto, sustituidos por Argos, o el de Orcómenos, al que ahora suplanta Tebas. Se ha acreditado que las viejas ciudadelas son destruidas, a menudo gracias a la acción de intensos incendios y se convierten en despoblados. Con la caída de los micénicos se produce en Grecia una importante regresión a los tiempos del Pasado y, por ejemplo, se pierden los conocimientos del arte de navegar o los sistemas de escritura. Se conservará, afortunadamente, el arte de la alfarería y se incorporan ahora las nuevas técnicas de trabajo del hierro que los pueblos invasores portaban.







Con independencia de lo anterior, quizás no haya que descartar la posibilidad de que, facilitadas por esa oleada de invasiones que los documentos antiguos egipcios reflejan, se produjeran en Grecia luchas revolucionarias internas contra el poder de los príncipes micénicos. Las leyendas recogidas por Homero, generalmente tan fiables, nos dicen que cuando Agamenón retornó de Troya murió a manos de su esposa Clitemnestra, compinchada con su amante Egisto. Quizás en el transfondo de esta afirmación de Homero y, en general, en la propia mitología de la familia de los Atridas, hayan de buscarse elementos que nos hablen de esa etapa de enfrentamientos en Micenas que podrían haber ayudado a facilitar el fin de esta civilización.







Las narraciones legendarias sobre la familia Atrida nos narra, por ejemplo, como Atreo, el padre de Agamenón, asesinó a los hijos de su hermano Tiestes, para impedir que más adelante pudieran arrebatarle el trono. En una acción sin duda truculenta Atreo, tras asesinar a sus sobrinos, los sirvió guisados en una comida que ofreció a su propio hermano, quién huyó horrorizado jurando venganza, que conseguiría otro de los hijos de Tiestes, Egisto, que más adelante tuvo oportunidad de matar al impío Atreo y restaurar a Tiestes en el trono de Micenas.







Pasado el tiempo, el mito nos narra como Agamenón, hijo de Atreo, expulsa nuevamente del trono a su tío Tiestes, partiendo a continuación, en su calidad de "Rey de Reyes" a sitiar Troya, encontrándose, a su regreso, con que su propia esposa Clitemnestra, en complicidad con Egisto, convertido ahora en su amante, no dudan en asesinarle. Posteriormente, Orestes, hijo de Agamenón y Clitemnestra, tampoco vacilará, utilizando los criterios de una durísima venganza, en matar a su propia madre y a su amante. Desde entonces habrán de perseguirle las terribles Erinias, las diosas de la venganza, que le atormentarán sin descanso, como nos ha narrado Esquilo en su "Orestíada", hasta que los dioses, compadecidos, le libren de esa feroz maldición.











Tholos de Clitemnestra, esposa de Agamenón









No debe extrañarnos, sin embargo, la terrible acción de Clitemnestra al asesinar a su esposo, ya que lo cierto es que, realmente, argumentos no le faltaban para ello. En efecto, su unión matrimonial había nacido maldita, ya que Agamenón había matado antes al anterior esposo de Clitemnestra, Tántalo, y al hijo de ambos. Por si fuera poco, cuando el "Rey de Reyes" inició la partida hacía Troya tuvo que sacrificar a su querida hija Ifigenia en Áulide, para así aplacar la ira de la diosa Artemisa y conseguir vientos favorables que impulsarán sus naves hacía el reino troyano. Eurípides nos ha dejado escritas las terribles dudas de Agamenón ante esa imperiosa necesidad de sacrificar a su propia hija: "Tiemblo ante la idea de cometer este acto inaudito, y temo ante la idea de rechazarlo, pues sé que mi deber es cumplirlo". No es extraño, que Clitemnestra, que nunca pudo perdonar el sacrificio de su hija querida Ifigenia, no dudara en entregarse a las brazos amantes de Egisto, dudas que, posiblemente, tampoco padeció cuando decidió asesinar a Agamenón al retornar del sitio de Troya. El mito nos narra como ofreció al rey, que estaba saliendo del baño, una camisa cuyas mangas, pérfidamente, había cosido. Cuando Agamenón, incapaz de defenderse, se colocaba esa vestimenta, cayó acuchillado por el bronce de Egisto.






Curioso mito el de la familia de los Atridas, envuelto en sangre y pasiones, que, quizás, de alguna manera, está rememorando con formas literarias, como es usual en los poetas y en los mitos, unos tiempos de profundos enfrentamientos internos, que habrían contribuido de manera decisiva a causar el fin de la cultura micénica.


Murallas de Tirinto. Bóveda de una de las galerías.









Ahora, con la destrucción de los centros de poder micénico, estos son sustituidos por otros nuevos que se levantan en sus cercanías. Es el caso de Micenas y Tirinto, sustituidos por Argos, o el de Orcómenos, al que ahora suplanta Tebas. Se ha acreditado que las viejas ciudadelas son destruidas, a menudo gracias a la acción de intensos incendios y se convierten en despoblados. Con la caída de los micénicos se produce en Grecia una importante regresión a los tiempos del Pasado y, por ejemplo, se pierden los conocimientos del arte de navegar o los sistemas de escritura. Se conservará, afortunadamente, el arte de la alfarería y se incorporan ahora las nuevas técnicas de trabajo del hierro que los pueblos invasores portaban.







Con independencia de lo anterior, quizás no haya que descartar la posibilidad de que, facilitadas por esa oleada de invasiones que los documentos antiguos egipcios reflejan, se produjeran en Grecia luchas revolucionarias internas contra el poder de los príncipes micénicos. Las leyendas recogidas por Homero, generalmente tan fiables, nos dicen que cuando Agamenón retornó de Troya murió a manos de su esposa Clitemnestra, compinchada con su amante Egisto. Quizás en el transfondo de esta afirmación de Homero y, en general, en la propia mitología de la familia de los Atridas, hayan de buscarse elementos que nos hablen de esa etapa de enfrentamientos en Micenas que podrían haber ayudado a facilitar el fin de esta civilización.







Las narraciones legendarias sobre la familia Atrida nos narra, por ejemplo, como Atreo, el padre de Agamenón, asesinó a los hijos de su hermano Tiestes, para impedir que más adelante pudieran arrebatarle el trono. En una acción sin duda truculenta Atreo, tras asesinar a sus sobrinos, los sirvió guisados en una comida que ofreció a su propio hermano, quién huyó horrorizado jurando venganza, que conseguiría otro de los hijos de Tiestes, Egisto, que más adelante tuvo oportunidad de matar al impío Atreo y restaurar a Tiestes en el trono de Micenas.





























Pasado el tiempo, el mito nos narra como Agamenón, hijo de Atreo, expulsa nuevamente del trono a su tío Tiestes, partiendo a continuación, en su calidad de "Rey de Reyes" a sitiar Troya, encontrándose, a su regreso, con que su propia esposa Clitemnestra, en complicidad con Egisto, convertido ahora en su amante, no dudan en asesinarle. Posteriormente, Orestes, hijo de Agamenón y Clitemnestra, tampoco vacilará, utilizando los criterios de una durísima venganza, en matar a su propia madre y a su amante. Desde entonces habrán de perseguirle las terribles Erinias, las diosas de la venganza, que le atormentarán sin descanso, como nos ha narrado Esquilo en su "Orestíada", hasta que los dioses, compadecidos, le libren de esa feroz maldición.




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Tholos de Clitemnestra, esposa de Agamen

No debe extrañarnos, sin embargo, la terrible acción de Clitemnestra al asesinar a su esposo, ya que cierto es que, realmente, argumentos no le faltaban para ello. En efecto, su unión matrimonial había nacido maldita, ya que Agamenón había matado antes al anterior esposo de Clitemnestra, Tántalo, y al hijo de ambos. Por si fuera poco, cuando el "Rey de Reyes" inició la partida hacía Troya tuvo que sacrificar a su querida hija Ifigenia en Áulide, para así aplacar la ira de la diosa Artemisa y conseguir vientos favorables que impulsarán sus naves hacía el reino troyano. Eurípides nos ha dejado escritas las terribles dudas de Agamenón ante esa imperiosa necesidad de sacrificar a su propia hija: "Tiemblo ante la idea de cometer este acto inaudito, y temo ante la idea de rechazarlo, pues sé que mi deber es cumplirlo". No es extraño, que Clitemnestra, que nunca pudo perdonar el sacrificio de su hija querida Ifigenia, no dudara en entregarse a las brazos amantes de Egisto, dudas que, posiblemente, tampoco padeció cuando decidió asesinar a Agamenón al retornar del sitio de Troya. El mito nos narra como ofreció al rey, que estaba saliendo del baño, una camisa cuyas mangas, pérfidamente, había cosido. Cuando Agamenón, incapaz de defenderse, se colocaba esa vestimenta, cayó acuchillado por el bronce de Egisto.







Curioso mito el de la familia de los Atridas, envuelto en sangre y pasiones, que, quizás, de alguna manera, está rememorando con formas literarias, como es usual en los poetas y en los mitos, unos tiempos de profundos enfrentamientos internos, que habrían contribuido de manera decisiva a causar el fin de la cultura micénica.






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