domingo, 3 de octubre de 2010

GRACIAS


  Era profesora. Esposa y madre. Joven. Llena de vida.
     Un cancer se la llevó.
     Vivió sonriendo. Y se fue sin apenas llorar. Con cuarenta y pocos años cerró sus ojos y entró en el cielo.
     En esta orilla quedaba su familia. Y un montón de amigos. Todos unidos por unos mismos sentimientos: amor, agradecimiento, dolor, sensación de vacío, tristeza inmensa...
     Eran muchos los que la querían. Había amado mucho. Había sonreído mucho. Había ayudado mucho. Silenciosamente. Había tenido un corazón muy grande. Había dado su vida alegremente para hacer felices a todos los que encontraba en su camino. Había sembrado alegría y felicidad de un modo natural y espontáneo. Había sembrado lo que llevaba dentro. Casi sin darse cuenta.
     Tenía un rinconcito en muchos corazones. Sabía que tenía amigos. Pero había muchos otros que la querían sin ella saberlo. Muchos la vimos una sola vez en la vida y quedamos prendados de su sonrisa, de su alegría, de su sencillez, de su simpatía, de su capacidad natural de hacer la vida agradable a los que estaban a su lado... Muchos la vimos una sóla vez y la seguimos recordando como una luz que nos alumbra y que nos hace ver la vida más hermosa. Y ella nunca supo el bien que nos hizo. Nunca supo el bien que nos sigue haciendo aún después de haberse ido al cielo. Nunca pensó que éramos tantos los que la queríamos. Nunca pensó que seguiría viva en tantos corazones.
     Vivió pocos años. Pero su vida fue intensa. Y valió la pena. Fue una vida llena de sentido. Una vida generosa.
     Su cuerpo murió. Pero ella sigue viviendo en el corazón de los que la conocimos. Sigue viva en el bien que hizo. Y seguirá siempre viva. Porque las personas buenas no mueren nunca: viven eternamente en el bien que dejan detrás de sí.

     Amiga, somos muchos los que damos gracias a Dios por haberte conocido. La mayoría lo hace en silencio, desde el fondo del corazón. Pero algunos no podemos aguantar la fuerza que nos revuelve el alma y nos ponemos a escribir.
     Tus compañeros y alumnos han puesto una esquela en la que se lee: "Tu sonrisa y ánimo nos acompañarán siempre".
     Está claro, amiga, tu cuerpo nos ha dejado, pero el rastro generoso de tu vida perdurará eternamente. Gracias por haber existido y por haber sido así. Gracias por haber dado tanto. Gracias.

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