Primero cogieron a los comunistas,
y yo no dije nada porque yo no era un comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Y cuando finalmente vinieron por mí
no quedaba nadie para protestar.
Este poema de Bertol Brecht no necesita explicación. Lo pongo en el post de ese día en que se convocó una huelga general, pero siento que todo es muy extraño, porque el ciudadano que va a la huelga puede temer que su acto determine un cambio de gobierno más todavía hacia la derecha, el que no responde a la convocatoria puede pensar que se ha hecho mal y tarde, o que los sindicatos moderan el efecto para que no caiga el gobierno, o que la derecha permanece callada esperando que caiga la fruta madura. En una huelga general como debe ser, el gobierno se juega su política, la oposición su capacidad para llegar al poder y los sindicatos su prestigio (muy desvaído últimamente). Pero en esta parece que nadie se juega nada, toca hacerla y el día 30 a seguir igual. Otra cosa sería una sorpresa.
Demasiadas dudas en un paisaje dominado por los miedos (unos lógicos y otros inducidos). La sensación es que lo que interesa a todos es hacerse un lavado de cara para alcanzar el poder o conservarlo, o para consumo interno de su clientela. Pero el poder no debiera ser un fin, sino un medio. Esa es la perversión de la democracia, porque al depender de las urnas, los políticos (y el sindicalismo es política al fin y al cabo) actúan en función de sus probabilidades de llevarse un voto, no de lo que entendemos por interés general. Esperen a los titulares del jueves de determinados medios de comunicación. Es todo muy confuso, y desde luego en este río revuelto tratarán de pescar las posturas más reaccionarias y antidemocráticas. Cuidado.
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