Primero cogieron a los comunistas,
y yo no dije nada porque yo no era un comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Y cuando finalmente vinieron por mí
no quedaba nadie para protestar.
Demasiadas dudas en un paisaje dominado por los miedos (unos lógicos y otros inducidos). La sensación es que lo que interesa a todos es hacerse un lavado de cara para alcanzar el poder o conservarlo, o para consumo interno de su clientela. Pero el poder no debiera ser un fin, sino un medio. Esa es la perversión de la democracia, porque al depender de las urnas, los políticos (y el sindicalismo es política al fin y al cabo) actúan en función de sus probabilidades de llevarse un voto, no de lo que entendemos por interés general. Esperen a los titulares del jueves de determinados medios de comunicación. Es todo muy confuso, y desde luego en este río revuelto tratarán de pescar las posturas más reaccionarias y antidemocráticas. Cuidado.
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