viernes, 8 de octubre de 2010

PINTURA





Vivir de sombras
Joseph-Benoît Suvée (1743-1807): "Butades o el origen de la pintura", 1791. Groeninge Museum, Brujas.
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El cuadro de Joseph-Benoît Suvée «Butades o el origen de la pintura» (1791) representa a una joven mujer de Corinto, hija de un artesano llamado Butades, que, con un carboncillo y siguiendo la sombra proyectada a la luz de una vela, traza en una pared la silueta de la cabeza de su amante, que está a punto de marcharse, para así conservar su imagen, o acaso, como dicta la tradición primitiva, también su alma.
En su Historia Natural, Plinio el Viejo relata este mito del origen de la pintura: "La cuestión sobre los orígenes de la pintura no está clara [...]. Los egipcios afirman que son ellos los que la inventaron seis mil años antes de pasar a Grecia [...]. De los griegos, por otra parte, unos dicen que se descubrió en Sición, otros en Corinto, pero todos reconocen que consistía en circunscribir con líneas el contorno de la sombra de un hombre.

Así fue, de hecho, su primera etapa; la segunda empleaba sólo un color cada vez y se llama monocroma; después se inventó una más compleja y esa es la etapa que perdura hasta hoy. [...]. La primera obra de este tipo (plástica) la hizo en arcilla el alfarero Butades de Sición, en Corinto, sobre una idea de su hija; enamorada de un joven que iba a dejar la ciudad: la muchacha fijó con líneas los contornos del perfil de su amante sobre la pared a la luz de una vela. Su padre aplicó después arcilla sobre el dibujo al que dotó de relieve, e hizo endurecer al fuego esta arcilla con otras piezas de alfarería. [...]".
Esta leyenda, que ha sido representada por otros artistas, como Felice GianiJean-Baptiste RegnaultJoseph Wright de Derby o Louis-Jean-François Lagrenée, el Mayor, trata de la creencia según la cual la pintura no surge de la percepción real, sino de la memoria de la imagen construida a partir de una sombra.
Pero el lienzo es, sobre todo, la anticipación de la ausencia del objeto de deseo, pérdida que será paliada por el recuerdo gráfico.
El pintor de Brujas, contemporáneo de otro gran “neoclásico”, Jacques-Louis David, utiliza el claroscuro de forma bien hermosa en esta composición de cromatismo delicado y formas puras en la que no hay notas disonantes. Crea una escena cargada de intimismo, donde la oscuridad  es rota únicamente por la luz que emana de una candela y que se proyecta directamente en la figura femenina, modelándola tenuemente, tornándola rotunda y ligera a un tiempo.
La estática y extática, casi mística, actitud del joven contrasta con la aparente serenidad de la mujer, para quien lo más importante en este instante parece ser separarse del olvido mediante una delgada línea: la del perfil que suplirá la inminente ausencia.

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