lunes 19 de diciembre de 2011
El misterioso Planeta X -NIBIRU
Níbiru, Hercólubus, Némesis, Marduk, Planeta X, Planeta rojo, Ajenjo o Barnard1, como se le quiera llamar, se afirma que ya es visible desde diferentes observatorios del mundo., Barnard1 es el último nombre dado en honor a su descubridor, un astrónomo llamado Barnard, del que poco se sabe. Según parece, el planeta Hercólobus es un gigante con un tamaño unas seis veces mayor que el de Júpiter, perteneciente al sistema Tylo, o Tyler, y cuya órbita alrededor de su sol dura unos 35.000 años. La órbita de Hercólobus llega en un punto a situarse a aproximadamente 500.000 Kilómetros de la Tierra, o puede que incluso algo menos. El peligro de colisión es en teoría nulo, ya que las orbitas planetarias no llegan a cruzarse. ¿Pero, qué consecuencias puede acarrear la aproximación a la Tierra de un planeta de tan colosales dimensiones? Según parece, las consecuencias serían sin duda bastante desastrosas. Se presuponen cuatro aproximaciones anteriores a intervalos de 35.000 años, algunas de ellas ligadas a grandes extinciones o cambios climáticos.
Se dice que fue el causante de la extinción de los dinosaurios e, incluso, que en su última aproximación desvió el eje de la Tierra a su estado actual e invirtió su sentido de rotación. Se afirma que la revolución de los ejes de la tierra se acelerará y lo que son polos se convertirán en ecuador y viceversa. El magnetismo de este planeta invasor despertaría los volcanes inactivos y atraería el fuego del centro de la tierra, haciendo que los volcanes entrasen en erupción y provocando terremotos en cadena. En teoría, cuando Hercólobus llegue a la mayor cercanía a nuestro planeta, se volverá a enderezar el eje planetario, o lo desviará aún más, y volverá a invertir el sentido de rotación terrestre. De todos modos, para poner este tema en sus justos términos, el único documento astronómico que se posee, con respecto a la existencia de Hercólobus, se trata de un informe enviado por el astrónomo chileno Carlos Muñoz Ferrada a Brian Marsden, del Smithsonian Center.
Nibiru, para los babilonios, era un cuerpo celeste asociado con el dios Marduk. Nibiru significa “lugar que cruza” o “lugar de transición“. En muchos textos babilonios se identifica con el planeta Júpiter, aunque en la tablilla 5 de la Enûma Elish se asocia con la Estrella Polar, que también se conocía como Thuban o posiblemente Kochab. Nibiru sería un planeta propuesto por Zecharia Sitchin, basándose en la idea de que las civilizaciones antiguas habrían obtenido sus conocimientos y su desarrollo gracias a hipotéticos contactos con extraterrestres. Sin embargo, esta descripción es considerada inverosímil por científicos e historiadores. En opinión de Sitchin, el planeta habría adquirido el nombre del dios babilonio Marduk a consecuencia de una usurpación del poder por parte de este dios en el 2024 a. C., atribuyéndose la creación de la Tierra mediante la falsificación en las copias del poema épico Enuma-elish.
Enûma Elish es un poema babilónico que narra el origen del mundo. Enûma Elish significa “cuando en lo alto” en acadio y representa las dos primeras palabras del poema. Está recogido en unas tablillas halladas en las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal (669 a. C. – 627 a. C.), en Nínive. Cada una de las tablillas contiene entre 115 y 170 líneas de caracteres cuneiformes datados del año 1200 a. C. El poema está constituido en versos de dos líneas, y la función del segundo es enfatizar el primero mediante oposición, por ejemplo: “Cuando en lo alto el cielo no había sido nombrado, no había sido llamada con un nombre abajo la tierra firme”. Según esta cosmogonía, antes de que el cielo y la tierra tuviesen nombre (ya que no tener nombre equivalía a no existir), la diosa del agua salada Tiamat y el dios del agua dulce Apsu, engendraron una familia de dioses con la mezcla de sus aguas, y estos a su vez a otros dioses. Estos nuevos dioses perturbaban a Apsu, que decidió destruirlos. Aunque uno de ellos, Ea, se anticipó a los deseos de Apsu, haciendo un conjuro y derramando el sueño sobre él, para luego matarlo.
Ea, o Nudimmud, el dios parricida, junto a Damkina, engendró a Marduk, el dios de Babilonia. Al tiempo, Tiamat es convencida de tomar venganza y rebelarse, decide dar mucho poder a Kingu, su nuevo esposo, y le entrega las tablillas del destino. Marduk es nombrado por los dioses para enfrentar a Tiamat, accede con la condición de ser nombrado “príncipe de los dioses o dios supremo”, finalmente vence a Tiamat y la mata. Luego le son arrebatadas las tablas del destino a Kingu. Marduk, exultante, planea realizar obras estupendas y las comunica a Ea: Amasaré la sangre y haré que haya huesos. Crearé una criatura salvaje, ‘hombre’ se llamará. Tendrá que estar al servicio de los dioses, para que ellos vivan sin cuidado. Kingu es condenado a morir por ser el jefe de la rebelión, y, con su sangre, Ea crea a la humanidad. En honor a Marduk se construyó el Esagila en el Etemenanki. El poema es la historia de la eterna lucha entre el Orden y el Caos, puesto que muestra el prototipo del guerrero que lucha contra el Caos, pese a no conseguir derrotarle nunca, por lo que la lucha es constante. Por ello, Marduk, dios de la luz y el orden, debe vencer a Tiamat, quien representa a la oscuridad y el Caos.
Muchos de los textos sumerios que tratan de la llegada del planeta eran augurios que profetizaban el efecto que el acontecimiento tendría sobre la Tierra y la Humanidad. R. Campbell Thompson (“Reports of the Magicians and Astronomers of Nineveh and Babylon”) reprodujo varios de estos textos, que describen el avance del planeta mientras «bordeaba la posición de Júpiter» y llegaba al punto de cruce, Nibiru: “Si, desde la posición de Júpiter, el Planeta pasa hacia el oeste, habrá un tiempo para morar en la seguridad. La amable paz descenderá sobre la tierra. Si, desde la posición de Júpiter, el Planeta aumenta en brillo y en el Zodiaco de Cáncer se convierte en Nibiru, Acad se desbordará de plenitud, el rey de Acad crecerá poderoso. Si Nibiru culmina, las tierras habitarán con seguridad, los reyes hostiles estarán en paz, los dioses recibirán las oraciones y atenderán las súplicas”. No obstante, se esperaba que la aproximación del planeta provocara lluvias e inundaciones, debido a los fuertes efectos gravitatorios: “Cuando el Planeta del Trono del Cielo crezca en brillo, habrá inundaciones y lluvias. Cuando Nibiru alcance su perigeo, los dioses darán paz; se resolverán los problemas, las complicaciones se aclararán. Lluvias e inundaciones vendrán”.
Según la descripción de Sitchin sobre la cosmología sumeria, Nibiru sería el buscado «duodécimo planeta», o el Planeta X, que incluye la descripción de 10 planetas, más el Sol, y la Luna. Igualmente indica que en la antigüedad se habría producido una catastrófica colisión de uno de sus satélites con Tiamat, un hipotético planeta también postulado por Sitchin, y que habría estado entre el planeta Marte y Júpiter; hecho que habría formado el planeta Tierra y el cinturón de asteroides. Además, según Sitchin, Nibiru habría sido el hogar de una poderosa raza alienígena, los Anunnaki. Como consecuencia de la colisión, según afirma Sitchin, el planeta Nibiru habría quedado atrapado en el Sistema Solar, volviendo al lugar de la colisión periódicamente en una órbita excéntrica. Más tarde los Annunaki vinieron a la Tierra. Sitchin cita algunas fuentes que según él, hablarían sobre el planeta, que posiblemente sería una estrella (concretamente una enana marrón) que estaría en una órbita sumamente elíptica alrededor del Sol, la cual tuvo su perihelio hace aproximadamente 3600 años y un período orbital de unos 3600 a 3760 años. Sitchin atribuye estos datos a los astrónomos de la civilización maya.
En un libro recientemente publicado, titulado “2012: cita con Marduk”, el escritor e investigador turco Burak Eldem presenta una nueva hipótesis, sugiriendo que son 3661 años los que duraría el período orbital del supuesto planeta y reclamando que habrá “una fecha de vuelta” para el año 2012. Según la teoría de Eldem, 3661 es un séptimo de 25 627, que es el ciclo total “de 5 años mundiales” según el calendario maya extendido. El último paso orbital de Marduk, añade, sucedió en el 1649 a. C. y causó grandes catástrofes sobre la Tierra, incluyendo la erupción de la isla Thera, en el mar Mediterráneo. Sin embargo, hay una cierta discrepancia en relación a la erupción de Thera, que se estima fue en 1627 a. C., ni tampoco con la mitología mesopotámica que lo habría visto cinco siglos antes. Y ni siquiera ha sido visible fácilmente el mismo siglo de su regreso. Según los seguidores de Sitchin, sus ideas estarían avaladas por su dominio en lenguas muertas como el sumerio, y asistidas por la traducción de piezas consideradas tesoros; aunque esto realmente no es científicamente un fundamento astronómico. Marshall Masters, en uno de sus libros, apoya la hipótesis de la existencia del planeta Nibiru en nuestro sistema solar.
No obstante, la comunidad científica (al menos de manera oficial) niega la existencia de un planeta así, y ha realizado múltiples declaraciones en este sentido. Para los astrónomos, «las persistentes declaraciones acerca de un planeta cercano pero invisible son simplemente absurdas». Desde los foros científicos se alerta sobre una estrategia para confundir y alimentar el mito de la existencia de este planeta, consistente en relacionar el planeta ficticio Nibiru con cualquier comentario acerca del Planeta X o con el planeta enano Eris. En 1930, Clyde Tombaugh encontró el planeta Plutón, luego de una sistemática búsqueda iniciada por el Observatorio Lowell como resultado de las predicciones de Lowell acerca de la existencia de un planeta adicional en nuestro sistema solar. Sin embargo, se comprobó que la masa de Plutón era diminuta, y una vez analizada la órbita de Caronte, la luna de Plutón, se encontró que la masa del sistema era demasiado pequeña para afectar a la órbita de Neptuno. Por esta razón la búsqueda del Planeta X continuó.
En 1983 se produjo el lanzamiento del satélite con el telescopio de infrarrojo IRAS. Basadas en las observaciones de este satélite, se publicaron unas declaraciones, y posteriormente en 1984 también un artículo científico en la revista Astrophysical Journal Letters, titulado “Unidentified point sources in the IRAS minisurvey” (‘fuentes puntuales no identificadas en el miniestudio de IRAS’), en las que se discutían varias fuentes infrarrojas detectadas de origen desconocido. Este artículo provocó gran revuelo, y el resurgimiento de todo tipo de bulos y teorías conspirativas. No obstante, más tarde se descubriría que estos «objetos misteriosos» resultaron ser galaxias lejanas. En 2008, un equipo japonés anunció que según sus cálculos, debía existir un planeta no descubierto a una distancia de unas 100 UA con un tamaño de hasta dos tercios del de la Tierra. La unidad astronómica (UA) es la distancia media entre la Tierra y el Sol: unos 150 millones de kilómetros. Estos cálculos refuerzan la hipótesis de la existencia de un planeta X, pero nada hace pensar que su órbita pueda ser distinta a la del resto de objetos del cinturón de Kuiper.
En 1951 el astrónomo americano de origen holandés, Gerard Kuiper, que es considerado el padre de la moderna astronomía planetaria, postuló que debía existir una especie de disco de proto-cometas en el plano del sistema solar, que debería empezar pasada la órbita de Neptuno, aproximadamente entre las 30 y 100 unidades astronómicas. De este cinturón provendrían los cometas de corto período. A partir de 1992, con el descubrimiento de 1992 QB1 y los otros muchos que le han seguido, se tuvo constancia real de la existencia de una enorme población de pequeños cuerpos helados situados más allá de la órbita de Neptuno. Aunque los valores de las estimaciones son bastante variables, se calcula que existen al menos 70.000 cuerpos “transneptunianos” entre las 30 y 50 unidades astronómicas, con diámetros superiores a los 100 km. Más allá de las 50 UA es posible que existan más cuerpos de este tipo, pero en todo caso están fuera del alcance de las actuales técnicas de detección. Las observaciones muestran también que se hallan confinados dentro de unos pocos grados por encima o por debajo del plano de la eclíptica. A estos objetos se les conoce como KBOs (Kuiper Belt Objects).
El estudio del cinturón de Kuiper es muy interesante ya que los objetos que contiene son remanentes muy primitivos de las primeras fases de creación del sistema solar. La región central, más densa se condensó para formar los planetas gigantes, ya que las composiciones de Urano y Neptuno son casi idénticas a la de los cometas. En la región más y menos densa, la creación progresó lentamente, pese a lo cual se formaron un gran número de pequeños cuerpos. Es aceptado ampliamente que el cinturón de Kuiper es la fuente de los cometas de corto período, del mismo modo que la nube de Oort lo es para los de largo periodo. Tras el descubrimiento de 1992 QB1, el estudio de los objetos transneptunianos se ha convertido en un campo de la astronomía de muy rápida evolución, con grandes avances en el campo teórico en los últimos años. El número de objetos descubiertos cada vez es mayor y poco a poco se van obteniendo nuevos conocimientos sobre su significado y características físicas. Los mayores inconvenientes son que estos objetos quedan bastante al límite de la tecnología actual para estudiarlos. Además, tan sólo han podido explorarse regiones muy reducidas de cielo, por lo que es previsible que nos depare aún muchas sorpresas.
A fines de 1999 ya había alrededor de dos centenares de objetos transplutonianos conocidos con denominación provisional. Parecen ser pequeños cuerpos helados similares a Plutón y Tritón, pero de dimensiones más reducidas. Mediciones de su color muestran que normalmente son rojizos. Se estima que son muy numerosos y no se descarta el poder hallar cuerpos del tamaño de Plutón o incluso mayores. Se ha hablado mucho de que los objetos del cinturón de Kuiper están constituidos por material primigenio a partir del cual se formaron los planetas, por lo que resultaría de alto interés poder analizar fragmentos de cometas. Sin embargo, de acuerdo con S. Alan Stern, a una escala de 4.600 millones de años, edad estimada del sistema solar, el número de colisiones debe haber destruido todos los cuerpos del cinturón con tamaños inferiores a 35 km. Como consecuencia, los cometas provenientes del cinturón de Kuiper no pueden tener más de 500 millones de años. Serían fragmentos de colisiones posteriores y estarían muy modificados por el mismo calor de estas colisiones, que serían las que eyectarían material hacia el sistema solar interno, constituyendo la base de los cometas de corto período.
Las órbitas de los cometas muestran una amplia gama de tamaños, inclinaciones y excentricidades. En el pasado se dividió a los cometas en dos grupos basados en su período orbital: los cometas de largo período, con períodos superiores a 200 años, y los cometas de corto período, con tiempos inferiores. Los cometas de largo período poseen dos particularidades destacables. La primera es que sus órbitas se concentran mayormente en tamaños muy grandes. La segunda es que su irrupción en la región de los planetas es isotrópica, es decir, que no existe una dirección preferencial. Además, el 50% de los cometas de largo período son retrógrados, lo cual es consistente con que su distribución sea aleatoria. Era una creencia bastante general que los cometas provenían del espacio interestelar o que orbitaban las estrellas a muy gran distancia de ellas, y que las perturbaciones gravitatorias podían provocar incluso que algunos pudieran ser capturados por estrellas vecinas. Sin embargo, en 1950 el astrónomo holandés Jan Oort hizo notar que no había sido observado ningún cometa que indicara que provenía del espacio interestelar. Asimismo, los cometas que se adentraban en el sistema solar, deberían sufrir perturbaciones por parte de los planetas, principalmente Júpiter, hallando que éstas eran mayores que el pico de cometas de largo período. Esto significaba que muchos entraban en el sistema solar por primera vez, pues de lo contrario sus órbitas ya habrían sido modificadas por las perturbaciones gravitatorias de los grandes planetas. Por otro lado, las órbitas de los cometas de largo período tenían una acusada tendencia a que sus afelios, o puntos más alejados en la órbita de un cometa o planeta alrededor del Sol, se situaran hacia las 50.000 UA. Los cometas no provenían de alguna dirección preferencial.
A partir de estos hechos Jan Oort propuso que los cometas provienen de una amplia nube externa en los confines del sistema solar. A esta nube, con el tiempo, fue denominada nube de Oort. Estadísticamente se calcula que puede haber un billón de cometas, aunque es una pura especulación, ya nadie ha podido observar dicha nube y, mucho menos, los objetos que pueda contener. La nube de Oort puede tener una fracción importante de la masa del sistema solar, tal vez superior a la de Júpiter, aunque es una simple especulación. Se piensa que puede ser una especie de globo que envuelve al sistema solar y la hipótesis más aceptada es que está constituida por escombros del sistema solar. En efecto, en sus orígenes el Sol estaba rodeado por una nube de gas y polvo, a partir de la cual se formaron infinidad de planetésimos, masas pequeñas de roca o hielo que se combinan para formar cuerpos más grandes, y, por agregación de los mismos, los planetas. Parte de estos planetésimos sufrieron grandes alteraciones orbitales como consecuencia de sus encuentros con cuerpos de gran masa (los proto-planetas) y de esta forma adquirieron largas órbitas casi parabólicas y quedaron “almacenados” en la nube de Oort, a una distancia media de un año luz donde, aunque débil, la influencia gravitatoria del Sol sigue siendo aún dominante respecto a la de las estrellas más cercanas.
Oort también propuso un mecanismo capaz de enviar continuamente una pequeña fracción de cometas de la nube hacia el sistema solar interno. Los tránsitos casuales de otras estrellas cerca de la nube de Oort pueden alterar las órbitas de los cometas, haciendo posible que, al azar, puedan ser mandados hacia el sistema solar. Se calcula que, en promedio, estas perturbaciones estelares se producen una vez cada 100 a 200 mil años. Relacionado con esto, se ha propuesto la existencia de “lluvias de cometas” para explicar las grandes extinciones de seres vivos en la Tierra en los tiempos geológicos. Si con alguna regularidad el sistema solar sufre tales “bombardeos“, sería una dificultad añadida a la hora de determinar la edad de la superficie de los planetas y satélites mediante el recuento de impactos de meteoritos. Un punto oscuro de la teoría de la nube de Oort es que se ha indicado que los afelios de la mayoría de cometas de largo período parecen situarse hacia las 50.000 UA. Si los cuerpos que constituyen la nube de Oort son los que escaparon del sistema solar, podríamos esperar que se hubieran esparcido a muy distintas distancias, en vez de quedar confinados mayoritariamente en una banda, aproximadamente a la misma distancia del Sol.
Curiosamente, los objetos que constituyen la nube de Oort parece que se formaron más próximos al Sol que no el propio cinturón de Kuiper. En efecto, los pequeños cuerpos que se formaron cerca de los planetas pudieron haber sido arrojados fuera del sistema solar a causa de los encuentros gravitacionales y han sido desarrollados varios modelos que lo explican bastante satisfactoriamente. Los que fueron expulsados pudieron constituir la nube de Oort, en tanto que los que los más alejados de los planetas, al no sufrir tales interacciones, permanecieron en el cinturón de Kuiper. En ocasiones, los sesudos astrónomos también se divierten en sus elucubraciones y cálculos, intentando hallar lo que parece imposible. El éxito de los Alvarez el relacionar la extinción de los dinosaurios, hace 65 millones de años, con el impacto de un gran meteorito con la Tierra, agudizó el ingenio de muchos con el fin de explicar otros sucesos similares mediante impactos. En casi todas estas hipótesis, unas descabelladas y otras con posiblemente mayor fundamento, interviene la nube de Oort.
En 1977 dos geólogos, A.G. Fisher y M. Arthur, sugirieron que las extinciones de la vida marina en la Tierra tenían lugar en ciclos regulares de unos 32 millones de años. J.J. Sepkoski y D. Raup, después de un detallado estudio de quinientas familias marinas de los últimos 250 millones de años, se sorprendieron al comprobar que la vida parecía desaparecer en ciclos de unos 26 millones de años. Sepkoski se había pasado años reuniendo una exhaustiva serie de datos de las extinciones, haciendo una relación de 3.500 familias marinas, incluyendo 50.000 géneros fósiles y unas 250.000 especies, indicando para cada familia la época geológica de aparición y desaparición. La primera gran extinción conocida fue la más mortífera, pues pereció el 90% de todas las especies marinas. Tuvo lugar a fines del Pérmico, hace unos 248 millones de años. Desde entonces, según estos científicos, ha habido otras 9 extinciones, espaciadas, más o menos, cada 26 millones de años. Si para muchos ya era difícil admitir las causas de la extinción de hace 65 millones de años, aún más increíble era que a intervalos regulares un cuerpo celeste viniera a chocar contra la Tierra. ¿Cuál podría ser la causa?
Se pidió ayuda a los astrofísicos y a los astrónomos para responder al enigma. Y estos acudieron solícitamente con un desenfado y un atrevimiento nada usual. Si se había descubierto a Neptuno a partir del cálculo, ¿por qué no podía descubrirse también mediante el cálculo las causas de las extinciones masivas? Y a partir de aquí empezó una serie de elucubraciones fantásticas, una carrera para ver quién aportaba la hipótesis más descabellada y original. Eso si, apoyada (¿disfrazada?) más o menos con los números. Se empezó especulando sobre la actividad solar y la posibilidad de que pudiera tener unos máximos increíbles, con gigantescas erupciones cada 26 millones de años. Sin dejar el Sol, se consideró después qué influencia podría tener el hecho de que cada 33 millones de años cruza el plano galáctico. Ahondando más en el tema, R.B. Stothers y R.M. Rampino especularon que a su paso por el plano galáctico, el Sol podría encontrarse con masivas nubes de gas que podrían perturbar los cometas de la nube de Oort y dirigirlos hacia el centro del sistema solar. Otros discreparon de esta suposición argumentando que los efectos de tales nubes deberían ser igual de importantes tanto en el plano galáctico como cuando el Sol pasa por encima o por debajo.
Varios expertos en la nube de Oort propusieron que los efectos acumulativos de la materia local en el plano perpendicular al disco galáctico, los llamados discos mareales, eran mucho más importantes que los efectos gravitacionales intermitentes creados a pasar estrellas cercanas o nubes gigantes de polvo y gas. En 1995, J. Matese y P. Whitman de la Universidad Southwestern Louisiana y sus colegas M. Valtonen de Finlandia y K. Innanen de Canadá intentaron cuantificar los efectos de los discos de marea. Sus modelos numéricos de la dinámica de la nube de Oort sugieren que al oscilar como el Sol a través del plano galáctico, los discos de marea modulan el flujo de cometas de la nube de Oort en un factor de 4 a 1, con el mayor efecto en el plano medio de la galaxia (Icarus 116, 255, 1995). Estos resultados dan un nuevo impulso al mecanismo del período de 30 millones de años.
EL llamado Planeta X es un planeta más allá de Neptuno. La «X» se refiere a desconocido, no al número romano 10, ya que sólo había ocho planetas conocidos al momento de empezar a llamar Planeta X a un hipotético planeta del Sistema Solar. En la cultura popular, Planeta X se convirtió en algo genérico para señalar un planeta imposible de encontrar en el Sistema Solar. Si bien Plutón, fue descubierto por la búsqueda del Planeta X, no es el Planeta X, y desde 2006 ha dejado de ser considerado dentro de la categoría de planeta para ser incluido en la de los planetas enanos. Tampoco lo son Ceres, del Cinturón de Asteroides o Eris, del Cinturón de Kuiper. Por las irregularidades que presentaba la órbita de Neptuno tras ser descubierto (en 1846), los astrónomos se volcaron a la búsqueda de un noveno planeta en el Sistema Solar. Ese planeta fue llamado Planeta X por Percival Lowell, cuando comenzó a buscarlo en 1905. El planeta que llevaba a Neptuno a semejantes irregularidades fue descubierto en 1930, 14 años luego de la muerte de Lowell, por el astrónomo Clyde Tombaugh del Observatorio Lowell, en Arizona (Estados Unidos). Tombaugh había seguido los pasos de Lowell metódicamente. La técnica utilizada era tomar dos fotografías de la misma región del cielo en dos días diferentes. Cada una mostraría de 50 mil a 400 mil estrellas. A pesar de todas esas estrellas, ambas imágenes serían idénticas, si los puntos de luz sólo eran estrellas. Si se proyectaban sobre una pantalla en rápida alternancia, ninguna estrella se movería. Pero si una de esas luces era un planeta, en la imagen se movería contra el fondo estrellado durante el intervalo entre fotografías.
Y finalmente se movieron. Esto fue observado por Tombaugh el 18 de febrero de 1930. Lo vio en la constelación de Géminis. De la pequeñez del objeto dedujo que tenía que moverse muy lento, y más allá de la órbita de Neptuno. El descubrimiento del objeto transneptuniano fue anunciado el 13 de marzo de 1930, septuagésimo quinto aniversario del nacimiento de Percival Lowell. El nombre elegido para el nuevo planeta fue Plutón, Dios homónimo de la oscuridad infernal y de los muertos en la mitología romana. No obstante, cálculos posteriores demostraron que la masa de Plutón no era suficiente para explicar las variaciones en la órbita de Neptuno, por lo que la búsqueda no se consideró finalizada. Más recientemente, en 2008 un equipo japonés de la universidad de Kōbe publicó unos cálculos que sugerían la existencia de un planeta de un tamaño de hasta dos tercios el de la Tierra, orbitando a unas 100 UA. Hasta la fecha no se han encontrado pruebas de su existencia. Recientemente ha circulado en múltiples foros digitales el rumor de que Nibiru, también conocido como el “planeta X” o la “estrella negra” se está aproximando a la Tierra y que incluso cruzará el 2011 por completo la órbita elíptica de nuestro planeta. Existe la teoría de que Nibiru es una especie de planeta oculto dentro de nuestro sistema solar o que, de hecho, se trata de una estrella enana que acompaña a nuestro Sol y que atraviesa el sistema solar cada 3,600 años, provocando masivos disturbios geológicos y magnéticos en los campos de la Tierra.
Este ciclo se marca a partir del momento en que Nibiru rebasa la distancia que separa a nuestro planeta del sol, etapa que supuestamente ya ha comenzado y que se extenderá hasta el 29 de febrero de 2012, luego de una duración de 163 días. Sin embargo, el clímax se empieza a gestar a partir de que Nibiru atraviese la elíptica de la Tierra. Nibiru es un supuesto planeta cuya existencia fue propuesta por Zecharia Sitchin, y cuya teórica existencia se ha popularizado enormemente entre los ufólogos. De acuerdo con Sitchin, la existencia de Nibiru la dedujo después de interpretar antiguos textos escritos por los sumerios, los cuales, además, confirman que la raza humana fue visitada por grupos extraterrestres que habitan en este planeta, el cual se mantiene oculto dentro de nuestro sistema solar, razón por la cual ha pasado desapercibido a la mirada de la ciencia. Los antecedentes de Nibiru datan desde la época de los sumerios, entre quienes el término se utilizaba para designar un punto de transición o un cruce de caminos. Dentro de la mitología de Babilonia, Nibiru era la estrella de Marduk, la deidad que regía el cosmos. Incluso, aparentemente, existe toda una tabla impresa con escritura cuneiforme que alude a este cuerpo astral: “Nibiru se ubicaba en el pasaje que unía a la tierra con el cielo pues todos, tanto arriba como abajo, preguntaban a Nibiru si no lograban encontrar este pasaje. Nibiru es la estrella de Marduk que los dioses en el cielo hicieron que fuese visible. Nibiru representa una marca en el punto de transición”.
Pero regresando a los rumores que afirman que Nibiru se aproxima hacia nuestro planeta, estas especifican que actualmente la NASA esta rastreando a una “estrella negra” bajo el nombre del cometa Leonid Elenin y cuya conjunción con la Tierra y el Sol se espera para los próximos años. Y el supuesto cambio de los polos en la Tierra en realidad se debería a la influencia de esta la estrella enana marrón, Nibiru. Y de confirmarse las versiones catastrofistas en torno a este fenómeno astrológico, podríamos enfrentar una serie de disturbios que alterarían significativamente las leyes físicas en torno nuestro planeta. Las preguntas del millón son: ¿podría haber en el sistema solar otros planetas, aún no descubiertos? ¿Es factible que exista el planeta X? Cuando la Unión Astronómica Internacional votó para degradar a Plutón a la categoría de planeta enano en 2006, establecieron tres criterios para definir qué es un planeta: debe orbitar alrededor del Sol; su gravedad debe ser suficiente como para modelarlo con una forma casi esférica; y debe ser suficientemente masivo como para tener una órbita “limpia”, sin interferencias remarcables. Plutón no cumplía el tercer criterio. Se considera que es uno de los muchos objetos del Cinturón de Kuiper, helados cuerpos más allá de la órbita de Neptuno. Algunos objetos del cinturón viajan en órbitas extremadamente alargadas alrededor del Sol. Otros tienen órbitas irregulares. “Estos pueden ser signos de perturbación de un objeto masivo distante“, indica Robert Jedicke, científico de la Universidad de Hawai.
Claro que su opinión no tiene consenso general. Una temprana migración de los planetas gigantes también podría explicar estas extrañas órbitas. Durante los últimos años, grandes regiones del cielo han sido rastreadas en la búsqueda de objetos y se encontraron más de 1000 objetos del Cinturón de Kuiper. Pero estos estudios de grandes áreas sólo pueden detectar grandes y brillantes objetos. Los estudios que pueden encontrar objetos menores cubren sólo pequeñas áreas del cielo. Un objeto del tamaño de Marte, a una distancia de, por decir, 100 UA, sería tan débil como difícil de observar. Esto podría cambiar pronto. En diciembre de 2008, se vio el primer prototipo de Pan-STARRS. Pronto, cuatro telescopios equipados con las cámaras digitales más grandes del mundo buscarán en el cielo todo lo que se mueva. Su propósito principal es buscar asteroides peligrosos para la Tierra. Pero los cuerpos del sistema solar exterior no escaparán a sus observaciones.
Jedicke y su equipo están desarrollando software para detectar automáticamente objetos con Pan-STARRS. Este nuevo telescopio ha comenzado a explorar virtualmente el sistema solar exterior, y ya está consiguiendo descubrimientos. El primer telescopio del Panoramic Survey Telescope and Rapid Response System (Pan-STARRS) ya ha descubierto 10 cuerpos en el Cinturón de Kuiper. De acuerdo a su brillo, los objetos recién descubiertos varían en tamaño desde 300 a 500 km. “Estamos emocionados de que Pan-STARRS esté empezando a encontrar estos objetos“, comentó el astrónomo Mateo Holman, del Smithsonian, que dirige el Proyecto del Sistema Solar Exterior Pan-STARRS-1.”Esto tan sólo es la punta del iceberg de los descubrimientos de Pan-STARRS“, añadió. El descubrimiento de un planeta más lejano sería un acontecimiento extraordinario. Su presencia podría ser explicada por la fusión de grandes objetos y su posterior expulsión por la gravedad de los planetas gigantes. ¿Podría ser el Planeta X una enana marrón? Resulta difícil de creer esta posibilidad. Una enana marrón es menor que una estrella y mayor que un planeta. Se trata de objetos cuya masa es menor que la necesaria para sostener la fusión. Estos objetos nacen calientes, dado que se forman, como las estrellas, de una nube de gas y polvo. El proceso genera tanto calor que incluso una enana marrón puede tener fusión en su núcleo. Al menos por un tiempo. Pero no pueden mantener esa fusión y se apagan. Una enana marrón madura brilla en infrarrojo. Tiene una temperatura de entre 1000 y 2500 grados Celsius, por lo que arroja muy poca luz visible. Gliese 229b es un ejemplo de enana marrón. Eludió su detección hasta 1995. Brilla con una magnitud 25 en luz visible. Gliese 229b se encuentra a 18 años luz de distancia. Un planeta X que fuera similar a esta enana marrón, pero que se encontrara en nuestro sistema solar, sería muchísimo más brillante, con una magnitud 2.
Se dice que el planeta X está en una órbita que lo trae cerca del Sol cada 3600 años (al igual que las tradiciones sumerias en relación a Nibiru). Con el conocimiento de las leyes de la gravedad es posible calcular su distancia en cualquier tiempo dado. El conocido astrónomo Phil Plait se tomó el trabajo de realizar los cálculos: En mayo de 2002, el supuesto planeta X tendría que haber estado a una distancia similar a la Tierra de la que se encuentra Saturno y tan brillante como el gigante gaseoso. El pronóstico de que pasaría cerca de la Tierra en 2003, evidentemente no se cumplió. ¿Es posible que exista algún planeta en el sistema solar que aún no haya sido descubierto? Sí, es posible. Un cuerpo pequeño, más allá de Neptuno, resulta difícil de observar. Un objeto más allá de Plutón, por ejemplo, si es de pequeño tamaño, podría haber escapado a la detección. ¿Por qué se descarta entonces que exista el planeta X? Los reclamos sobre el planeta X surgen a partir del libro “The 12th Planet“, de Zecharia Sitchin. El autor dice haber estudiado las tablillas sumerias. Tomando sus historias de dioses y otros mitos como hechos, determinó que estaban en contacto con una civilización alienígena que vive en un 12º planeta (los ocho planetas actuales, más Plutón, el Sol y la Luna) en nuestro sistema solar, que pasa por el sistema solar interior cada 3600 años. El mito del planeta X incluye el “cambio de polos” y la “Detención de la rotación de la Tierra“. A partir del libro ha ido incrementándose el número de seguidores que creen que efectivamente se trata de una realidad. Una objeción es que si es un planeta 23 veces más grande que la Tierra y pasara por el sistema solar interno cada 3600 años, se supone que ya lo habríamos detectado.
La hipótesis Némesis surgió en un artículo de investigación publicado en 1984 por R. A. Muller (físico de la Universidad de California, en Berkeley), Piet Hut (físico del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton) y Mark Davis (Princeton) en la revista Nature, en 1984. Némesis sería, según este artículo, una estrella oscura y pequeña, tal vez una enana marrón, con una órbita decenas, centenas o hasta millares de veces más distante que la de Plutón. La hipótesis Némesis es una hipótesis astronómica que sustenta la posibilidad de que nuestro Sol forme parte de un sistema binario. En este sistema, la estrella compañera del Sol, aún no descubierta, se llamaría Némesis por los efectos catastróficos que produciría al perturbar periódicamente la Nube de Oort. En la mitología griega, Némesis (llamada Ramnusia, la ‘diosa de Ramnonte’ en su santuario de esta ciudad) es la diosa de la justicia retributiva, la venganza y la fortuna. Castigaba a los que no obedecían a aquellas personas que tenían derecho a mandarlas y, sobre todo, a los hijos desobedientes a sus padres. Recibía los votos y juramentos secretos de su amor y vengaba a los amantes infelices o desgraciados por el perjurio o infidelidad de su amante.
Según esta hipótesis, nuestro Sol, al igual que el 50% de los sistemas de estrellas de la galaxia, formaría parte de un sistema binario. Su otro foco sería una estrella apagada (o muerta), una enana marrón o un pequeño agujero negro. El supuesto objeto, denominado Némesis por los investigadores, orbitaría a entre 1 y 3 años luz de su pareja. Cada 26 a 34 millones de años, Némesis pasaría cerca o entraría en la nube de Oort, desestabilizándola y lanzando lluvias de grandes cometas en dirección al Sol, lo que explicaría la aparente periodicidad de los grandes impactos y las extinciones asociadas, confirmada por el registro fósil y los estratos geológicos de iridio, un metal extraterrestre. También existen algunas mediciones magnetométricas y otros indicios que favorecerían esta suposición. Sin embargo, el hecho de no haberse registrado un campo gravitatorio asociado a la estrella pone en entredicho dicha hipótesis. Muller ha llegado a afirmar en alguna entrevista que «si le dan un millón de dólares, descubre a Némesis». En 1985, Whitmire y Matese, de la Universidad de Louisiana del Sur, sugirieron que Némesis podría ser un pequeño agujero negro.
En octubre de 1999, el astrónomo británico John Murray anunció haber descubierto un noveno planeta mientras estudiaba unos cometas en los márgenes del Sistema Solar. Por sus características sería asimilable a Némesis, Según Murray, el nuevo planeta o estrella giraría alrededor del Sol a una distancia 1.000 veces más lejana que Plutón, si bien tal teórico descubrimiento no pudo finalmente ser verificado. A comienzos de 2000, un equipo de astrónomos de EE.UU. calculó que la estrella oscura, en caso de existir, podría ser un enana marrón, coincidiendo con las afirmaciones de John Matese, de la Universidad de Luisiana, quien ese mismo año estudió las órbitas de ochenta y dos cometas de la nube de Oort, afirmando que sus órbitas tenían algunos elementos extraños en común que sólo se podían explicar por la influencia gravitacional de un objeto de varias veces el tamaño de Júpiter. Según su hipótesis, el nuevo planeta estaría 30.000 veces más lejos del Sol que la Tierra, y haría su órbita alrededor del Sol en el sentido opuesto al de los otros miembros del Sistema Solar.
Murray calculó una órbita que se completaría en unos seis millones de años y estimó su distancia al Sol en casi cinco billones de kilómetros. Sin embargo, tampoco sus tesis han podido ser demostradas. Aún no se posee el material probatorio suficiente sobre la existencia de Némesis, por tanto, sigue siendo un objeto hipotético más del Sistema Solar. Marese y D. Whitmire perfeccionaron sus estudios sobre las perturbaciones sobre la nube de Oort (The Astrophysical Journal Letters - 1996). Sus análisis de un grupo de órbitas cometarias indican que toda la galaxia juegan un papel en estas perturbaciones. Sin embargo, P. Weissman del Jet Propulsion Laboratory indica que estos efectos sólo aparecen cuando se toma en consideración un pequeño grupo de cometas, a lo Matese responde que únicamente pueden ser tenidos en cuenta aquellos cometas cuyas órbitas han sido bien determinadas. Según Matese, aunque los cometas sólo serían los responsables del 25% de los cráteres de impacto terrestres, son los que proporcionalmente producen los mayores cráteres, de más de 100 km de diámetro, que son los que ocasionan las extinciones.
Por su parte, R.A. Muller y M. Davis propusieron una espectacular hipótesis digna de las mejores novelas de ciencia ficción: el Sol podría ser una estrella doble, con una alejada compañera que podría perturbar el cinturón de asteroides cada 26 millones de años y dirigir una lluvia de ellos hacia los planetas interiores del sistema solar. Pero matemáticamente la hipótesis era inconsistente ya que la órbita de la supuesta estrella sería inestable. Davis puso en contacto a Muller con P. Hut, un especialista en dinámica orbital. Este modificó la órbita de la supuesta compañera del Sol y la puso mucho más lejos, de modo que los “proyectiles mortales” que nos lanzaría no sería asteroides, sino cometas de la nube de Oort. Pero para que pudiera ser factible y basándose en una sugerencia de J.G. Hills, tuvieron que situar la parte más densa de la citada nube a una distancia entre 1.000 y 10.000 UA, cuando normalmente se admite que es mucho mayor. Sin embargo, con los números en la mano, cada 500 millones de años y durante un período de 700 mil años, la lluvia de cometas sería tan intensa, que de alcanzar de lleno a la Tierra la convertirían en un auténtico colador, por lo que lo más probable era que la vida haría mucho tiempo que habría desaparecido en nuestro planeta, si es que alguna vez pudo llegar a crearse… Aún así, en 1984 dieron a conocer su hipótesis sugiriendo que su estrella de la muerte, en el caso de que fuera descubierta, llevase el nombre de Némesis, diosa griega cuyo cometido era el perseguir sin descanso a los ricos, orgullosos y poderosos, añadiendo que si la estrella no era descubierta, sería su propio Némesis.
E.M. Shoemaker, especialista en asteroides, mostró la inviabilidad de la hipótesis, lo que no fue obvice para que, en 1984 se iniciara la búsqueda de Némesis, una estrella enana roja que actualmente debería hallarse a 2,5 años luz de nosotros. En ese tiempo entraron también en liza D. Whitmire y J.J. Matese sugiriendo que el astro de la muerte podría ser el no descubierto planeta X, que debería orbitar al Sol en unos 1.000 años y que, así como debería perturbar a los planetas exteriores, también debería ser afectado por ellos, de modo que provocarían la rotación de la línea de las ábsides de su elíptica órbita, perturbando la nube de Oort cada 26 millones de años. Esta hipótesis quedó descartada en 1989 cuando la sonda Voyager 2 demostró que las supuestas perturbaciones sobre los planetas gigantes por parte de un cuerpo más externo no existen, sino que eran debidas a errores de cálculo. Pese a todo, ¿existe Némesis? De vez en cuando, cada 15 ó 20 años sale en los medios de comunicación la noticia del descubrimiento de algún planeta transplutoniano, que más tarde es desmentida o matizada. La última, es una noticia de la BBC fechada el 28 de septiembre de 1999, indicando que el Dr. John Murray pudo haber hallado un planeta a partir de las perturbaciones observadas en un grupo de 13 cometas, desviados de sus órbitas por un cuerpo masivo.
Se trataría de un planeta, o tal vez alguna pequeña estrella, varias veces más masivo que Júpiter, y situado a unas 30.000 UA, es decir, en plena nube de Oort o en su parte interna. En estos momentos se hallaría en dirección a la constelación del Delfín y completaría su órbita, retrógrada, en varios millones de años. Delphinus (el Delfín), es una pequeña constelación del hemisferio norte muy cerca del ecuador celestial. Fue incluida ya en la lista de Ptolomeo de 48 constelaciones y también forma la parte de la lista moderna de 88 constelaciones aprobadas por el IAU. Delphinus tiene el aspecto de un delfín al saltar y puede ser reconocida fácilmente en el cielo. Se halla rodeada por Vulpecula (la zorra), Sagita (la flecha), el águila (Aquila), la constelación zodiacal de Acuario, el pequeño caballo Equuleus y finalmente por Pegaso, el caballo alado. Otra forma de reconocerla es por tener una forma semejante a la de una cometa y debido a que es de pequeño tamaño.
El particular sentido de giro, contrario al de los demás planetas, indicaría que es un objeto errante capturado, o tal vez de paso, por la gravedad solar y que se habría formado en otra parte de la galaxia, posiblemente escapado de alguna estrella. El trabajo del Dr. Murray fue mandado a Monthly Notices of the Royal Astronomical Society y presentado en el DPS de la AAS (American Astronomical Society) en octubre de 1999. Un cuerpo así, salvo por ejemplo que radie una cantidad importante en el infrarrojo, es imposible de detectar con telescopios ópticos, pues a tal distancia la luz solar es insuficiente para iluminar su superficie. Por su parte, el infatigable John J. Matese también indicó que había llegado a conclusiones parecidas y mandado a publicar su estudio en la revista Icarus. La noticia debe ser tomada con las debidas reservas hasta poseer más detalles del hallazgo. Así, Brian Marsden, del Minor Planet Center, se ha mostrado escéptico, indicando que las presuntas órbitas de los cometas utilizadas en este estudio son imprecisas, ya que se basan en pocas observaciones de los mismos. Pero a lo mejor, pese a todo, Némesis existe.
Algunos astrónomos hallaron evidencias de objetos semejantes a planetas alrededor de pares de estrella que orbitan juntas -llamadas estrellas binarias-. En una de ellas, el sistema 8D+20 307, investigadores de la Universidad de California, en Los Ángeles, la Universidad de Tennessee y el Tecnológico de California, todas en Estados Unidos, detectaron la existencia de planetas con órbitas regulares. Se sabe que al menos el 50% de las estrellas en el universo son binarias, mientras que las solitarias, como aparentemente lo es el Sol, son minoría. Incluso hay sistemas que tienen hasta seis estrellas juntas, Sin embargo, tener varías no garantiza que el planeta que gira alrededor pueda albergar vida. Para que esto suceda los científicos calculan que la zona habitable sería un área en la que las variaciones de temperatura de la superficie del planeta oscilen entre O y 100 °C, rango en el que el agua se puede encontrar en estado líquido, condición supuestamente indispensable para la vida. En los sistemas binarios hay dos situaciones posibles para un planeta: existir y, de darse el caso, tener agua y vida. En la primera suposición; las dos estrellas están muy próximas una de la otra, como el sistema binario 8D+20 307, mientras en el otro las estrellas están distantes. Este es el caso de Alfa Centauri, que cuenta con tres estrellas: Alta Centauri A, B y C. Pero esta última es tan pequeña y queda tan lejos de las primeras que no afecta al conjunto. Como son las estrellas más próximas a nosotros y tienen un tamaño semejante al Sol, han sido bastante estudiadas por los científicos, que hasta ahora sólo han encontrado un planeta. Antes de entender los sistemas binarios, es preciso saber cómo funciona el nuestro. En este Sistema Solar la zona habitable varía de 0.95 a 1.37 UA, que es la distancia entre la Tierra y el Sol, aproximadamente unos 150 millones de kilómetros. La Tierra es el único planeta dentro de esta área. La atracción gravitacional que la masa del Sol ejerce sobre nuestro planeta, provoca pequeñas pulsaciones de casi 0.0001 UA en la órbita-.
Andy Lloyd escribió un libro titulado “Dark Star – The Planet X Evidence”. Según él, hay ciertas dudas en relación a las diversas incongruencias y, a menudo, problemas irresolubles que presenta el planeta Nibiru, del que proceden los “dioses” extraterrestres llamados Annunaki, tal como es explicado en las obras de Zecharia Sitchin. Un planeta que se comporta como un cometa no parece fácil que pueda sustentar formas de vida similares, si no idénticas, a nosotros. Salvo que la vida se mantuviese en el interior del planeta. En principio, creemos que la única forma de generar suficiente calor para la vida, tal como la conocemos, sería que existiera un planeta que orbitara una estrella enana marrón que, a su vez, estuviera en órbita solar. También podría ser que la enana marrón fuese Nibiru mismo, que atravesaba el sistema planetario solar durante su perihelio junto a su propio séquito de planetas. Pero es una afirmación arriesgada, dado el tamaño que requiere una enana marrón.
En 1963 el astrofísico de origen indio Shiv Kumar fue el primero en estudiar teóricamente la evolución y propiedades de estrellas de masa muy inferior a las que se conocían por aquel entonces. Sus cálculos corresponderían a lo que hoy denominamos enanas marrones. Kumar denominó a estos objetos enanas negras. El nombre Brown Dwarf fue propuesto en 1975 por la astrofísica Jill Tarter, famosa por ser la portavoz del proyecto SETI, acrónimo del inglés Search for ExtraTerrestrial Intelligence, o Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. Existe discrepancia acerca del uso de los nombres enana marrón o enana café a nivel mundial, aunque en español se ha impuesto enana marrón mayoritariamente. La primera enana marrón verificada fue Teide 1, en 1995, en el telescopio IAC-80 del Observatorio del Teide (en la isla de Tenerife), por un grupo español de astrofísicos pertenecientes al IAC. La enana marrón mejor caracterizada es Gliese 229B, la compañera de menor masa de la estrella Gliese 229. Tiene el tamaño de las enanas amarillas.
No obstante, parece bastante probable que la enana marrón exista. Y posiblemente es la estrella binaria en órbita solar que se acerca a la zona planetaria solar cada varios miles de años. Pero ahora, además, es posible que esta enana marrón no sea Nibiru, sino simplemente la estrella central del sistema planetario de Nibiru. Según esto, a la teoría de Zecharia Sitchin, le añadiríamos un sistema con una enana marrón. Ello proporcionaría las condiciones de vida necesarias si nos referimos a un planeta o satélite en una órbita cercana a la enana marrón. No obstante, ni la enana marrón ni Nibiru son visibles a simple vista desde la Tierra. Según parece, su máximo acercamiento se produce cerca de Plutón, en el llamado Cinturón de Kuiper, más allá de Neptuno. El planeta que se ve es Nibiru, el más exterior del sistema de la enana marrón. Y aparte de que aparentemente no dispone de las condiciones para sustentar vida, Nibiru es esencialmente como Sitchin lo describe, un planeta rojizo que brilla con un aura similar a la de los cometas mientras se mueve por entre los planetas del sistema solar. Sin embargo, Nibiru se halla además ligado a la enana marrón y no parece que orbite el Sol cuando se observa desde la Tierra.
Esto es parte del problema expuesto por el Nibiru de Sitchin. Ciertamente fue la primera objeción que puso el Dr. John Murray, astrónomo inglés autor de un documento que provee evidencia indirecta de una enana marrón en órbita solar. Él observó las constelaciones por las que pasa Nibiru durante su perihelio y estableció que el cuerpo sideral no orbitaba el Sol, y por lo tanto la teoría de Sitchin no sería correcta. Esto implicaba que tal vez la teoría de Sichtin fuese una mal interpretación de textos antiguos. Sin embargo, esta anomalía formaba realmente parte de la teoría, por lo que, después de todo, la extraña órbita de Sitchin era correcta. La solución que propone Andy Lloyd cubre una serie de otros problemas. De hecho, todo parece encajar de manera maravillosa. Nibiru entra en el sistema planetario solar moviéndose hacia atrás en el cielo, con un movimiento retrógrado. Si observamos el sistema planetario hasta Neptuno y Pluto, al centro del diagrama estaría la binaria Estrella Oscura, que se mueve alrededor del Sol en una gran elipse que le toma miles de años. Ha alcanzado el perihelio, el punto más cercano al Sol. Sin embargo, se halla aun a una distancia el doble que Neptuno. Esa distancia corresponde al cinturón de Kuiper, un área de cometas más allá de Neptuno. Así, la Estrella Oscura estaría a unas 70-80 UA del Sol en su perihelio. Todavía demasiado lejos para ser vista desde la Tierra.
En Astronomía el movimiento directo o movimiento progrado puede ser definido de diferentes formas: Movimiento de rotación de un astro en sentido antihorario, visto desde encima del polo Norte solar; movimiento de un cuerpo en su órbita , en sentido igualmente antihorario, visto desde encima del polo Norte solar; movimiento de Oeste a Este de un astro en la esfera celeste, visto mirando hacia el Sur. Tal es el movimiento mensual de la Luna, desde el hemisferio Norte. Sale por el Este en fase creciente, y aproximadamente dos semanas después luce en el Oeste en su fase llena, describiendo un movimiento antihorario desde dicho hemisferio. Movimiento retrógrado es el opuesto al directo. Tal es el movimiento diurno del Sol, desde es Oriente hacia el Occidente, en sentido horario, asimismo desde el hemisferio Norte. Podemos definirlo como: La rotación de un cuerpo en sentido horario, visto desde encima del polo Norte solar; el movimiento de un cuerpo en su órbita , en sentido horario, visto desde encima del polo Norte solar, el movimiento de Oriente a Occidente de un astro en la esfera celeste, visto mirando hacia el Sur.
De los planetas del Sistema Solar sólo dos tienen rotación retrógrada: Venus y Urano. La inclinación axial de los cuerpos con movimiento retrógrado es mayor de 90º. Así, Venus está inclinado 177,36º respecto a su órbita, y Urano 97,86º. El movimiento directo y retrógrado están definidos considerando una determinada posición del observador (desde encima del polo norte solar), y para una determinado sentido de su visual (mirando hacia el Sur). Por lo tanto un movimiento será directo o retrógrado con independencia del observador. Otra cosa es que sea apreciado por él en sentido horario o antihorario. Así, el movimiento orbital de la Luna es directo tanto en el hemisferio Norte como en el hemisferio Sur, pero en aquél será antihorario, y en éste horario. Análogamente, el movimiento diurno del Sol -retrógrado-, será horario para un observador del Norte, y antihorario para otro del Sur. Digamos que directo o retrógrado son el verdadero sentido del movimiento, mientras que sentido horario o antihorario es circunstancial, dependiente de la posición.
El años 2004, investigadores auspiciados por la NASA han descubierto el objeto más distante en la órbita del Sol. Es un misterioso cuerpo tipo planeta, que está tres veces más lejano de la Tierra que Plutón. “El Sol aparece tan pequeño desde esa distancia que podría ocultársele por completo con la cabeza de un alfiler”, dice el Dr. Mike Brown, del Instituto de Tecnología de California (Caltech), en Pasadena, California, profesor de astronomía planetaria y jefe del equipo de investigación. El objeto, llamado Sedna (o Xena) en honor a la diosa Inuit de los océanos, de la mitología esquimal, se encuentra a 13 mil millones de kilómetros de distancia, en los confines del sistema solar. Esta es, probablemente, la primera observación de la nube de Oort, un sitio muy distante donde se encuentran pequeños cuerpos helados, y que origina los cometas que cruzan por la Tierra. Otras características notables de Sedna son su tamaño y su color rojizo. Después de Marte, es el segundo objeto más rojo en el sistema solar. Se calcula que Sedna es aproximadamente tres cuartas partes del tamaño de Plutón. Sedna es, sin duda, el objeto más grande encontrado en el sistema solar desde el descubrimiento de Plutón en 1930.
La Estrella Oscura orbita al sol de manera similar a como lo hace el resto de los planetas; hacia adelante. Aparentemente siempre ha orbitado al Sol. La órbita en sentido normal está en armonía con el descubrimiento de Sedna, que también tiene un desplazamiento orbital hacia adelante. Ello implicaría que existe una relación entre las órbitas de Sedna y la Estrella Oscura, probablemente de resonancia orbital. De hecho, el movimiento de una enana marrón a través del cinturón de Kuiper hacia el perihelio, explicaría muchas de las aparentes anomalías. De acuerdo al mito, existen 7 planetas en el sistema de la binaria Estrella Oscura. Andy Lloyd sugiere que uno de los planetas interiores es similar a la Tierra y habitable. Su temperatura es cálida debido a su proximidad a la enana marrón, iluminada por su muy apagada luz rojiza. Los planetas orbitan a la Estrella Oscura en movimiento hacia adelante, de acuerdo con la formación inicial del sistema binario hace 4.600 millones de años atrás. Orbitan a la Estrella Oscura en un tiempo considerablemente menor del empleado para volver al perihelio solar. Aun el planeta más exterior, que cruza el espacio de los planetas solares exteriores, se mueve más rápido que la Estrella Oscura.
El resultado es que, aunque la Estrella Oscura y su planeta más exterior se desplazan en realidad en movimiento hacia adelante, desde el punto de vista de un observador en la Tierra al planeta exterior se le ve moverse en retrogradación a través del cielo. Esto aclara una anomalía de larga data. Ese planeta exterior, es Nibiru. Puede ser observado desde la Tierra como un cometa planetario. Pienso poco probable que se acerque tanto como para llegar hasta el sistema planetario interno; sería perturbado por la gravedad solar. Pero sería visible aun desde más allá de Júpiter por el aspecto de algunos hielos volátiles de la superficie; sería como un gran cometa aun a una distancia tan grande del Sol. Su distancia de perihelio sería variable en cada diferente pasada por su ubicación en su propia órbita alrededor de la Estrella Oscura (así que, aquí mi opinión es necesariamente ‘ball-park’). En ocasiones habría una perfecta yuxtaposición entre su propio perihelio y el de la Estrella Oscura, en una línea con el Sol. Otras veces estará en el lado contrario de la Estrella Oscura durante el perihelio binario. Así que el retorno de Nibiru variará necesariamente así como su posición celeste y su brillo relativo. Quizá esta es la razón del porqué se sabe tan poco de la apariencia transitoria de su cuerpo.
Otro detalle importante es el hecho que Nibiru no está girando alrededor del Sol. Parece venir hacia el Sol y de pronto rápidamente retrocede sin haber atravesado una gran porción del cielo. Esto aclara el extraño grupo de constelaciones que atraviesa (el cual probablemente varía de tránsito en tránsito), además de corto lapso durante el cual se puede observar a Nibiru. Aunque la Estrella Oscura se tomara cientos de años en cruzar el perihelio, el tiempo durante el cual Nibiru sería visible desde la Tierra sería corto; quizá semanas o meses. Es posible que haya incluso más de un tránsito visible durante el perihelio de la estrella binaria. De cualquier modo, este escenario abre un montón de posibilidades nuevas. La idea que un planeta de la Estrella Oscura sea nuestro ‘Planeta X’ implicaría que Nibiru debería orbitar a unas 60 UA de la Estrella Oscura (y esto puede variar también si su órbita es elíptica alrededor de la binaria paterna). Pero fue descubierto un reciente precedente en la forma de un planeta grande, visualizado a similar distancia de una Enana Café conocida por los astrónomos como ‘1207’.
La imagen del Hubble (imagen izquierda) muestra el planeta (en rosado) cerca de la estrella paterna (centro). De modo que no resulta difícil extrapolar una situación similar para nuestra binaria Estrella Oscura, con Nibiru como el planeta acompañante. Este hallazgo me ha encendido el pensamiento. Se presenta con el potencial de una solución de 3 cuerpos para la configuración orbital. Además. Sabemos que fuera de un Planeta X sabemos que esencialmente hay 3 cuerpos notables; la Estrella Oscura y dos planetas mayores en órbita (los 5 restantes aparecen como cuerpos menores). Los dos notables son Nibiru a ~60 UAs de distancia y el PlanetaHogar mucho más cerca de la Estrella Oscura misma. ¡Y estos cuerpos sumados a los 9 planetas conocidos del sistema solar nos llevan a 12 planetas, el cual parece más cerca del escenario sumerio de 12 planetas planteado por Sitchin mismo! Esta imagen muestra el sistema solar de acuerdo a mi escenario con la Estrella Oscura: (de izquierda a derecha) El Sol, Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, Pluto, la Estrella Oscura binaria, el PlanetaHogar, y Nibiru.
Otros aspectos del mito alrededor de Nibiru se hacen más comprensibles con esta hipótesis. En su libro clásico “El Molino de Hamlet”, Giorgio de Santillana y Hertha von Dechen exploraron la misteriosa naturaleza de Nibiru en 1969, y mostraron que, en ese tiempo, ninguna teoría académica explicaba adecuadamente su naturaleza celeste. No ha cambiado mucho desde entonces, excepto claro, por los libros de Sitchin. He aquí lo que Santillana y von Dechen tienen que decir acerca lo que el nombre Nibiru significa de verdad: “El claro significado de ‘nibiru’ es el ferry, el ferryman (Caronte, el barquero), vado – es el precio que uno debe pagar para atravesar el río – desde eberu hasta “el cruce”. El “Planeta del Cruce” es entonces, un carguero de especies. Esto tenía poco sentido hasta ahora porque implicaría que Nibiru traslada pasajeros de un lugar a otro. Este punto nunca fue aclarado por Sitchin, quién insiste que Nibiru era el planetahogar de los Anunnakis. Sin embargo, con nuestra nueva óptica, el significado dentro del nombre “ferry” se aclara tanto como un cristal.El tránsito de la Estrella Oscura alrededor del Sol en el perihelio es aún un evento muy lejano. Lo más cercano, la Estrella Oscura está aún al doble que Pluto en lejanía. Para encontrarse con la Estrella Oscura un viaje demoraría muchos años en el espacio, con el riesgo de perder un objeto tan remoto de observar.
Entonces Nibiru actúa como un intermediario. Se sumerge en la zona planetaria del sistema solar y luego vuelve a las nubes cometarias. Puede servir a viajeros espaciales como una piedra de base ideal hacia la Estrella Oscura. Literalmente actúa como un ferry. Existen también otros sobretonos simbólicos en esto. Si los Anunnakis son dioses corporales, entonces su PlanetaHogar es el mitológico Cielo. Es bastante similar a la Tierra (‘así en la Tierra, como en el Cielo’, ‘como es arriba, es abajo’, etc). El mito del Ferryman que viene a recoger a los difuntos para llevarlos al Mundo Sumergido podría adquirir nuevo significado a la luz de esta nueva hipótesis. Otro punto discordante en el modelo de Sitchin es el hecho que se dice Nibiru se mueve por el cielo en un ángulo de 30º a la eclíptica, casi el doble de la inclinación de Pluto. Sin embargo, un cuerpo planetario de regular tamaño moviéndose a través del sistema solar con un ángulo tan extremo al plano de los demás planetas, con el tiempo sería causa de caos en sus órbitas. A esto se le llama el efecto Kozai, lo que se ha convertido en un gran dolor de cabeza para mí en los años recientes. Una vez más, esta nueva hipótesis nos permite circunvalar este problema, dado que la Estrella Oscura no se mueve dentro de la zona planetaria del sistema solar para nada. Sin embargo, Nibiru, su planeta exterior, sí lo hace, y Sitchin parece razonablemente claro en relación a su ángulo de inclinación según los textos que ha estudiado.
Parece que los planetas interiores de ambas estrellas binarias (el Sol y la Estrella Oscura) deberían permanecer tal como fueron creados; relativamente en el mismo ángulo del plano del disco original proto-planetario. Billones de años de interacción entre las periferias de este par de sistemas separados, habrían sin embargo, generado caos y perturbamiento entre algunos de sus planetas exteriores. En el caso del Sol, Plutón se halla claramente perturbado, al igual que muchos de los cuerpos recientemente descubiertos más allá de él. También parece que Nibiru se ve similarmente afectado, junto con cualquiera del propio séquito cometario de la Estrella Oscura en su espacio. Esto significa que el arco de cielo visible de Nibiru bien puede ser visto transitando con una inclinación relativamente abrupta, en reflejo de este ángulo a la eclíptica. Sin embargo, la Estrella Oscura se puede mover siguiendo un sendero más acorde con los otros planetas solares. El resultado final de esto es que podemos predecir muy poco acerca de la ubicación de la Estrella Oscura a partir de los tránsitos observados de Nibiru.
De cualquier modo, esto es lo que siempre he sentido visceralmente. Tiendo a pensar que la Estrella Oscura yace cerca de la eclíptica, y aun favorezco el área alrededor del Sagitario como su ubicación actual (cerca del afelio). Esto es porque la “línea de visión” del perihelio es la región Duat, alrededor de Sirio y Orión. Sagitario está opuesto a esta región en la eclíptica. Pero esta es sólo mi opinión. Otros difieren. Si mi hipótesis aquí es correcta, entonces todos los esfuerzos para deducir la posición de la compañera binaria del Sol y su propio sistema de planetas van a chocar con el fracaso. Simplemente existen muchos y complicados factores en juego. Esta nueva hipótesis es excitante y elegante. Por supuesto me significa una completa re-escritura, pero esa es la naturaleza del progreso. Este es un estudio evolucionante, como bien podría decir la ciencia de sí misma.
Hercólubus (más correctamente Hercóbulus) es un planeta ficticio creado en la segunda mitad del siglo XX posiblemente por el médium y abogado brasileño Hercilio Maes (1913-1993). Varios astrólogos han profetizado que Hercóbulus se estaría acercando al planeta Tierra y sería el causante del fin del mundo el ya pasado 11 de agosto de 1999. Después del fracaso de la profecía en 1999, el lejano planeta ha reaparecido aprovechando el supuesto próximo fin del mundo maya el día del solsticio de diciembre de 2012. Hercóbulus se encontraría en un supuesto sistema solar llamado Tilo, que estaría acercándose a la Tierra. El escritor colombiano V.M. Rabolú, autor de “Hercólubus o Planeta Rojo”, citó datos pretendidamente astronómicos que considera de relevancia para poder tener en cuenta la supuesta amenaza de Tilo. Entre estos datos estaría su tamaño, 6 veces mayor que Júpiter y que la acción de su gigantesco campo gravitatorio sería el productor de una gran catástrofe. Afirma que Hercóbulus se encuentra aproximadamente a 500 UA de la Tierra y que cuando se acerque hasta 4 UA de la Tierra, generará una catástrofe. Además mencionaba que en 1999 ya se observaría el planeta como una gran estrella al amanecer.
Según Rabolú, Hercóbulus habría pasado por la Tierra hace unos 13 000 años, destruyendo la antigua civilización de la Atlántida. “Hercólubus, o planeta rojo”, ha despertado curiosidad en muchos seguidores de las filosofías pertenecientes a la corriente New Age. Sin embargo, todo parece indicar que carece de base científica. Rabolú, seguidor de la doctrina gnóstica pregonada por el ya fallecido Samael Aun Weor, sostiene que el objetivo de la aproximación del supuesto Hercóbulus es la purificación del aura terrestre. Un planeta gigante que se estuviera acercando a la Tierra, quedando a entre 10 y 0,5 millones de Km de la Tierra, sería perfectamente visible desde la Tierra. Un cuerpo 6 veces mayor que Júpiter sería muy brillante en el cielo nocturno. Tratándose de un planeta gaseoso, cabría pensar que su atmósfera probablemente estaría compuesta de hidrógeno y helio y tendría características similares a un Júpiter «sextuplicado»; entonces su albedo también sería similar al de Júpiter, y por tanto reflejaría la luz del Sol con similar intensidad. Por lo tanto, si Hercóbulus estuviera tan cerca como Júpiter (que dista a unos 778 millones de km del Sol), brillaría a una magnitud casi 3 veces más brillante que Venus. Si estuviera a unos 10 millones de km, su tamaño aparente sería monstruoso.
Hercolubus se supone que es un planeta gigantesco que pertenece a un sistema solar llamado Tylo. Hercolubus con su gran tamaño y sus parámetros orbitales causaría enormes catástrofes en la Tierra. No es que Hercolubus vaya a chocar contra la Tierra, sino que su trayectoria lo llevaría a las cercanías de la órbita terrestre y será la acción de su gigantesco campo gravitatorio sobre nuestro mundo lo que desencadene la destrucción total de la corteza terrestre y de esta Humanidad. Hercolubus será el Apocalipsis para todos nosotros. Se compone de la estrella Tylar alrededor de la cual giran los planetas Hercolubus, Phema, Epsilón, Hegama, Tylon y Lylio . Es un sistema solar parecido al nuestro y se está acercando a una gran velocidad hacia la Tierra, por lo que en un futuro próximo provocará terribles cataclismos en nuestro planeta. Es difícil hacerse una idea de cómo es este planeta que nos amenaza leyendo sólo un texto.
De todos modos, se afirma que hace más de 30 años que los astrónomos conocen la existencia de este planeta y del sistema solar Tylo. Cuando ya se vea a simple vista no podremos hacer nada. Hercolubus afectará terriblemente a la corteza terrestre. Se sabe que existe un agrietamiento de la misma provocado por diversas causas naturales. Tiene una longitud de unos 90.000 Km., con una anchura media de 40 Km. y una profundidad promedio de 2,5 Km., y se extiende por toda la superficie terrestre aunque estas grietas son más frecuentes en el océano Pacífico. En algunos lugares la rotura de la corteza ha llegado ya hasta el punto de poner en contacto directo el magma ígneo del interior de la Tierra con el agua del mar. Las enormes cantidades de vapor de agua producidas están presionando a las capas geológicas superficiales, provocando su progresiva desestabilización, y un aumento de los terremotos y de la actividad volcánica. Lamentablemente esto ya ha empezado a producirse. La oleada de terremotos de 1999 fue una muestra de esto.
Conforme Hercólubus se vaya acercando a la Tierra su gigantesca fuerza de atracción gravitatoria atraerá al magma fundido hacia la superficie terrestre aumentando extraordinariamente el número e intensidad de terremotos, maremotos, erupciones volcánicas, etc., que alcanzarán magnitudes nunca antes vistas por esta Humanidad. En el máximo de su proximidad se producirá el cataclismo final, un verdadero Apocalipsis mundial: el vuelco de los ejes de rotación de la Tierra. El ecuador se convertirá en polos y los polos en ecuador y los océanos, expulsados violentamente de sus lechos por estas fuerzas cósmicas, sumergirán al planeta entero. Hercólubus también alterará el clima terrestre favoreciendo la aparición del “El Niño“. Este es un calentamiento periódico de las aguas del Pacífico que cambia todo el clima del planeta produciendo sequía e inundaciones, hambre y plagas, incendios, epidemias y huracanes a escala mundial. La verdadera causa del calentamiento de la gigantesca masa de agua del Pacífico ecuatorial, responsable de estos fenómenos, es el contacto de las rocas fundidas del interior de la Tierra con el agua del océano a través del agrietamiento terrestre ya comentado antes. El progresivo acercamiento de este gigantesco planeta aumentará este contacto entre el fuego y el agua y, en consecuencia, el desequilibrio térmico del clima mundial con estas fatales consecuencias.
Pero tranquilos, todavía no hay ninguna evidencia de que esto pueda suceder.