LA ENNEADA DE HELIOPOLIS
En los reinos celestiales, Atum llegó a ser supremo y ejerció sus funciones creadoras cuando su culto de significado cósmico alcanzó el predominio en el Antiguo Reino bajo la influencia poderosa de Heliópolis. Durante la quinta dinastía (hacia 2380), cuando esta ciudad se convirtió en capital y en centro del culto solar, el llegó a ser la cabeza de la Ennéada y el faraón tomo el título de “hijo de Re”. Allí existía la “Casa del Obelisco”, dentro del templo, que se pretendía estaba fundada sobre la primitiva colina de arena sobre la que Atum se había aparecido en un principio. En consecuencia, aquel lugar era considerado como el centro de las fuerzas creadoras que Atum reunió en si mismo cuando vino a ser el progenitor de la gran Ennéada; de Shu (el aire) y de Tefnut la humedad), de Geb (la tierra) y de Nut (el cielo), mientras que Osiris e Isis, y Set y Neftis eran hijos de Geb y Nut. En torno a Atum-Re se desenvolvió una mitología muy complicada en la época de las Pirámides y, en cuanto dios supremo, se convirtió en el creador que se creaba a si mismo, en fuente de la vida y de la generación, así como en padre de los dioses y personificación del sol en sus múltiples formas y oficios. Era el gobernante del mundo en los cuatro confines del horizonte, y al mismo tiempo ejercía una protección especial sobre Egipto, ya que el rey era su hijo y su encarnación visible sobre la tierra.
LA SIMBOLOGÍA DE LOS DOS PAISES
Sin embargo, el símbolo cosmológico del Valle del Nilo no eran los cuatro puntos cardinales del mundo, sino los “Dos Países”. Según Frankfort esta idea antiquísima del Reino de los Dos Países, que resurgió por analogía con un simbolismo dualista mucho después de que la unificación del Alto y del Bajo Egipto, atribuida a Menes, fuera un hecho consumado, respondía muy bien a la manera de pensar de los egipcios, que estaban siempre inclinados a interpretar el mundo en términos dualistas, como series de parejas y de contrastes en un equilibrio estable: cielo y tierra, norte y sur, Geb y Nut, Shu y Tefnut. Wilson, por su parte, ha llegado a la conclusión de que era la dualidad de los Dos Países lo que produjo esta interpretación dualista. Esto no es de ninguna manera imposible, ya que Egipto siempre ha sido primordialmente “el don del Nilo” y que el río, juntamente con el sol, era la fuente y el símbolo de la vida del país y de los habitantes.
El curso alto y el curso bajo del mismo Nilo fueron las divisiones más importantes, constantemente en conflicto hasta que fueron unificadas como un todo dualista y a continuación puestas en relación con el culto solar y con la idea de un mundo de cuatro dimensiones. El mundo del horizonte y el mundo de los Dos Países a menudo estaban en una situación de tensión, de choque, expresada en los mitos de Horus y Set, y el faraón actuaba de mediador entre las fuerzas divinas del orden cósmico para el bienestar del pueblo unificado. Él era el centro dinámico y estabilizador del país y quien lo ponía en contacto con las fuerzas divinas y con los poderes dominantes del universo mediante un proceso sacramental, ya que el mismo rey era una figura cósmica y el cuerpo de estas fuerzas. De hecho, era el dios por cuya acción todas las cosas vivían y se movían y existían en el valle del Nilo, y era consubstancial con su padre celestial Atum-Re.
Así era como la fuente de toda la vida y de todo el orden, era también el campeón de la justicia, ya que “vivía por Maat”, dispersando las tinieblas del desorden y haciendo resplandecer el brillo de Maat en el triple sentido cósmico, social y ético, como ritmo del universo, como buen gobierno, armoniosas relaciones humanas, ley, justicia y verdad. El universo, de hecho, era considerado como una monarquía y el primer faraón egipcio y sus sucesores eran los reyes del mundo en virtud de su descendencia de Atum-Re y de haber consolidado a los Dos Países en una sola nación bien equilibrada, como el ritmo estacional seguro del Nilo que continúa su curso anual con evidente regularidad.
En los reinos celestiales, Atum llegó a ser supremo y ejerció sus funciones creadoras cuando su culto de significado cósmico alcanzó el predominio en el Antiguo Reino bajo la influencia poderosa de Heliópolis. Durante la quinta dinastía (hacia 2380), cuando esta ciudad se convirtió en capital y en centro del culto solar, el llegó a ser la cabeza de la Ennéada y el faraón tomo el título de “hijo de Re”. Allí existía la “Casa del Obelisco”, dentro del templo, que se pretendía estaba fundada sobre la primitiva colina de arena sobre la que Atum se había aparecido en un principio. En consecuencia, aquel lugar era considerado como el centro de las fuerzas creadoras que Atum reunió en si mismo cuando vino a ser el progenitor de la gran Ennéada; de Shu (el aire) y de Tefnut la humedad), de Geb (la tierra) y de Nut (el cielo), mientras que Osiris e Isis, y Set y Neftis eran hijos de Geb y Nut. En torno a Atum-Re se desenvolvió una mitología muy complicada en la época de las Pirámides y, en cuanto dios supremo, se convirtió en el creador que se creaba a si mismo, en fuente de la vida y de la generación, así como en padre de los dioses y personificación del sol en sus múltiples formas y oficios. Era el gobernante del mundo en los cuatro confines del horizonte, y al mismo tiempo ejercía una protección especial sobre Egipto, ya que el rey era su hijo y su encarnación visible sobre la tierra.
LA SIMBOLOGÍA DE LOS DOS PAISES
Sin embargo, el símbolo cosmológico del Valle del Nilo no eran los cuatro puntos cardinales del mundo, sino los “Dos Países”. Según Frankfort esta idea antiquísima del Reino de los Dos Países, que resurgió por analogía con un simbolismo dualista mucho después de que la unificación del Alto y del Bajo Egipto, atribuida a Menes, fuera un hecho consumado, respondía muy bien a la manera de pensar de los egipcios, que estaban siempre inclinados a interpretar el mundo en términos dualistas, como series de parejas y de contrastes en un equilibrio estable: cielo y tierra, norte y sur, Geb y Nut, Shu y Tefnut. Wilson, por su parte, ha llegado a la conclusión de que era la dualidad de los Dos Países lo que produjo esta interpretación dualista. Esto no es de ninguna manera imposible, ya que Egipto siempre ha sido primordialmente “el don del Nilo” y que el río, juntamente con el sol, era la fuente y el símbolo de la vida del país y de los habitantes.
El curso alto y el curso bajo del mismo Nilo fueron las divisiones más importantes, constantemente en conflicto hasta que fueron unificadas como un todo dualista y a continuación puestas en relación con el culto solar y con la idea de un mundo de cuatro dimensiones. El mundo del horizonte y el mundo de los Dos Países a menudo estaban en una situación de tensión, de choque, expresada en los mitos de Horus y Set, y el faraón actuaba de mediador entre las fuerzas divinas del orden cósmico para el bienestar del pueblo unificado. Él era el centro dinámico y estabilizador del país y quien lo ponía en contacto con las fuerzas divinas y con los poderes dominantes del universo mediante un proceso sacramental, ya que el mismo rey era una figura cósmica y el cuerpo de estas fuerzas. De hecho, era el dios por cuya acción todas las cosas vivían y se movían y existían en el valle del Nilo, y era consubstancial con su padre celestial Atum-Re.
Así era como la fuente de toda la vida y de todo el orden, era también el campeón de la justicia, ya que “vivía por Maat”, dispersando las tinieblas del desorden y haciendo resplandecer el brillo de Maat en el triple sentido cósmico, social y ético, como ritmo del universo, como buen gobierno, armoniosas relaciones humanas, ley, justicia y verdad. El universo, de hecho, era considerado como una monarquía y el primer faraón egipcio y sus sucesores eran los reyes del mundo en virtud de su descendencia de Atum-Re y de haber consolidado a los Dos Países en una sola nación bien equilibrada, como el ritmo estacional seguro del Nilo que continúa su curso anual con evidente regularidad.
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