EL DIOS CONSTRUCTOR KHNUN
Sin embargo, ningún dios particular tenía el monopolio absoluto de todos los poderes y fuerzas implicadas en esta compleja concepción cosmológica del valle del Nilo. Mientras que en Heliópolis, en Hermópolis y en Tebas el dios solar era la fuente primordial, en Menfis el dios terrestre, Ptah, era el que reinaba sobre los demás. En Elefantina y en Filae, Khnun, un antiguo dios de la primera catarata, era “el hacedor del cielo, de la tierra y del infierno, y del agua y de las montañas” y fabricó al hombre con barro mediante un torno de alfarero. Levantó el cielo sobre sus cuatro pilares y creó el Nilo. Sus poderes eran tan grandes en cuanto constructor de dioses y hombres y ordenador de los fenómenos cósmicos, que ocupaba una posición importante entre los grandes creadores, no muy distinta de la que ocupaba Ptah. Su símbolo era el carnero, que se convirtió en el “alma viviente de Re”, y se le representaba también con cabeza de halcón, para identificarlo con Horus como dios celeste. Era tan estrecha su relación con Re que, de hecho, a veces se le llamaba Khunun-Re, y con este carácter era una manifestación del poder del dios solar en sus diversos aspectos, particularmente en cuanto a la fuerza de procreación. Y finalmente el rey, como centro vital de Egipto, era equiparado con Khnun en cuanto dios constructor, “el engendrador que da el ser a los hombres”.
EL ORDEN COSMOLOGICO
El universo físico, del cual el valle del Nilo era el centro, se pensaba que había surgido del océano primordial. Este, Nun, subsistía aún debajo de la tierra y la rodeaba como el “Gran Círculo”, lo mismo que los griegos llamaban Okéanos. Que el mundo, tanto el cielo como la tierra, fuese soportado por una vaca, una diosa, una cadena de montañas o unos pilares en los cuatro puntos cardinales, y que el sol fuese hijo de la diosa celeste, el ternero de Hathor o el auto creado Atum-Re-Khepri, todo esto dependía de cual fuese el mito cosmogónico principal que se aceptase y el centro cultural con el que este mito estuviese asociado: Heliópolis, Menfis, Hermópolis, Tebas o Elefantina. Los relatos de la creación en que los diversos dioses eran representados como la fuente primaria y coeterna de toda la existencia (ya se tratase de Atum-Re, de Ptah, de Thoth, de Amon-Re o de Khnun) encerraban en el fondo, a pesar de sus incoherencias, la idea de una actividad divina creadora, que se manifestaba en el sol, en el viento, en la tierra y en los cielos, haciendo y modelando todas las cosas de acuerdo con planes y propósitos predeterminados. Esto se lograba o por medio de un proceso sexual de procreación por parte del creador, o por la proyección de su pensamiento expresado en la palabra divina.
Dentro de este simbolismo cósmico, el Nilo, el sol, el cielo, el toro y la vaca, predominaban como personificación de los poderes divinos creadores manifestados en los fenómenos cósmicos. Las aguas de la inundación, dividiendo claramente el país en sur y norte, esto es, en Alto y Bajo Egipto, constituyen la más antigua y fundamental imagen de estos aspectos de creación renovada, mientras que el sol, particularmente en el sur, no se convirtió hasta mucho después en la figura dominante. Desde Heliópolis, la teología solar se extendió sobre todo el país, de tal modo que prácticamente cada dios local se identificó de alguna manera con el dios solar y los cultos de todos los templos se ordenaron sobre la liturgia de Heliópolis, así como su gran Ennéada y su Colina Primordial llegaron a ser el modelo de todas las mitologías cósmicas.
Junto a esta cosmología solar, conservaba una gran difusión otra basada en el océano primordial con sus diversas ramificaciones sobre, alrededor y debajo de la tierra. Esto acabó por aplicarse también al reino de los cielos, cuando la casa de los muertos se convirtió en el Duat o Campos Elíseos, en la parte norte del cielo, donde se situaban las estrellas polares. El infierno osiriano se emplazó al oeste y el mismo Osiris se convirtió en la estrella Orión (“la estrella del horizonte desde el cual Re se aleja”), naciendo y muriendo cada día, seguido por Isis, convertida en la estrella del perro o Sotis. La pálida y cérea luna también se identificó con Osiris, representando su muerte y resurrección, y la luna llena vino a ser el ojo de Horus, perdido en la lucha contra Set. Originariamente, la luna parece haber sido una forma de Horus, el hermano gemelo del sol, personificado como Khonsu, que en Tebas aparecía como hijo de Amon y de Mut. En el Reino Nuevo se le identificó como Thoth que, sin embargo, era en su origen el Dios de la Sabiduría. Igual que a Horus, se le representaba como un príncipe joven y muy hermoso, con un disco y una media luna en la cabeza, llevando en la mano el cayado y el látigo de los pastores.
Bibliografía, “Los Dioses del Mundo Antiguo”, E. O. James
VIZTO SALAZAR144
Sin embargo, ningún dios particular tenía el monopolio absoluto de todos los poderes y fuerzas implicadas en esta compleja concepción cosmológica del valle del Nilo. Mientras que en Heliópolis, en Hermópolis y en Tebas el dios solar era la fuente primordial, en Menfis el dios terrestre, Ptah, era el que reinaba sobre los demás. En Elefantina y en Filae, Khnun, un antiguo dios de la primera catarata, era “el hacedor del cielo, de la tierra y del infierno, y del agua y de las montañas” y fabricó al hombre con barro mediante un torno de alfarero. Levantó el cielo sobre sus cuatro pilares y creó el Nilo. Sus poderes eran tan grandes en cuanto constructor de dioses y hombres y ordenador de los fenómenos cósmicos, que ocupaba una posición importante entre los grandes creadores, no muy distinta de la que ocupaba Ptah. Su símbolo era el carnero, que se convirtió en el “alma viviente de Re”, y se le representaba también con cabeza de halcón, para identificarlo con Horus como dios celeste. Era tan estrecha su relación con Re que, de hecho, a veces se le llamaba Khunun-Re, y con este carácter era una manifestación del poder del dios solar en sus diversos aspectos, particularmente en cuanto a la fuerza de procreación. Y finalmente el rey, como centro vital de Egipto, era equiparado con Khnun en cuanto dios constructor, “el engendrador que da el ser a los hombres”.
EL ORDEN COSMOLOGICO
El universo físico, del cual el valle del Nilo era el centro, se pensaba que había surgido del océano primordial. Este, Nun, subsistía aún debajo de la tierra y la rodeaba como el “Gran Círculo”, lo mismo que los griegos llamaban Okéanos. Que el mundo, tanto el cielo como la tierra, fuese soportado por una vaca, una diosa, una cadena de montañas o unos pilares en los cuatro puntos cardinales, y que el sol fuese hijo de la diosa celeste, el ternero de Hathor o el auto creado Atum-Re-Khepri, todo esto dependía de cual fuese el mito cosmogónico principal que se aceptase y el centro cultural con el que este mito estuviese asociado: Heliópolis, Menfis, Hermópolis, Tebas o Elefantina. Los relatos de la creación en que los diversos dioses eran representados como la fuente primaria y coeterna de toda la existencia (ya se tratase de Atum-Re, de Ptah, de Thoth, de Amon-Re o de Khnun) encerraban en el fondo, a pesar de sus incoherencias, la idea de una actividad divina creadora, que se manifestaba en el sol, en el viento, en la tierra y en los cielos, haciendo y modelando todas las cosas de acuerdo con planes y propósitos predeterminados. Esto se lograba o por medio de un proceso sexual de procreación por parte del creador, o por la proyección de su pensamiento expresado en la palabra divina.
Dentro de este simbolismo cósmico, el Nilo, el sol, el cielo, el toro y la vaca, predominaban como personificación de los poderes divinos creadores manifestados en los fenómenos cósmicos. Las aguas de la inundación, dividiendo claramente el país en sur y norte, esto es, en Alto y Bajo Egipto, constituyen la más antigua y fundamental imagen de estos aspectos de creación renovada, mientras que el sol, particularmente en el sur, no se convirtió hasta mucho después en la figura dominante. Desde Heliópolis, la teología solar se extendió sobre todo el país, de tal modo que prácticamente cada dios local se identificó de alguna manera con el dios solar y los cultos de todos los templos se ordenaron sobre la liturgia de Heliópolis, así como su gran Ennéada y su Colina Primordial llegaron a ser el modelo de todas las mitologías cósmicas.
Junto a esta cosmología solar, conservaba una gran difusión otra basada en el océano primordial con sus diversas ramificaciones sobre, alrededor y debajo de la tierra. Esto acabó por aplicarse también al reino de los cielos, cuando la casa de los muertos se convirtió en el Duat o Campos Elíseos, en la parte norte del cielo, donde se situaban las estrellas polares. El infierno osiriano se emplazó al oeste y el mismo Osiris se convirtió en la estrella Orión (“la estrella del horizonte desde el cual Re se aleja”), naciendo y muriendo cada día, seguido por Isis, convertida en la estrella del perro o Sotis. La pálida y cérea luna también se identificó con Osiris, representando su muerte y resurrección, y la luna llena vino a ser el ojo de Horus, perdido en la lucha contra Set. Originariamente, la luna parece haber sido una forma de Horus, el hermano gemelo del sol, personificado como Khonsu, que en Tebas aparecía como hijo de Amon y de Mut. En el Reino Nuevo se le identificó como Thoth que, sin embargo, era en su origen el Dios de la Sabiduría. Igual que a Horus, se le representaba como un príncipe joven y muy hermoso, con un disco y una media luna en la cabeza, llevando en la mano el cayado y el látigo de los pastores.
Bibliografía, “Los Dioses del Mundo Antiguo”, E. O. James
VIZTO SALAZAR144
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