jueves, 8 de diciembre de 2011







LA VIDA DEL ALMA


Es evidente que el culto de los muertos, al principio, tenia su centro en la tumba (donde el alma tenia su casa subterránea) o en algún otro lugar bajo tierra, donde sus necesidades eran análogas a las que tenían en vida. Así se deduce de la creciente atención que se prestaba al enterramiento y a la construcción y provisión de la sepultura con todo lo necesario para la comodidad y bienestar de los ocupantes. Estas prácticas estaban tan arraigadas que, incluso después de que se generalizo la idea de que el alma abandonaba el cuerpo y volaba al cielo para reunirse con su ka en el reino celestial, las dos concepciones de la vida ultraterrena siguieron coexistiendo. Lo mismo que los dioses, primero los faraones y luego lo muerto en general, se creían que estaban en el cielo y bajo tierra al mismo tiempo, ya que estaban provistos de un espíritu inmortal ( ba y de un cuerpo imperecedero representado por la estatua, a parte del ka como genio protector que dirigía su suerte en este y en el otro mundo. Al morir, el ba abandona el cuerpo, generalmente en forma de pájaro o en cualquier otra manifestación exterior, y marchaba a su futura morada, ya fuese en el cielo o bajo tierra, o en la tumba, mientras que el ka –que se identificaba con la personalidad (akh) o sea el “yo” total- ejercía sus funciones tanto aquí como en el mas allá, como una entidad casi divina, estrechamente asociada con el cuerpo, pero independiente y separable de este.

Las complicaciones y contradicciones existentes en la concepción de la constitución psicofísica del ser humano y en cuanto al destino del hombre en la otra vida, se debían en parte a una general confusión de las especulaciones y pensamientos sobre la naturaleza y atributos de los faraones en cuanto seres divinos y de la aplicación de esto a la humanidad en general, y en parte a la osirianización de la teoría del origen solar. Así, en los textos de las pirámides el tema básico es la obtención, para el que ocupa el trono, de una vida eterna en el reino celestial de Re, ligado con el tema de la identificación del rey Osiris, en los términos del mito de Isis y Horus, transferido desde las regiones infernales y el desierto situado al oeste del Delta al mundo celestial, a donde el regio difunto ascendía por una escalera o trepando por el rabo de la vaca celeste o con el humo del incienso, o incluso volando como un pájaro con cabeza humana. Allí podía convertirse en una de las estrellas, visibles durante la noche, que abandonan el cuerpo de la diosa celestial Nut, representada en la tumba por la estrella pintada en el techo de la cámara funeraria y por la figura de la diosa en la cara inferior en la tapa del ataúd. Pero como Osiris tenia que ser revivificado por las ceremonias de “la apertura de la boca” y por las ofrendas en memoria del regalo del Ojo de Horus a Osiris muerto, esto también se inscribía en las paredes de la tumba. Entonces el ba podía abandonar el cuerpo en la tumba y reunirse en el cielo para siempre con su ka. Cual era exactamente la relación entre este doble espiritual y el cuerpo que quedaba en la sepultura no es nada claro, y probablemente nunca fue bien definido, ya que el pensamiento lógico y las determinaciones claras y concretas de conceptos abstractos quedan siempre fuera de la especulación mito poética y de la esfera del culto.




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EL CULTO DE LOS MUERTOS - EGIPCIO



EL CULTO FUNERARIO EGIPCIO

Con las invenciones funerarias, se desarrollo un culto para asegurar al muerto las necesidades vitales, tales como una habitación cómoda y duradera, alimentos, mobiliario, descanso y diversiones. Al principio solo para los reyes y la nobleza, y después para todos. Lo más importante era una situación segura en la otra vida, cuando se reunían con sus kas y se convertían en otro Osiris. De ahí nació el cuidado con que se conservaban las tumbas, consideradas como “el castillo del ka”, con sus habitaciones separadas, sus abundantes ofrendas de alimento y bebida, y sus sacerdotes como “sirvientes de ka” para atender a las necesidades cotidianas del muerto, tanto espirituales como materiales.

Teniendo en cuenta que se enterraban simientes de cereales ya en las sepulturas predinásticas de Merinde-Benisalame, Naqada y El-Amra, la costumbre, cada vez mas extendida, de enterrar objetos con cualidades vivificadoras, con el ajuar funerario se estableció en el valle del Nilo mucho antes de que el culto dinástico concentrase la inmortalidad en la figura cósmica del faraón, como lo rebelan los textos. A partir de la IV dinastía, bajo la influencia del culto solar de Heliópolis, todos los recursos disponibles se emplearon en la construcción de las gigantescas tumbas reales, y el ingenio de los embalsamadores se concentró en la momificación del muerto que había ocupado el trono, de tal modo que todos los demás aspectos del culto de los muertos quedaron oscurecidos. La complicada personalidad del faraón era tan importante para el bienestar del pueblo y para los procesos cósmicos, que la preocupación principal era su renacimiento en el reino de su padre celestial, el dios solar, con todo lo que esto suponía. Era necesario asegurar a toda costa su inmortalidad, ocurriese lo que ocurriese al resto de la humanidad, para evitar cualquier interrupción en el orden natural y en sus fuerzas.

Con la difusión del culto de Osiris, desde Busiris, en el Delta, hasta el Alto y Bajo Egipto, en el final de la V dinastía, la situación de los muertos tomo un carácter distinto. Osiris era al mismo tiempo el señor del infierno y el hijo del dios terrestre Geb y de la diosa celeste Nut.

Muerto por su hermano Seth y resucitado por su mujer y hermana, Isis, con ayuda de su hijo póstumo, Horus, llego a ser el garantizador de la resurrección de todos los hombres. Fue tan importante la influencia de la creencia en Osiris –centrada en la resurrección y en todo lo que esta supone- que los teólogos de Heliópolis se vieron obligados a incorporarla en su credo solar, y a reconocer a Osiris la categoría y algunos de los tributos y prerrogativas de Re, dios del sol, y a darle un puesto en su reino celestial. Esta osirianización del culto solar de Heliópolis llevo consigo, hacia el final del reino antiguo (hacia 2250), la generalización de la esperanza de inmortalidad para los simples mortales, que no pretendían ser de origen divino como los faraones. También aquellos podían gozar del mismo proceso de resurrección, más allá de la tumba, igual que Osiris había sido resucitado por Anubis, con ayuda de Isis y Nefitis. Esto incluía la técnica y el ritual de la momificación, tal como se efectuaba con los cadáveres de los faraones.
Esto no era una innovación completa, ya que se habían hecho tentativas de conservar los cuerpos después de la muerte desde muy al principio del periodo dinástico. Pero una vez que se admitió la interpretación Osiriana de la otra vida, la ceremonia de la momificación se convirtió en una imitación minuciosa de lo que le habían hecho al propio Osiris después de que sus restos dispersos fueron recogidos, reconstruidos y resucitados, y los embalsamadores desempeñaban el papel de Toth y de Horus y llevaban caretas que representaban a estos.
El agua que se empleaba para la lustración de la estatua del muerto en el serdab, o cámara funeraria, procedía del Nilo, identificado con Osiris, y se interpretaba como el fluido regenerador y purificador que emanaba de este, y producía en el cadáver el mismo efecto que las libaciones.
Todos los difuntos, por tanto, podían ser tratados del mismo modo que el faraón, si sus recursos se lo permitían, cuando el culto funerario se democratizo al principio del Reino Medio (hacia el año 2000).



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