miércoles, 1 de diciembre de 2010

LA LUZ DE MIHAEL


La potencia Crística no puede ser encerrara entre muros físicos, ni embalsada en diques, ella fluye viva como el torrente poderoso que no conoce obstáculos. 
Por eso, una gigantesca figura nace en la primera centuria del recién constituido mundo cristiano para reconducir hacia la luz a la descarriada hueste. La misma que terminaría construyendo una iglesia institucional, la cual, a partir del Concilio de Nicea en el año 325 d. C. se une de facto al poder de Roma mediante el influjo del emperador Constantino. 
Esa figura que nace para reconducir el torrente Crístico fue conocida como Apolonio de Tyana… 
El ‘Sabio de Tyana’, surge como un eco histórico del monumental impacto cósmico que representó el advenimiento de Cristo a éste humilde planeta. Apolonio de Tyana representó los valores espirituales y preconizó las doctrinas de Cristo, teniendo como objetivo la canalización adecuada de la energía Crística sobre la superficie del planeta. Él  fue, además, líder y maestro de los nuevos Nazarenos, o Nazareos, los Esenios que formarían las primeras y más puras comunidades cristianas, encargadas de guardar hasta hoy el auténtico mensaje Crístico. 
Realmente los esfuerzos que se han realizado para conducir hacia la luz a la humanidad de superficie han sido excepcionales. El humano de superficie más evolucionado, el Maestro Jesús, el alma que anteriormente había encarnado en  Jeshu Ben Pandira, y en Jesús de Nazareth durante su niñez, nuevamente se entregó bajo la apariencia de una nueva figura humana, a la inabarcable tarea de reconducir a los hombres  por el estrecho camino que bordea los terribles acantilados del error.
Apolonio de Tyana surge en la perspectiva histórica humana, durante el siglo I de la era cristiana en Tyana, localidad de Capadocia, y desde el primer momento destaca como uno de los más avanzados hijos de la Escuela Pitagórica. Y en calidad de maestro de ésta, viaja por Oriente iniciándose en las doctrinas milenarias de la India, Egipto y Caldea, hasta adquirir un dominio sobre las leyes cósmicas jamás alcanzado por humano alguno sobre la faz del planeta. Él realizó infinidad de benditos prodigios a semejanza de Jesús de Nazareth, tales como la curación de enfermos y la resurrección de los muertos. Su vida y su obra están marcadas por el profundo amor y una inmensa caridad hacia sus semejantes.
Pero, Apolonio, representó un peligro inminente para los “Padres de la Nueva Iglesia”, que ya habían comenzado a revestirse de un poder material y político importante como oposición organizada al poder de Roma. Del mismo modo que ocurrió con Jesús de Nazareth y los miembros del Sanedrín judío, las pugnas y las desavenencias surgieron con una ferocidad enfermiza por parte de los “Padres de la Nueva Iglesia” hacia los seguidores de Apolonio, que recluidos en monasterios y comunidades Nazarenas o Esenias, fueron los auténticos precursores y divulgadores de la doctrina Crística por el mundo.  Ellos constituyeron el espíritu de los Cristianos del Primer Amor, aquellos que fueron duramente perseguidos y exterminados en los siglos siguientes al  Concilio de Nicea, donde la “Iglesia de Cristo” pasa a ser la “Iglesia del Imperio”.

La enfermiza y obsesiva persecución de la “herejía”  dentro de la propia Iglesia Católica y sobre todo la manipulación sistemática y descarada de todos los documentos históricos que no se ajustasen exactamente a sus disparatados “dogmas de fe”, fueron siempre una constante en la “Iglesia del Imperio”, que invariablemente estuvo mucho más preocupada por exterminar y sojuzgar las menores discrepancias  en su seno que en extender el mensaje de Cristo por el mundo.   
 Aún así, muchos seres espirituales encarnaron después dentro y fuera de la Iglesia Católica para transmitir el auténtico legado liberador del Reino de los Cielos y del Amor, seres como Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, el padre Pío de Pietrelcina, junto con otros, realizaron una tarea titánica en medio de un medio muy hostil, para mantener viva de palabra  y obra el gran mensaje liberador del Amor.
No obstante, fueron más los seres evolutivos que rezan entre los torturados y quemados por la Inquisición, que entre los elevados a los altares de la ‘Iglesia deJehovah’.

Esta situación caótica creó entre la mayoría de los nuevos fieles y comunidades que surgieron al calor de la palabra y el Evangelio de Cristo, un creciente recelo y disconformidad con las posturas oficialistas, que finalmente cristalizó tras la división del imperio romano Oriental y Occidental en la división de las dos Iglesias “cristianas”, la Romana y la Ortodoxa.
Pronto, las dos nuevas iglesias, unidas siempre a las eventualidades del poder fáctico, radicalizaron sus discursos y dogmas poniendo a la figura de Jehovah como referencia suprema, por encima incluso del mensaje de Cristo, haciendo con ello, el juego a las fuerzas involutivas planetarias y hundiendo a la sociedad  en una negra noche de más de mil años, en la cual el mundo  occidental fue entregado al yugo devorador de la “Iglesia del Dios Terrible”.

Hacia la mitad del primer milenio cristiano, una nueva figura es impulsada en el mundo árabe, para equilibrar y vivificar la Palabra Liberadora.
Mahoma predicó el Islam, como el monoteísmo puro y original que Alá (Allah, o al-ilah, ‘el Dios’) dio a conocer a la humanidad desde la creación, y que fue revelado por muchos profetas anteriores al Islam que tienen mucho en común con los del judaísmo y el cristianismo.
En el Islam se definió el concepto de un Dios más vivo y cercano que el creado por y para la figura de Jehovah. El Islam usa a menudo, para referirse a Dios, nombres que expresan en general cualidades particulares o atributos divinos. Entre los más frecuentes se encuentran al-Rahman (el misericordioso) y al-Rahim (el compasivo.)
Pero el Islam, al igual que ocurriera con el Catolicismo, pronto quedó absorbido por los poderes fácticos y la radicalización de ideas. La escuela de Mutazila y sus rivales tradicionalistas, los seguidores de al-Ashari promulgaron dogmas que finalmente terminaron en luchas fraticidas. Estas disputas no se quedaron en un nivel intelectual y teórico, sino que estaban relacionadas con luchas políticas sobre el problema de la naturaleza y fuente de la autoridad religiosa y política en el Islam. 
En la primera mitad del siglo IX, los seguidores de Mutazila estaban apoyados por el califato. Sin embargo, al final, triunfaron sus rivales tradicionalistas, quienes también se oponían a que los califas tuvieran autoridad religiosa en el Islam. 
Así la división entre los shiíes y los grupos suníes radicalizaron el Islam y permitieron a las fuerzas involutivas el control absoluto del mismo, y de su cúpula dirigente, según le ocurrió con anterioridad a la Iglesia Católica.
El Corán cuenta cómo Mahoma fue llevado por la noche desde el lugar de La Meca donde dormía hasta el trono de Dios en los cielos. Por la mañana se encontró de nuevo en La Meca. Se trata del relato del Viaje Nocturno (Isra), que proporcionó la temática para gran cantidad de alegorías en el sufismo. Realmente cuando Mahoma dejó de ser guiado activamente por seres de gran potencialidad espiritual que él identificó como ángeles, el Islam quedó a merced de las fuerzas involutivas terrestres. 
Las religiones sincretistas humanas han constituido desgraciadamente, unas perniciosas muletas que debido a su mal uso, finalmente han dejado espiritualmente paralíticos a los hombres por su extraordinario apego a  ellas y el poco desarrollo interior que éstas han propiciado, viciadas como estaban por los intereses materiales y egoístas. 

En el siglo XIII y XIV, Dante Alighieri y Giotto, uno poeta y otro pintor inician una corriente de renovación que fue llamada el “Renacimiento”. Ellos y los que le siguieron abrieron el camino de pensamiento que ha constituido las bases de la actual cultura occidental. El esfuerzo para salir del letargo intelectual y de doble moral en el que la Iglesia de Jehovah había sumido a la cultura Occidental, tiene su máximo exponente en ‘La Divina Comedia’.
Esta obra es un poema alegórico basado en la cosmogonía cristiana medieval, en la que su inspiración proviene de tres fuentes distintas: La primera es la influencia Helenística, heredada de Sócrates a través de Virgilio;  la segunda, la del Rey David, el rey profeta que transmite el éxtasis y el temor que produce la contemplación del “Dios Terrible”. Y la última, la que continúa las tradiciones del relato del Viaje Nocturno (Isra), de la visión de Mahoma; la cual proporcionó la temática que inspiró parte del profundo sentido de la Divina Comedia de Dante.
En el primer canto, el poeta habla de un paraíso perdido por culpa del abandono de la senda verdadera, que ha desembocado en una selva que le conduce a través de un “Monte” al exterior del planeta. La selva oscura es el pecado y el monte la virtud. Dante escoge como guía a Virgilio por considerarlo el poeta más excelso de la literatura clásica. Pero lo que realmente narra es el descenso de un ser evolucionario, y en su caso intraterreno, hacia el exilio en la humanidad de superficie...

<< A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba, porque mi ruta había extraviado.

¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento!

Yo no sé repetir cómo entré en ella,
pues tan dormido me hallaba en el punto
que abandoné la senda verdadera.

Mas cuando hube llegado al pie de un monte.
Allí, donde aquel valle que terminaba,
el corazón habíame aterrado.
Hacia lo alto miré, y vi que su cima
ya vestían los rayos del planeta,
que llevan recto por cualquier camino...

Entonces comenzaba un nuevo día,
y el sol se alzaba al par que las estrellas
que junto a él, el gran amor divino
sus bellezas movió por vez primera;
así es que no auguraba nada malo
de aquella fiera de la piel manchada
la hora del día y la dulce estación;
mas no tal que terror no produjese
la imagen de un león que luego vi...

Y una loba que todo el apetito
parecía cargar en su flaqueza.
La cual, ha hecho vivir a muchos en desgracia.

Tantos pesares ésta me produjo,
con el pavor que verla me causaba,
que perdí la esperanza de la cumbre.

Y como aquel que alegre se hace rico
y llega luego un tiempo en que se arruina,
y en todo pensamiento sufre y llora.
La bestia me hacía sin dar tregua,
pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla.

Mira la bestia por la cual me he vuelto;
de ella ponme a salvo, pues hace que me 
tiemblen pulso y venas.

Es menester que sigas otra ruta
si quieres irte del lugar salvaje;
pues esta bestia, que te hace gritar,
no deja a nadie andar por su camino,
mas tanto se lo impide que los mata;
y es su instinto tan cruel y tan malvado,
que nunca sacia su ansia codiciosa
y después de comer más hambre aún tiene.

Por lo que, por tu bien, pienso y decido
que vengas tras de mí, y seré tu guía,
y he de llevarte por lugar eterno,
donde oirás el aullar desesperado,
verás, dolientes, las antiguas sombras,
gritando todas la segunda muerte;
y podrás ver a aquellas que contenta
el fuego, pues confían en llegar
a bienaventuras cualquier día. >>


Grandes hombres siguen los pasos de éstos pioneros: Miguel Ángel y Shakespeare, que buscan los fundamentos y raíces del Alma Humana y profundizan en los abismos que la razón abre ante una humanidad materializada y atenazada por la visión de infiernos, castigos y culpas que la condenan a sufrimientos sin límites en infiernos perpetuos.

Con posterioridad al renacimiento cultural se produce un renacimiento intelectual y espiritual en el mundo occidental. Un nutrido grupo de ocultistas, gnósticos y masones procedentes de diversas sectas y sociedades secretas florecen en Europa, estos grupos son provenientes de muy variadas corrientes que fundamentalmente se agrupaban en dos grandes tendencias: las basadas en las tradiciones griego-persas; y las judío-egipcias. Todas ellas, las tradiciones griegas, persas, judías, egipcias y caldeas crean un ansia de renovación espiritual, al margen de la insoportable opresión de la Iglesia Católica, que culmina con una notable ascensión pública de algunas figuras ocultistas de especial relieve en la sociedad burguesa de la época y, la correspondiente feroz represión propiciada por la recién creada Inquisición Católica.
Pero aparte de algunas figuras de cierta trascendencia, como Paracelso o Saint Germain, la mayoría de estos movimientos cayeron en los mismos errores y conductas que criticaban. 
Al igual que los rabinos convirtieron el mensaje de Moisés en un dogma cerrado, y los sacerdotes cristianos encerraron la palabra de Cristo en “cárceles de oro”, los iniciados ocultistas pronto cayeron en la idolatría y el despotismo, perdiéndose las claves fundamentales de la doctrina de la sabiduría. A fuerza de ocultar a los profanos sus secretos, éstos fueron perdidos irremediablemente por ellos mismos. Según lo narraría siglos después con tristeza Éliphas Lévi, uno de los mayores cabalistas europeos:
<< Todo es verdad en el dogma de Moisés; lo que es falso es el exclusivismo y el despotismo de algunos rabinos. Todo es verdad en el dogma cristiano, pero los sacerdotes católicos han cometido las mismas faltas que los rabinos del judaísmo.
Estos dogmas se completan y se explican los unos por los otros, y su síntesis será la religión del porvenir.
El error de los discípulos de Hermes ha sido el siguiente: ‘Es preciso dejar el error a los profanos y hacer la verdad impenetrable a todo el mundo, excepto a los sacerdotes (de Hermes)’.
La idolatría, el despotismo y los atentados a los sacerdotes, han sido frutos amargos de esta doctrina.
La consecuencia de estos errores ha sido la protesta de la naturaleza, de la ciencia y de la razón, que hacen creer por un momento en la pérdida de toda la fe y en el aniquilamiento de toda religión en la tierra. >>

Así se abrieron las puertas del mundo cientificista y una nueva generación de filósofos como Voltaire y científicos como Isaac Newton fundaron en el siglo XVIII el razonamiento científico imperante aún en la actual sociedad humana. 
Aunque, verdaderamente, no todos los pensadores y científicos de la época participaron de la misma corriente de pensamiento. Un ser, en especial, vive profundamente las contradicciones que se derivan de ella: Goethe, aspira a encontrar la verdad del alma humana a través de su Fausto, creando, sin pretenderlo, su propia escuela de pensamiento. 
Goethe reflexionaba así sobre la búsqueda de la verdad del alma humana  que se traduce, según él, en el fatalismo de Fausto, dando cuenta del nivel moral y la confusión que reinaba y reina en la sociedad terrestre pasada y en su actual heredera:
<< Todo hombre que aspira a la verdad, lleva en sí mismo, algo que se parece a la propia naturaleza de Fausto. >>

Realmente, éste planteamiento personifica el esfuerzo de un alma valiente que se apresta a encararse por sí misma con el vacío que representan las religiones sincretistas en la sociedad de superficie. Solo unos pocos entendieron la trascendencia del alma humana sobre el entorno relativo en el que vive. 

Friedrich Hegel, filósofo alemán, fue el máximo representante del idealismo en el siglo XIX. Con los condicionamientos de la época, intentó dar un nuevo impulso a la Philosophia griega de Sócrates desde el prisma de Aristóteles. El propósito de Hegel fue elaborar un sistema filosófico que pudiera abarcar las ideas de sus predecesores griegos, para que el pasado y el futuro pudieran ser entendidos desde presupuestos teóricos racionales. Así, Hegel concibió a la realidad misma como un todo que, con un carácter global, constituía la materia de estudio de la filosofía. A esta realidad metafísica de todo aquello que existe, se refirió como lo absoluto, o ‘Espíritu Absoluto’(Absolut Geist). Para Hegel, el cometido de la filosofía es explicar el desarrollo del espíritu absoluto; esclareciendo la estructura racional interna de lo absoluto, y mostrando el destino o el propósito hacia el que se dirige.
Pero, para entonces, las claves de la Philosophia griega se habían perdido, y en el núcleo del estudio del espíritu absoluto de Hegel se encontraba un obstáculo insalvable para la mente humana. No en balde, el propio Pitágoras siempre repudió, por modestia, llamarse a sí mismo: Filósofo (FilosofoV), entendiendo por tal: ‘El que conoce las causas ocultas en las cosas visibles’, y por ello se llamaba simplemente: Sabio (SofoV), que quiere decir: ‘El aspirante a la Filosofía (Filosofia), la sabiduría amorosa o Sabiduría del Amor’.

La humanidad de superficie piensa de sí misma que ha desarrollado perfectamente la capacidad del pensamiento, cuando en realidad éste se reduce a una mera relación de ideas enlazando las preguntas y respuestas unas con otras hasta extraer  las conclusiones finales por mera eliminación de hipótesis; esto puede resultar útil en la resolución de problemas cotidianos, pero cuando se enfrenta al pensamiento abstracto falla estrepitosamente. El viejo dilema del ‘huevo y la gallina’ conlleva  un circulo cerrado de razonamiento que no conduce a ninguna parte, pues en una sucesión infinita de causas y consecuencias interligadas, no se puede fijar un punto de inicio racional. De esta manera, los conceptos espirituales o el de la “Deidad” misma son inalcanzables por el pensamiento concreto, pues al final se llega a un ser supremo que se concibe a sí mismo sin relación alguna de causa y consecuencia.
El fracaso de Hegel en el intento de racionalizar el espíritu, cristalizó en el movimiento pesimista encabezado por  Arthur Schopenhauer, que proponía los elementos éticos y metafísicos dominantes en su época, integrados a una filosofía atea y pesimista basada en los ideales de los eruditos del Renacimiento y de la Ilustración. Sin embargo, al final, el callejón sin salida en el que sus ideas naufragaban de tedio, le hizo aferrarse al estudio de los sistemas filosóficos del budismo e hinduismo y del misticismo cristiano. 
El continuador natural de estas dos corrientes filosóficas fue Eduard von Hartmann,  que intentó elaborar una síntesis de las ideas filosóficas de Schopenhauer y Hegel. La contribución de Hartmann al pensamiento filosófico de su época fueron sus tesis de que la consciencia humana y todo el proceso físico del mundo están relacionados al conflicto entre dos causas metafísicas opuestas, la ‘voluntad inconsciente’ y la ‘idea consciente’. Asoció la evolución del intelecto con el conocimiento de las ilusiones para conseguir la felicidad y concibió la salvación del individuo mediante el triunfo de la razón y la extinción de la voluntad consciente.
De esta forma Hartmann enlazaba directamente con el pensamiento ario-oriental de la cultura budista y el occidental de la filosofía socrática. De forma sutil se unían las dos corrientes del pensamiento Ario pre-cristiano en un nuevo renacimiento filosófico. Pero dicho “renacimiento” solo implicaba que la Humanidad “repetía curso” una vez más, al no haber aprobado la “asignatura cristiana” a su debido tiempo.

Poco a poco “La Medida” se agotaba, y la raza humana de superficie se encerraba más y más en una mente obtusa y materialista que la creaba a su vez un terrible complejo de culpa, el cual era lavado pulcramente en las “abluciones del alma”, que eran obtenidas, bajo previo pago, en los “balnearios de espíritu” en los que se habían convertido las iglesias sincretistas de los distintos credos. Estas iglesias, en las distintas civilizaciones de superficie, no son al final, más que centros comerciales en los que se compra y vende la “salvación de las almas” con monedas terrenales. Así el mensaje Crístico del Reino, que movía poderosamente las almas y los corazones de los hombres, era acallado  mediante las “ayudas” propiciadas por las distintas religiones que siempre hablaron un lenguaje ambivalente y  sibilino, vendiendo, mediante la moneda de la sumisión absoluta a sus líderes, la anestesia del alma que el hombre de superficie tanto necesita para enfrentarse a la cruda vida terrenal.

Pero aún quedaba un último gran representante de la Luz dispuesto a entregarse al mundo de los hombres. Este excelso personaje, es el Buddha de Compasión. ElMaitreya Buddha, el gran desconocido entre los suyos que no fue reconocido ni por sus correligionarios, los propios budistas. A semejanza de lo que ocurriera con el mismo Gautama Buddha, el cual no fue aceptado por los brahmanes, porque sus palabras y hechos vulneraban la milenaria fe custodiada por éstos y su ventajosa sociedad basada en las castas y privilegios de unos pocos sobre la inmensa mayoría. Mahatma Gandhi, tampoco fue reconocido como el esperado Buddha de Compasión por los suyos.  
Mahatma Gandhi, el Alma del Mundo, es la flamante encarnación del Rey del Mundo que se muestra ante los hombres como El Rey Mendigo,  el Ser Creador, que vive entre sus criaturas como la más humilde de ellas, el que sigue los pasos de Mihael el Poderoso, y el que como Cristo sale a los caminos portando únicamente la Verdad y el Amor. Él es el Maitreya Buddha, el Caballo Blanco, encarnación de Vishnú que vendría de Shamballah
Gandhi fue ignorado por los propios budistas, pues sus actos “políticos” no concordaban con el prototipo esperado en sus tradiciones para la figura del  Buddha de Compasión, por eso no identificaron a Mahatma Gandhi; del mismo modo en que los brahmanes no reconocieron con anterioridad a Gautama Buddha, pues al vulnerar la milenaria fe de los propios brahmanes, éstos consideraron a Gautama como “el mal aspecto de Vishnú”. Otro tanto ocurrió con Cristo, cuando los rabinos dijeron de Jesús, que él era Nebo, el falso mesías, el destructor de la antigua religión judía ortodoxa.
Los grandes seres que encarnan para guiar a la humanidad, deben rompen las viejas estructuras anquilosadas y desvitalizadas por los milenios de vicios e imperfecciones que han sido acumulados en las antiguas religiones, donde el auténtico mensaje queda cristalizado y desvirtuado por las castas sacerdotales que pretenden detentar el uso de la “verdad”. 
De forma constante las sociedades humanas que fueron iluminadas en su día por los siempre nuevos mensajes de las diferentes consciencias estelares en servicio, tendieron a cristalizar y dogmatizar dichos mensajes para el uso discriminado de los mismos por parte de una pequeña elite. La misma que secuencialmente rechazó las enseñanzas de los maestros que aparecían con posterioridad, tratando de enderezar los desvíos constantes  de la veleidosa raza humana de superficie.

   


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