jueves, 16 de diciembre de 2010

Mitla. ¿Las puertas del Reino de la Muerte o del Universo Interior?

Mitla ("Mictlan" o "Lugar de silencio" en náhuatl, "Lyobaa" o Lugar de descanso en zapoteco, "Ñuu Ndiyi" o Lugar de muertos en mixteco) es una zona arqueológica localizada en el estado mexicano  de Oaxaca. La ciudad se localiza a 40 km de la ciudad de Oaxaca, y a mas de 600 km de la Ciudad de México. Tuve oportunidad de relevar el lugar durante mi último viaje a este bello país, del cual -del viaje, no del país- he dado cuenta oportuna a mis lectores, y sin duda, seguiré haciéndolo (por la enormidad de experiencias vividas e información recogida). Sirva este encuentro virtual, mientras tanto, para acercar algunas reflexiones sobre un sitio de indudable interés, no sólo histórico, sino también -y muy especialmente- esotérico.
La tradición -y en buena medida. las presunciones (que no certezas) de los arqueólogos- ubican en este lugar la hipotética "entrada" al mundo subterráneo o "reino de los muertos", de las ancestrales culturas que no sólo la construyeron, sino que la frecuentaron en distintas épocas. Se puede rastrear "oficialmente" su antigüedad hasta el año 0 de nuestra era, si bien la presencia desarrollada de los zapotecas la hacen suponer unos 500 años más antigua aún. Si le sumamos a ello la fuerte influencia teotihuacana que es evidente, esta segunda posibilidad se ve fuertemente reforzada.
Esa tradición adjudica a los nahuas -en general, el colectivo de etnias que habitara en tiempos prehispánicos el Anahuac- la creencia en un "mundo subterráneo" habitado por el espíritu de los muertos. Esto, al punto que, en tiempos tardíos, era común dejar los cadáveres en los umbrosos recovecos de las cavernas y túneles que se extienden por kilómetros aún inexplorados del macizo calcáreo en que se basa gran parte del estado de Oaxaca. Con estas leyendas en mente, no pude menos que tener presente a mi buena amiga la investigadora Débora Goldstern y sus mundos subterráneos cuando recorría el lugar. Empero, rápidamente varias características llamaron mi atención. Y sobre ello, trata esta nota. 
Hay dos características arquitectónicas que me cautivaron, para bien o para mal, en Mitla. Miento: son tres en realidad. Para mal: ya es por demás sabida la obsesión de los conquistadores (nunca "colonizadores") en construir sus iglesias en sitios de interés sagrado para los pueblos autóctonos. Aún más; empleando el propio material de obra de esos sitios.
Pero en pocos lugares como Mitla tal sacrilegio adquiere visos de repugnancia, porque en pocos lugares como Mitla los conquistadores "cuidaron" que fuera evidente la imposición de su credo, al levantar su iglesia no sólo en el Patio IV, la zona más alta del centro ceremonial, sino manteniendo intacta la construcción a su alrededor, lo que, en principio quizás interpretable ingenuamente como una señal de "respeto" (arquitectónico) se transforma en un a forma subliminal de opresión porque el contraste hace más evidente la violencia psicológica del autoritarismo eclesiástico.
Otra. La región, dije, está plagada de cuevas y corredores subterráneos naturales, supuestos para "depósito de cuerpos" (observación crítica: que en períodos tardíos se le haya dado ese uso, no significa, necesariamente, que siempre haya sido así). Tengo la firme sospecha que cuando se permita la exploración de los pasadizos, pueden surgir algunas sorpresas. Pero lo que aquí quiero señalar es que en la magnificencia urbanística de Mitla los zapotecas estuvieron muy ocupados re-creando su propio mundo subterráneo, de cámaras y pasadizos bajo tierra artificiales. 
Cámara y pasadizo subterráneo 
Buscando encontrarle un sentido, me perdí caminando una y otra vez entre las construcciones. Visitando las llamadas "tumbas", donde nada indica que ésa fuera su finalidad. Al igual que tantas "tumbas" egipcias, donde la naturaleza y función está dada en los manuales de texto sólo por presunciones de sus autores, aquí uno puede inferir otros usos. Pero se comprenderá mejor si me permiten continuar. El paseo y la explicación.
Hablé de una tercera característica. Tiene que ver con la imponencia y perfección de sus edificaciones. Y, en comparación, la obviedad de ciertas "imperfecciones" que deben haber sido hechas adrede con fines que comienzo a intuir. Observen por ejemplo, el dintel de la puerta que muestro más abajo. Uno de muchos. Su peso, monolítico, se estima en unas 30 toneladas. Y no es de los mayores bloques hallados. El encuadrado de perfiles es perfecto, los muros trazados a escuadra...
Y de pronto, esto. Un patio de columnas inclinadas. Defectos de los constructores, murmuraban otros que caminaban por el lugar. Camino alrededor de una de las columnas. Hay algo que me confunde. Desde una perspectiva parece obvio que está inclinada hacia cierto lado, y apenas un poco, pero me desplazo más y la inclinación parece haber rotado y su ángulo de inclinación, aumentado.
Sigo caminando, le pido opinión a mis acompañantes y todos están de acuerdo en este punto: según desde donde se mire, parece inclinarse en dirección distintas y de modo más o menos acusado. Un interesante efecto óptico. Pero, ¿para qué?. Suponer que es ainclinación es producto de una falla de construcción es infantil, al lado de las magnificencias arquitectónicas sembradas por el lugar. ¿Y la falla se repite en todas las columnas de ese patio y no en ninguna de cualquier otro?.
El manejo de este efecto ilusorio ha sido, por lo tanto, voluntario y deseado. Es decir, tendría una razón de ser, funcional al conjunto arquitectónico. Pero, ¿cuál habrá sido aquella?
La respuesta, entiendo, está en varias de las salas. Altas, oscuras, perfectamente conservadas (hasta ignoradas por el clero, seguramente ignorante (afortunadamente) de su ultérrima razón de ser). Las paredes se encuentran cubiertas por tres tipos de glifos. Tres "bandas" de sobrerrelieves, siempre los mismos, hasta donde se sabe, sin interpretación literal. A su vez, el frontispicio de cada sala se encuentra cubierto con uno de los motivos que se hallará, a su vez, en el interior. 
De manera que decidí realizar un experimento. Me ubiqué en una de las salas, alejada, que me permitió contar con silencio e intimidad en  la penumbra, ya que afortunadamente no fui interrumpido por ningún viandante durante la experiencia. Simplemente, me quedé sentado, respirando lenta y profundamente, contemplando las figuras, con la mente.... bah, qué voy a explicarles a ustedes cómo se medita, verdad?
Bien, el punto es que, según los glifos que contemplaba, pasiva, tranquilamente, experimentaba cambios significativos e inmediatos de estado de ánimo. Más distendido con el inferior, cierta tristeza con el medio, con un particular grado de agudeza mental al observar el superior.
Va de suyo que estas sensaciones no fueron necesariamente "impactantes" y sólo tomé conciencia de ellas al enfocar un buen rato mi atención en mis propias reacciones -motivo más que suficiente para agradecer a cualquier dios zapoteca que haya colaborado con mantener lo solitario del momento- pero supongo que en tiempos de su plena utilización funcional, el contexto del lugar, la sacralidad del conjunto, la presencia de sacerdotes y elementos del culto sin duda deben haber potenciado el efecto. Porque mi suposición experimental es que se trataba de cuartos de meditación para provocar artificialmente estados modificados de conciencia, mediante la concentración en la simbología jeroglífica inscripta en los muros. Es como si se tratara de tres niveles de dificultad, tres niveles de crecimiento, tres niveles de proyección en los "tres mundos" de la espiritualidad...
Y hablando de los "tres mundos" -reminiscencias inevitables de la cosmopercepción aymara- no puedo dejar de señalar, incidentalmente, la semejanza entre la "chakana" o Cruz Andina y este sobrerrelieve habitual en las paredes de Mitla.
Me pregunto, entonces, si cuando se hablaba en la Antigüedad de Mitla como "entrada al reino de los muertos", no deberíamos quizás comprenderlo en un sentido absolutamente metafísico. Se lo llamaba, al Mictlan, "reino del Silencio", y la suposición que "silencio" es sinónimo de "muerte" es, admitámoslo, una proyección europeizante. Yo pienso en otros silencios.
El de los monasterios. El de los eremitas. El de la búsqueda interior. Por ello, propongo considerar a Mitla como un "centro de iniciación", donde la "muerte" -de la que hablaba el vulgo y los tiempos posteriores- es análoga a la "muerte", por ejemplo, de la iniciación masónica. Un centro ceremonial para explorar las inmensidades del universo interior, un templo para el cultivo de la introspección, un laboratorio para experimentar las potencialidades espirituales sólo asequibles por el encierro, la oscuridad y el silencio.

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