jueves, 23 de septiembre de 2010

LA VIRGEN DE GUADALUPE.LA HISTORIA CONOCIDA

La historia se inicia, al parecer, en 1929, cuando el fotógrafo Alfonso Marcue descubre reflejada en el ojo derecho de la pintura cuatro veces centenaria una figura que le impresiona como "la clara imagen de un hombre barbado". Por la razón que fuese, este asombroso hallazgo no fue divulgado, y solo veintidós años más tarde sería redescubierto por José Carlos Salinas Chávez. Éste último había estado estudiando una fotografía en blanco y negro del rostro de la Virgen, y había encontrado no uno, sino dos hombres barbados, ya que en el ojo izquierdo la imagen inicial se repetía "de forma muy clara".

A partir de aquí los portentos no cesan de multiplicarse. Muchos insignes especialistas, entre ellos varios oftalmólogos, examinan la pintura. Uno de estos (el Dr. Rafael Torrija Lavoignet) utiliza incluso un oftalmoscopio para apreciar mejor los detalles, observando de paso que los ojos no solo "poseían una apariencia única sino que parecían estar vivos". Las opiniones de los especialistas parecen coincidir en lo esencial: la presencia de figuras humanas dentro de los ojos de la Virgen. Surgen los inevitables milagros adventicios: se hace notar la ausencia de signos de deterioro del ayate, "conservado inexplicablemente a pesar de haber estado expuesto a humedad, salitre, ácidos, manoseo e incluso a varios atentados"; alguien más señala que en la pintura se encuentra la regla de la proporción dorada o áurea; otro descubre que en el manto de la Virgen se encuentran representadas las constelaciones visibles en Ciudad de México el 12 de diciembre de 1531.

La cuadratura del círculo la logra esta vez el Dr. José Aste Tonsmann, PhD, "graduado en ingeniería en sistemas ambientales por la Universidad de Cornell". Este digitaliza una "muy buena fotografía" del rostro de la Virgen, y realiza ampliaciones "de 100 y hasta mil veces, logradas con un scanner preciso de pixels de 25 por 25 micrones y película muy fina". Después de filtrar y procesar las imágenes digitalizadas de los ojos para eliminar el "ruido", Aste Tonsmann realizó un descubrimiento sorprendente: los solitarios "barbudos" de Marcue y Salinas Chávez no estaban tan solos después de todo. En los ojos de la Virgen se reflejan nada menos que trece personajes, entre ellos el indio Juan Diego, el obispo Zumarraga, un "traductor" y una familia anónima.

¿Qué interpretación le da el Dr. Tonsmann a sus hallazgos? Pues especula que un mensaje fue "escondido" en los ojos de la imagen precisamente para nuestro tiempo, cuando la tecnología es apta para descubrirlo, y cuando dicho mensaje es más necesario. "Éste puede ser el caso de la imagen de la familia en el centro del ojo de la Virgen, en una época en que la familia está bajo un serio ataque en nuestro mundo moderno".

No es éste el lugar para discutir las disquisiciones que hace el Dr. Aste Tonsmann acerca de su "descubrimiento", aunque algún indeseable escéptico quizás pudiera argüir que la "familia" se hallaba indudablemente más en peligro en la época de la conquista de América que en ninguna otra, cuando se estaba creando toda una nueva raza a fuerza de fornicaciones ilícitas y adulterios masivos (y las consecuencias son palpables hasta el día de hoy). Centrémonos más bien en los hallazgos mismos, desde 1929 hasta la fecha. ¿Y qué encontramos?

Para empezar, no cabe la menor duda de que la evidencia "científica" es por lo menos abrumadora: nos remite a fotografías, oftalmoscopios, mapas celestes e imágenes computarizadas. Son extremadamente raros los milagros que pueden presumir de defenderse con tal aparataje tecnológico (excluyendo, claro está, los que estudia la parapsicología). Todo esto resulta bastante convincente, aunque de pronto saltan a la vista algunas incongruencias. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene que se convoque a un oftalmólogo (o a diez, o a veinte) para "estudiar" los ojos de una pintura? Un oftalmólogo no es otra cosa que un médico especialista en patologías de los ojos "naturales" (por decirlo de alguna forma); si alguien hubiese sugerido que los ojos de la imagen presentan evidencia de conjuntivitis o glaucoma (hasta la fecha nadie lo ha insinuado) su testimonio indudablemente tendría validez, pero no en particular para certificar la presencia de unas figuras de presunto origen sobrenatural (que es lo que en suma se nos quiere decir). ¿Qué autoridad puede tener al respecto? No más que la de cualquier otro observador. Notamos después que siempre se resalta que la imagen ha sido examinada con un oftalmoscopio, lo que suena muy bien, si ignoramos lo que es un oftalmoscopio. Éste es un equipo diseñado básicamente para el examen del fondo del globo ocular a través de la pupila, y consta en esencia de una fuente de luz y de una serie de lentes positivas y negativas. Estas lentes sirven básicamente para enfocar la retina durante el examen, y de ningún modo tienen un gran poder magnificador; en un ojo "natural" se logra un gran aumento de la imagen observada gracias al cristalino del mismo ojo examinado, que actúa como lente biconvexa. Pero una pintura ni tiene fondo de ojo que observar, ni tiene cristalino, de modo que con una buena lupa se podrán observar bastantes más detalles que con dicho aparato (solo que utilizar una lupa siempre sonará menos "científico" que un oftalmoscopio).

Se nos dice también que en la imagen se ha empleado la proporción áurea. ¿Y? Es indudable que este dato resulta interesante, pero en modo alguno sobrenatural (o inexplicable). La proporción áurea se conoce desde la antigüedad; el autor de la pintura bien pudo conocerla, o quizás la incluyó en su obra intuitivamente (ya que se supone que esa proporción es intrínsecamente agradable a la vista). Respecto a las constelaciones del cielo boreal de Ciudad de México en 1531, aquí ya caemos en el terreno de la especulación pura y gratuita: si se dibujan al azar una serie de puntos y luego se unen entre sí arbitrariamente, siempre podrán reconocerse las constelaciones que se prefieran. Las estrellas del manto de la Virgen están distribuidas siguiendo los pliegues del mismo y la curvatura de los hombros de la figura. De paso, como faltan estrellas para completar las pretendidas constelaciones, los autores del descubrimiento tienen que apelar a digresiones simbólicas: "así la Corona Boreal, se ubica en la cabeza de la Virgen, Virgo en su pecho, a la altura de las manos, Leo en su vientre...".

Sobre el milagroso estado de conservación de la imagen supongo que no hay mucho que decir: una pintura puede presentar mayor o menor deterioro dependiendo de muchos factores. Pero nadie puede afirmar que la imagen se encuentre intacta: tengo ante mí una reproducción del rostro de la misma y lo primero que salta a la vista es una pavorosa grieta en el manto, extendiéndose hacia la orla amarilla hasta casi tocar el rostro, y otro mucho menor en el cuello, justo debajo de la barbilla. Pero después de cuatrocientos años sería ilógico esperar otra cosa. Y se sabe también que la figura ha sido repintada en varias ocasiones, con lo que el supuesto milagro se hace aún más dudoso.

¿Y los personajes en los ojos? A eso nos dedicaremos enseguida.

LOS PELIGROS DE MIRAR DEMASIADO DE CERCA

Es un hecho bien conocido que las configuraciones caóticas tienden a formar patrones que evocan objetos familiares. Esto se debe a uno de los factores estructurales de la percepción, el cierre de la figura, que "convierte toda percepción en una organización cerrada, es decir, en algo definido y con significación precisa". El cierre de la figura es gobernado a su vez por la ley de la buena figura: "la forma que asume la percepción es la mejor posible: es la más simple, regular y económica en esfuerzo mental".

Ésta es la razón por la cual en muchas ocasiones creamos "reconocer" un dragón en la forma de las nubes, un ángel en una roca o una figura humana en una mancha de humedad o en el veteado de la madera. En 1977 causó sensación el "descubrimiento" de un rostro de piedra en una de las fotos de Marte tomadas por el Viking 1; se trata, sin duda, de una formación natural, pero los fanáticos de los Ovnis se lo anexaron como evidencia de una supuesta civilización extraterrestre con una desesperación tan absoluta como acrítica [2]. La ley de la buena figura también explica por que para muchos creyentes cualquier reminiscencia de un rostro con barba sea invariablemente Cristo [3], y que vean una aparición de la Virgen en toda línea más o menos ondulada y sin ningún otro rasgo identificable.

El nombre técnico de este fenómeno es pareidolia, un tipo de ilusión que implica que un estímulo vago o poco estructurado es percibido claramente como algo o alguien. Y una ilusión, dentro del campo de la percepción, es una interpretación errónea de una situación objetiva; no se debe confundir ilusiones con las alucinaciones, que se producen en ausencia de toda estimulación exterior.

Pero vayamos a nuestro problema: ¿existe una docena de figuras humanas en los prodigiosos ojos de la Virgen de Guadalupe?

Comencemos por los descubrimientos de Marcue y Salinas: estos observaron "la clara imagen de un hombre barbado" en el ojo derecho de la pintura; el segundo encontró adicionalmente que la figura se repetía también en el ojo izquierdo. Antes de seguir, hagamos algunas precisiones: la tilma o ayate que sirve de soporte a la pintura es un tejido bastante tosco de fibra de agave; el tramado del tejido es tan grueso que se distingue con suma facilidad. Al pintar sobre una superficie semejante se logra un resultado muy irregular y de aspecto granuloso, en el que pueden aparecer toda suerte de pequeñas y caprichosas imperfecciones (esto no desdice en lo absoluto de que la obra sea apreciable o bella en su conjunto). El "hombre" del ojo derecho se ubica en el iris, por dentro de la pupila, en una zona donde el artista anónimo colocó un punto de luz, y queda separado de la córnea por un trazo más oscuro. En las ampliaciones en blanco y negro recuerda muy vagamente un rostro humano, o, siendo más justos, la caricatura muy esquemática de un rostro humano o de animal, con dos puntos oscuros que serían las cuencas de los ojos, y un confuso manchón oscuro donde debería estar la boca y la "barba". En modo alguno se trata de "la clara imagen de un hombre barbado", como afirman los divulgadores del supuesto milagro.

Para explicar una imagen de esta naturaleza no es preciso apelar a recursos sobrenaturales: basta con recordar lo antedicho sobre el "cierre de la figura", las características del ayate y que la figura es apenas reconocible. Una configuración de manchas al azar se percibe como un rostro porque es lo más económico en esfuerzo mental. En algunas fotografías los divulgadores dibujan el contorno de la imaginaria figura, lo que refuerza la ilusión.

El "hombre" del ojo izquierdo quizás solo pueda individualizarse con un esfuerzo supremo de la imaginación; en mi caso particular, confieso que soy incapaz de verlo. Lo único que alcanzo a vislumbrar es una zona heterogénea un poco más clara en el iris, y por fuera de éste, un área en donde la pintura parece haberse deteriorado. Precisiones tales como la barba, o que la presunta figura repita "en forma muy clara" la del otro ojo, sólo son aceptables haciendo gala de una ilimitada suspensión de la incredulidad, o como ejemplo de visión deseada. Allí simplemente no hay nada que recuerde ni remotamente un rostro humano (con o sin barba). ¿Por qué esas dos zonas claras se ubican en esos lugares precisos? Tampoco hay nada de misterioso en esto: son efectivamente zonas en las que la córnea debería reflejar la luz, y deben estar simétricas o la imagen parecería estrábica. Esto lo sabía el artista anónimo, pero por lo visto lo ignoran los divulgadores y lo ignoraban los oftalmólogos que examinaron la imagen.

Aquí es donde José Aste Tonsmann interviene y se produce el milagro de la multiplicación de los personajes. Tonsmann digitaliza su "buena fotografía", la amplifica, elimina el "ruido" y descubre en la pupila del ojo derecho nuevas maravillas. Aparecen "el indio", "el obispo Zumarraga", el "traductor", "Juan Diego mostrando la tilma" y debajo "la familia".

Antes que nada, una observación obvia: existen límites a la información que se puede extraer de una fotografía, por muy buena que sea, cuando esta se amplifica. La película fotográfica es, en esencia, una emulsión en la que se hallan distribuidas partículas de sales de plata, que reaccionan a la luz. El detalle que se podrá obtener de una imagen depende del tamaño de dichas partículas; mientras más pequeños sean, y más numerosos, los detalles serán más finos. Pasado cierto límite de ampliación, solo veremos puntos, e ir más allá carece de sentido, pues simple y llanamente la información que buscamos no se ha registrado en la película. De modo que no caigamos en la tentación de pensar que podemos ampliar una fotografía arbitrariamente y creer que iremos descubriendo cada vez más detalles. Y usar un scanner mucho más preciso tampoco ayuda, pues éste no puede sacar información de donde no la hay.

Por otra parte, ¿qué es ese ruido que eliminó Tonsmann en su análisis? Nadie nos lo dice. Ni tampoco cuales fueron las señales que consideró adecuado "aumentar" para obtener sus personajes. Uno de los peligros de esta clase de métodos es que permite obtener lo que se desee obtener. Si una mancha nos parece convincente la "aumentamos" para que destaque más sobre el fondo, otra que no nos da la misma impresión la desechamos como "ruido"; en todo caso, esto resulta bastante arbitrario. Pasa como con la sábana de Turín: de una bastante obvia falsificación medieval [4] se han sacado toda clase de objetos interesante, desde monedas romanas hasta ejemplares de la flora palestina del siglo I. Más aún, para ver algo en todas esas manchas tan dificultosamente "aumentadas" mediante procesamiento de imágenes se requieren grandes dosis de fe; nunca se tratan de imágenes que cualquiera pueda distinguir e interpretar directamente. De todos modos, no nos preocupemos demasiado por esto, ya que de cualquier manera los resultados tampoco resultan demasiado estimulantes.

Los "personajes" de Tonsmann son una serie de manchas de formas muy diversas. Luego de todo el procesamiento a que sometió sus imágenes, estas nos son presentadas como áreas amarillas sobre un fondo oscuro (aquí hay que hacer una observación previa: estos colores no están en el original; en las ampliaciones fotográficas apenas si se observan confusas gradaciones de grises). Una de ellas recuerda ciertamente una cara humana de perfil, la que tan liberalmente es identificada como el "obispo Zumarraga". El supuesto "Juan Diego mostrando la tilma" no es otra cosa que unos borrones sin forma alguna (uno de los divulgadores asienta, un tanto ingenuamente, que "no está la imagen de la Virgen"). Lo mismo se puede decir del imaginario "traductor". ¿Por qué Aste Tonsmann coloca allí a esos personajes? Simplemente porque es en ese lugar donde debieran estar de acuerdo a la leyenda, de modo que suplió con su imaginación lo que no podía sacar de sus ampliaciones. Finalmente encontramos otra forma deforme que es identificada como "un indio". ¿Acaso un espectador? Dejemos claro aquí que salvo en el caso de la supuesta cabeza de Zumarraga, y en mucho menor grado del vagamente antropomorfo y anónimo "indio", reconocer figuras humanas en el resto del conjunto constituye lo que sólo puede ser calificado de auténtico acto de fe.

Pero la obra maestra de Tonsmann es sin duda "la familia". Aquí se las arregla para ver "una madre que carga un niño con el rebozo, como hasta ahora se hace; dos niños más, el padre y dos personas adultas que podrían ser los abuelos. Es todo un grupo familiar". ¿Cómo lo logra? Pues coloreando seductoramente sus imágenes para que parezcan caras, cabelleras y cuerpos. En el camino, por lo que se ve, decide sacrificar a su innominado "indio", utilizando diversas partes de su torso para construir tres nuevos personajes.

Por lo visto, "la familia" no pasa de ser una burda mistificación: elimínense los colores tan arbitrariamente añadidos y simplemente desaparece. ¿Y las demás figuras? Ya comentamos que algunas de ellas no se parecen en nada a figuras humanas: se identifican en un determinado lugar simplemente porque así lo exige la historia. La cara del "obispo" es sin duda una afortunada casualidad, y en todos los casos lo que interviene es la ya mencionado pareidolia y el "cierre de la figura". Tonsmann manipuló sus imágenes, "aumentó" lo que mejor le pareció, quitó lo que no le gustaba, y al final interpretó como quiso las manchas caóticas que obtuvo. Al final, todo esto no resulta muy "científico", que digamos, a pesar de las nutridas referencias a pixeles, a computadoras y a la Universidad de Cornell. Si no hay regla alguna a que atenerse, los resultados siempre serán imprevisibles y tan arbitrarios como se desee. De unas manchas caóticas y apenas visibles, consecuencia del burdo material sobre el que está pintada la imagen, del azar, y de cuatrocientos años de deterioro, saca una docena de supuestos personajes y las inevitables interpretaciones ad hoc. Quizás en el futuro descubra también a los doce apóstoles en el otro ojo, o al vaquero de Marlboro en la orla del manto. Con semejantes métodos no seria descabellado que así ocurriera.

Quizás brinde alguna luz sobre nuestro problema el hecho de que José Aste Tonsmann haya escrito un libro sobre el tema. Esta clase de "descubrimientos" suelen resultar a la larga muy remunerativos.

En resumen, ¿existen unos personajes impresos sobrenaturalmente en los ojos de la Virgen de Guadalupe? Mucho me temo que no. Unas imágenes confusas y la credulidad ciega de alguna gente han dado pie a esta nueva leyenda. Que no dudo que perdurará, embelleciéndose cada vez más con el curso de los años. Lo verdaderamente milagroso sería que esto último no ocurriera.

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