Metafísicamente el Amor es una manifestación de la bienaventuranza en la cual el universo se funda y a partir de la cual ha sido creado. Tal es la perspectiva de la Metafísica de la Evolución Espiritual cuyo máxima expresión universal es el Amor hecho Obra, o sea, el Servicio. Dicha obra es el aspecto último del espíritu. Recordemos que éste tiene dos aspectos más que son: la eternidad y la conciencia. En sentido estricto la conciencia es la creadora del universo. Ahora bien, el amor aparece aquí como la fuerza salvadora de este universo.
El amor es una fuerza que el Autor del universo hizo descender hasta la realidad material inerte y oscura con el fin de que los habitantes de nuestro mundo retornasen a Él. El descenso del amor a las tinieblas provocó que los oídos sellados se abriesen a un despertar que tenía el signo del verdadero gozo, pues el amor es deleite. Y con este despertar al amor, en el mundo ingresó la posibilidad de volver a la realidad divina. Dicho mundo, antes de este despertar, no era más que materia muerta, la cual a partir del advenimiento del amor despertó a la vida. Y es desde entonces que el mundo ha ytratado de ir hacia la Fuente Divina del Amor. Sin embargo, muchso han seguido caminos errados, transitando derroteros equivocados o quiméricos. Porque la mayor parte ha buscado el amor, careciendo de un concepto claro de lo que éste es, confundiéndolo con multitud de fuerzas muy lejanas al verdadero amor. Todo ser humano ha buscado este principio de unidad , porque el espíritu humano ha estado siempre reclamando por la realización y el éxtasis que sólo el poder del amor otorga. Pero la mayor parte ha fracasado en alcanzarlo. Sin embargo, cuando un mundo ha llegado a tornarse consciente, abierto al amor real, divino, el Creador mismo ha respondido derramando sin límites su amor sobre ese mundo. Así, el círculo del movimiento completo se cierra, dos extremos se encuentran en un éxtasis cabal y permamente.
Al comienzo de la creación, el poder del amor estaba constituido por dos movimientos, dos polos complementarios del impulso hacia la unión. Por una parte, estaba el poder de atracción supremo y, por otra, la necesidad irresistible de una entrega absoluta de sí. Ningún movimiento, excepto el del amor, podía cubrir el abismo que se abrió cuando en el ser individual la conciencia se separó de su punto de procedencia originario y se tornó inconciencia.
El amor descendió sobre la sombra y la inconciencia, dispersándose, diluyéndose en el seno de la noche insondable ; y entonces comenzó el despertar y el ascenso de la conciencia, la formación de la materia y la evolución cósmica.
El amor tiene múltiples formas de manifestación. De hecho sus expresiones son infinitas. Quienes han desarrollado su conciencia lo suficiente pueden percibirlo incluso en la tierra y en la piedras. Más fácil aún es sentirlo en las plantas y animales. En el hombre se descubre en múltiples modos que van configurando su destino luminoso. El amor es el más tangible signo de la Gracia del Absoluto por la tierra y cada ser refleja su pujanza, según su capacidad y receptividad espirituales.
El amor es el ímpetu que está presente, aunque al principio de la evolución de un modo oscurecido y debilitado, en todos los movimientos de la naturaleza física y vital, como aquello que empuja hacia la agrupación, hacia la unión. Y dicho ímpetu se traduce en el ámbito de los árboles y las plantas como la necesidad de procurarse más luz, más aire en orden a crecer. En los animales, está presente detrás del hambre, de la sed, de la necesidad de apropiación, de la procreación; y en las especies superiores, en el esfuerzo abnegado de la hembra por la sobrevivencia de sus descendientes. El amor está asociado en todos los movimientos perfectivos del cosmos material sin identificarse con éste.
En el hombre, cuya significación esencial es el advenimiento del principio mental en la evolución, el amor alcanza una manifestación consciente y voluntaria. En este punto de la evolución es cuando aparece en forma diáfana en las obras de la naturaleza, una voluntad de recrear, por etapas y gradaciones, la unidad primordial, por medio de agrupaciones cada vez más numerosas y complejas. Así, la naturaleza, usando la fuerza del amor para acercar a los seres humanos rompe el egoísmo personal para cambiarlo en un egoísmo dual y con la venida de los hijos, configura esa unidad más rica que es la familia. Con el transcurrir del tiempo se van formando agrupaciones más complejas aún: clanes, tribus e incluso naciones. Pero esto no concluye aquí, pues esta labor de agrupación se va efectuando en los diferentes puntos del mundo, concretándose en las diversas razas y, ulteriormente, en la fusión de éstas entre sí.
El amor se expresa en el hombre medio como un deseo de entregarse a los demás y recibir a los demás en armonioso intercambio. Su esencia en el nivel evolutivo de lo humano consiste en una acción recíproca en la que la dicha de dar se iguala con la dicha de recibir.
Más allá de lo anterior, el amor es en su esencia una de las mayores fuerzas del universo. Una fuerza que existe por sí misma, independiendentemente de los objetos a través de los cuales se manifiesta. Dicha fuerza se expresa en todos los sitios en los que encuentra una clara posibilidad de recepción, en todos los lugares en donde encuentra una apertura hacia su movimiento.
Lo que habitualmente comprendemos como ‘nuestro amor’, considerando que es algo personal o individual no es más que la aptitud para recibir y manifestar esta fuerza universal y consciente. Pues el amor es una fuerza-consciente que lúcidamente busca su manifestación y su realización en el mundo a través de quienes escoge como sus instrumentos. Y éstos no son otros que quienes son capaces de una respuesta. En ellos el amor intenta realizar su propósito eterno.
Puesto que el amor es universal quienes creen tener una experiencia propia, personal del amor verdadero se equivocan, pues su vivencia no es más que una ola del infinito océano del amor universal.
El amor es una expresión divina: las deformaciones que vemos de él en el mundo son producto de la inconciencia de sus instrumentos.
El amor no puede ser confundido con el deseo, con la sed de posesión, con el apego personal. En su expresión más pura es la búsqueda de la unión con el Creador. Por ello quien no está abierto al amor en su esencia y en su verdad no puede unirse al Ser Absoluto.
El amor es aquella fuerza divina que intenta conducir cada cosa hacia la perfección de su ser específico. El amor despliega una acción evolutiva y edificadora en el cosmos. Es la fuerza que orienta las cosas hacia su arquetipo que se halla en el Creador.
El amor en sí mismo es el bien supremo, más allá de lo cual no hay nada de mayor bondad.
La esencia del amor no es mera unión vital, ternura, simpatía, filantropía, cariño o afecto, aunque pueda tener alguna relación con éstos. El amor es en esencia una unión con el amado, despojada de toda sombra de egocentrismo. Pues sólo superando el ego podemos ingresar al ámbito del amor. Esto significa contemplar lo amado como un ser distinto de nosotros, como un ser autónomo y diferente. La experiencia del amor es la de la fusión de un yo y un tú distintos. El amor es la fuerza orientadora que conduce al otro al cumplimiento de su vocación.
En el ámbito humano el amor se manifiesta como un sentimiento espiritual permanente que unifica a dos almas que son una en esencia, pero dual en la manifestación terrestre actual. El verdadero amor dota a los hombres y a las mujeres de un poder que puede elevarlos hasta las más altas cimas y hacia inimaginables hazañas de sacrificio por el ser amado. Y tales hazañas de sacrificio no son producto de una compulsión, sino un gozoso acto de ofrenda. Y sin este fuego del sacrificio ningún amor humano puede alcanzar su verdadera pureza original. Porque el amor no es un mero intercambio de emociones y sentimientos, sino una ofrenda absoluta de lo que somos o de lo que podemos ser, es decir, la entrega de todos nuestros actos volitivos, pensamientos, de todos nuestros impulsos y sentimientos.
En el ser humano el amor es un eslabón entre el alma del hombre y el ser absoluto. Recordemos que el alma humana emanó de dicho ser absoluto y ha sido colocada en este mundo terrestre con la definida misión de avanzar en el proceso evolutivo. El amor pleno consiste, pues, en la relación entre el hombre y el ser absoluto y no entre hombre y mujer. El amor entre estos últimos a menudo toma la forma de un mero intercambio que carga con el peso de elementos distorsionantes como celos, posesividad, exigencias vitales y lujuria. En el verdadero amor, en cambio, toda exigencia a lo divino representa una fractura en la espontánea pureza de la relación. El amor es en esencia una consagración total. no un mero intercambio ni menos una transacción.
El amor humano intermedio vive básicamente del cambio y del intercambio. Y esto conduce a las continuas disputas y desarmonías , porque en él rigen las exigencias clamorosas de la posesión y de la satisfacción de los más bajos apetitos y pasiones. Y esto no concluye sino con la frustración. El verdadero amor implica vivir en una estado de autolvido y contento interior. No se identifica con el altruismo común, pues detrás de éste hay el deseo de gloria y fama , un deseo de satisfacer un sentimiento de superioridad. Porque en su origen el altruismo es una mera virtud mental, mientras el verdadero amor es un poder del alma que se expresa a sí mismo en nuestro ser emocional superior que se ha solido, en todos los tiempos, llamar corazón. Éste no es el alma , pero es el centro más cercano a ella. El corazón puede ser un poderoso instrumento de manifestación del alma. Otros centros o bien están demasiado lejos para sentir las olas radiantes del alma o bien no están lo suficientemente refinados para sentir sus vibraciones . Por ejemplo, el cerebro está demasiado preocupado con los movimientos del pensamiento que son demasiado abstractos y fríos para sentir el aliento luminoso y tenue del alma. La vida común del ser humano está centrada en torno al mundo de las informaciones externas y del clamor de las falsas necesidades y poco habituada a escuchar la voz sutil del alma. El dominio de ésta está lejos de los bullicios de los caprichos y tiene el sello de la calma , de la paz, pues siempre está orientada hacia su divino origen. Sólo el centro del corazón ubicado entre las abstraccciones de centro mental y el centro de las pasiones comunes puede albergar el delicado y milagroso poder del alma. Pero no es fácil tomar contacto con el alma, pues el corazón habitualmente está cubierto por múltiples capas de bajas pasiones y de deseos insaciables que se elevan desde el centro vital o bien está oscurecido por las sombras de la inercia y la rutina de los hábitos físicos. Es muy común que nuestras emociones estén mezcladas y no permitan que el alma se convierta en el ser regente de nuestra conciencia.
El verdadero amor por una persona no es el mero movimiento hacia sus cualidades positivas, hacia su bondad, hacia su inteligencia o hacia su belleza. Incluso podríamos admirar a una persona con dichas cualidades pero sin amarla.
En verdad, el amor genuino es algo que no se satisface con las cualidades que la persona amada pueda tener en su presente, sino que es el movimiento que intenta llevar a tal persona hacia sus posibilidades más plenas, más nobles. Ahora bien, el amor no se fija en la viabilidad de tales posibilidades sino que sigue adelante siempre en su labor perfectiva. A la luz del amor, además, todo adquiere una dignidad mayor, todo se transforma en más valioso. En tal sentido, el amor es una perspectiva que muestra lo valioso de las cosas incluso más aparentemente insignificantes, más adversas en nuestra vida.
Para la visión del amor nada es desechable, nada está maldito. Aunque ve los errores como tales, las oscuridades como lo que son, nunca los condena como irremediables. Por ello la visión del amor no puede ser considerada como condescendiente a ultranza.
En suma, a mi juicio, opino que el Amor es una fuerza trascendente que existe por sí mismo y que en su movimiento evolutivo se derrama sobre todas las cosas, las engloba para unirlas, abrazarlas y ayudarlas, por tanto, a ser lo que son tras las apariencias. Tal es el Amor cósmico divino, el cual cuando se fija en un ser determinado se convierte en el Amor divino individual. Y esta última sabiduría del Amor nos enseña que cuanto más se dé uno mismo, más crecerá en la capacidad de recibir la energía trascendente del amor. Porque la entrega absoluta de sí, sin pedir ni acaparar, es el sólo secreto de toda realización en el Amor.
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