Las distintas civilizaciones que han poblado nuestro planeta manifestaron durante su desarrollo un notable interés por los astros visibles en el firmamento. Esta atracción se convirtió en toda una “fiebre” cósmica, generalmente vinculada a cultos religiosos o labores agrícolas, y en muchos casos permitió a estas culturas alcanzar un alto grado de desarrollo económico y protocientífico. Estos son diez de los santuarios más singulares que se conocen…
En la actualidad, nuestros astrónomos intentan desentrañar los secretos del Universo con la ayuda de potentísimos telescopios y avanzados satélites espaciales. Sin embargo, a efectos prácticos, nuestra civilización vive ajena a lo que ocurre en el firmamento. La llegada de la electricidad favoreció el “despegue” de una revolución tecnológica pero, a cambio, el desarrollo de las grandes urbes y la contaminación lumínica nos alejaron aún más del hermoso espectáculo que ofrece el cielo nocturno.
Un escenario radicalmente distinto al que vivieron la totalidad de las civilizaciones que se desarrollaron en la Antigüedad. Los pueblos neolíticos, los antiguos egipcios, mayas, incas, chinos, hindúes… todas aquellas culturas mostraron un inusitado interés por el Cosmos. No en vano, sus creencias religiosas y el desarrollo de su cultura estuvieron, en muchos casos, irremediablemente unidos a los fenómenos astronómicos. Por este motivo no resulta extraño que los sacerdotes de aquellas civilizaciones fueran al mismo tiempo avezados astrónomos, y que sus templos y centros sagrados más importantes fueran erigidos teniendo en cuenta lo que ocurría en el firmamento. Gracias a aquellos complejos conocimientos astronómicos hoy podemos disfrutar de algunas de las construcciones más fascinantes de la Historia, en cuyos cimientos, orientación y dimensiones comenzamos a descubrir un sorprendente simbolismo cósmico.
1.- ANGKOR WAT (CAMBOYA).
En la actualidad, más de un millón de turistas visitan cada año los restos de la enigmática ciudad de Angkor, en las densas y exuberantes selvas del norte de Camboya. Sin embargo, desde su nacimiento en el siglo IX hasta su “redescubrimiento” más de mil años después por el explorador francés Henri Mouhot, sus increíbles construcciones habían permanecido ocultas a los ojos occidentales.
En la actualidad, más de un millón de turistas visitan cada año los restos de la enigmática ciudad de Angkor, en las densas y exuberantes selvas del norte de Camboya. Sin embargo, desde su nacimiento en el siglo IX hasta su “redescubrimiento” más de mil años después por el explorador francés Henri Mouhot, sus increíbles construcciones habían permanecido ocultas a los ojos occidentales.
Vista de Angkor al amanecer. Crédito: Wikimedia Commons.
La gigantesca ciudad –es la mayor urbe preindustrial del mundo, y llegó a tener una superficie de 3.000 kilómetros cuadrados– está salpicada por más de mil templos, lo que la convierte en uno de los enclaves sagrados de Asia. Sus orígenes están ligados a la cultura del Imperio Jemer, y vivió una época esplendorosa hasta el siglo XV, cuando la capital se trasladó a Ponme Penh. Pese a la fascinante acumulación de edificios religiosos, entre el patrimonio de la urbe camboyana destaca especialmente el llamado templo de Angkor Wat. Esta construcción data del siglo XII, y fue erigida por orden del rey Suryavarman II (1113-1150) en honor al dios hindú Vishnú. El llamativo templo posee una planta rectangular, y está separado del terreno circundante por un foso inundado. Para acceder a su interior hay que pasar un puente en su lado oeste, que conduce a una calzada recta que lleva al visitante hasta la puerta principal. Básicamente, Angkor Wat está compuesto por tres terrazas, cada una más pequeña que la anterior y situada a mayor altura. En la parte central, la más elevada, destacan cinco torres, una central más alta y otras cuatro que la rodean.
Sin duda, la visión de este templo, enclavado en el paisaje camboyano, resulta espectacular. Sin embargo, sus secretos más fascinantes, relacionados con la astronomía, no son visibles a simple vista. En primer lugar, Angkor Wat es una evocación en la tierra del monte Meru, centro del universo y residencia de las divinidades según la mitología hindú. Un simbolismo cósmico que adquiere forma con las cinco torres del santuario, que evocan los cinco picos de la montaña sagrada.
A otro nivel, las sorpresas son aún mayores. En 1976, varios científicos estadounidenses daban a conocer, a través de las páginas de la publicación científica Science¹, unas conclusiones sorprendentes. Los sacerdotes-astrónomos camboyanos emplearon en la construcción del recinto una medida conocida como “codo camboyano”, cuya longitud equivale a 0,43545 metros. Tras examinar concienzudamente las dimensiones del templo, los investigadores descubrieron que los arqueólogos del templo habían codificado en ellas mensajes de naturaleza calendárica. Así, si observamos los muros exteriores del recinto descubrimos que tienen una longitud de doce veces365,24 codos. Es decir, la duración exacta del año solar. Igualmente, los ejes norte-sur y este-oeste del recinto interior donde se eleva la torre central arroja una cifra casi idéntica: 365,37 codos, un número que vuelve a aludir al ciclo solar anual.
Plano esquemático de Angkor Wat (Camboya). Crédito: Wikimedia Commons.
Pero aún hay más. Si medimos la distancia existente entre distintos puntos que aparecen en el recorrido del eje este-oeste del edificio, encontramos varias cifras expresadas en codos: 1.728, 1.296, 864 y 432. Multiplicando por mil cada una de estas cifras, obtenemos exactamente la duración en años de los distintos periodos de tiempo de la mitología hindú: Krita Yuga, Treta Yuga,Dvapara Yuga y Kali Yuga.
El estudio publicado por Science desvelaba también la existencia de varias orientaciones astronómicas con ciertas partes del templo. Los investigadores registraron hasta un total de veintidós alineaciones, aunque destacan especialmente tres. En el equinoccio de primavera, un observador situado al comienzo del puente que conduce a Angkor Wat, observará con asombro que el Sol surge de madrugada justo sobre la torre central del conjunto. Tres días después, el fenómeno se repite si variamos unos metros nuestra posición. Curiosamente, la cultura temer celebraba el año nuevo en el equinoccio de primavera, y por espacio de tres días.
En este misma entrada oeste encontramos otros alineamientos destacados. El día del solsticio de verano, el Sol se eleva para el observador justo sobre la colina sagrada de Phnom Bok, a unos 17 kilómetros de Angkor Wat. Por el contrario, en el solsticio de invierno, el fenómeno se produce en dirección sudeste, y en este caso el Sol nace justo en el cercano templo de Prasat Kuk Bangro.
2.- ABU SIMBEL (EGIPTO).
El templo mayor de Abu Simbel, magistralmente excavado en la roca y con sus esculturas colosales custodiando el acceso al edificio, es hoy uno de los enclaves más visitados por los turistas ávidos de conocer el país de los faraones. Y es precisamente aquí, en este lugar sagrado erigido en la época de Ramsés II, donde encontramos uno de los ejemplos más llamativos y hermosos de edificios orientados astronómicamente.
El templo mayor de Abu Simbel, magistralmente excavado en la roca y con sus esculturas colosales custodiando el acceso al edificio, es hoy uno de los enclaves más visitados por los turistas ávidos de conocer el país de los faraones. Y es precisamente aquí, en este lugar sagrado erigido en la época de Ramsés II, donde encontramos uno de los ejemplos más llamativos y hermosos de edificios orientados astronómicamente.
Fachada del templo de Ramsés II en Abu Simbel (Egipto). Crédito: Wikimedia Commons.
Su particular ubicación ha permitido que, durante siglos, el sol obrara un curioso “milagro”. El 22 de octubre y el 22 de febrero –según algunos autores, dos días después de la fecha de aniversario de su llegada al poder y de su cumpleaños, respectivamente– los rayos del sol naciente atraviesan el umbral del templo, alcanzando e iluminando tres esculturas, correspondientes a Ra Harajti, Amon-Ra y el propio monarca divinizado. Una cuarta estatua, que representa al dios Ptah, permanece siempre a oscuras, seguramente porque en el panteón egipcio, este dios está vinculado con el inframundo. La importancia de este “milagro solar” obtenido mediante orientación astronómica es tal que, cuando en 1964 el edificio tuvo que trasladarse por las obras de la presa de Asuán, los ingenieros de la UNESCO que dirigían los trabajos escogieron una ubicación concreta en la que se repitiera el efecto lumínico. Esta es la razón de que actualmente el fenómeno se retrase dos días, pues en la época de su construcción tenía lugar el 20 de octubre y el 20 de febrero.
El rayo de sol ilumina las esculturas de Amon-Ra, Ramsés II y Ra-Harajti, dejando en penumbra al dios Ptah.
No es la única sorpresa que posee el templo mayor de Abu Simbel. A la derecha de las colosales estatuas sedentes que representan al faraón hay una capilla de reducidas dimensiones, dedicada a Ra Harajti. Este pequeño santuario también está orientado astronómicamente, en este caso a la salida del astro rey en el solsticio de invierno.
3.- PIRÁMIDE DE KUKULKÁN, CHICHÉN ITZÁ (MÉXICO).
La ciudad maya de Chichén Itzá, en plena península del Yucatán, fue fundada en las primeras décadas del siglo VI d.C. Galardonada por la UNESCO con el título de Patrimonio de la Humanidad, sus cerca de quince kilómetros cuadrados están poblados con sorprendentes construcciones como la de El Caracol o el Templo de los guerreros. Precisamente, la primera de ellas ha sido señalada por muchos investigadores como un posible edificio destinado a las observaciones y cálculos astronómicos, a los que los mayas eran tan aficionados. Pese a que El Caracol cuenta con una fisionomía que recuerda a nuestros modernos observatorios, no hay evidencias concluyentes de que cumpliera dicha función. Muy distinto es el caso de la pirámide de Kukulkán, bautizada por los conquistadores españoles como “El Castillo”. Este templo, construido por los mayas en el siglo XII, está compuesto por una estructura piramidal de nueve alturas y cuenta con sendas escalinatas en sus cuatro caras. En sus orígenes, la pirámide fue dedicada al dios Kukulkán, término maya que significa “serpiente emplumada”, una advocación que resulta evidente al observar las numerosas decoraciones que representan a este animal mítico.
La ciudad maya de Chichén Itzá, en plena península del Yucatán, fue fundada en las primeras décadas del siglo VI d.C. Galardonada por la UNESCO con el título de Patrimonio de la Humanidad, sus cerca de quince kilómetros cuadrados están poblados con sorprendentes construcciones como la de El Caracol o el Templo de los guerreros. Precisamente, la primera de ellas ha sido señalada por muchos investigadores como un posible edificio destinado a las observaciones y cálculos astronómicos, a los que los mayas eran tan aficionados. Pese a que El Caracol cuenta con una fisionomía que recuerda a nuestros modernos observatorios, no hay evidencias concluyentes de que cumpliera dicha función. Muy distinto es el caso de la pirámide de Kukulkán, bautizada por los conquistadores españoles como “El Castillo”. Este templo, construido por los mayas en el siglo XII, está compuesto por una estructura piramidal de nueve alturas y cuenta con sendas escalinatas en sus cuatro caras. En sus orígenes, la pirámide fue dedicada al dios Kukulkán, término maya que significa “serpiente emplumada”, una advocación que resulta evidente al observar las numerosas decoraciones que representan a este animal mítico.
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