En 1819 compró D. Francisco de Goya una casa con finca situada entre las actuales calles de Juan Tornero, Caramuel, Baena y Dña. Mencia, muy próxima al arranque del Paseo de Extremadura. Nos cELuenta el maestro Ángel del Río que le costó 60.000 reales de la época y que la superficie de la finca era de diez fanegas y catorce celemines o, lo que es lo mismo, 7,2 km2. O sea que no estaba nada mal. Ni que decir tiene que a la finca se la llamó la Quinta del Sordo, por la conocida minusvalía del artista.
La Quinta del Sordo hacia 1900.
Allí habitó el pintor hasta 1823, en que se exilió en Burdeos y ya nunca volvió a su patria, y vivió quizá la época más oscura y trágica de su vida. No es de extrañar que entre su carácter, francamente difícil, y su especial estado anímico, fuera un vecino extraño, huraño, introvertido y de poca o nula relación con los demás. Y claro, en estas circunstancias no es de extrañar que comenzasen las murmuraciones: que el vecino estaba poseído por el diablo, que en la casa pasaban cosas raras y que había fantasmas… Y más cuando los criados contaban que el amo se pasaba las noches pintando en las paredes cosas horribles a la luz de las velas.
Y lo cierto es que cuando algunos vieron aquellas pinturas no dudaron en pensar que era imposible que aquellas imágenes hubiesen podido surgir de la imaginación de nadie (Allan Poe era un niño y Lovecraft aun no había nacido), sino que por fuerza tenían que ser la expresión pictórica de los espectros que el pintor veía en aquella casa cubierta de un velo de misterio, de los fantasmas de que hablaba el vecindario. Como ya dijimos, el genial aragonés marchó al exilio del que no volvió y años después, tras el fallecimiento de su hijo, su nieto puso la finca en venta y a pesar de que era fama que en la casa se oían ruidos extraños e incluso gritos espeluznantes, fue comprada por un belga, Emile Dárlenger. Una de las primeras disposiciones de este fue pedir al restaurador Martínez Cubells que pasase las pinturas de la pared a lienzos. La operación se realizó con los medios de la época y usando la técnica del strappo, consistente en pegar sobre la pared unas gasas y tirar luego de ellas arrancando así la capa pigmentada de la pintura. Las tiras resultantes se pegan por el reverso sobre un lienzo y a base de humedad se despegan las gasas dejando libre la pintura. Ni que decir tiene que las pinturas estaban ya muy deterioradas y que después de este tratamiento lo estuvieron aun más. Trabajo tuvo Martínez Cubells restaurando aquí y allá e incluso complementando, según su particular inspiración, trozos irremediablemente perdidos hacía tiempo. La intención del belga era vender los cuadros en la Exposición Universal de París de 1878, pero nadie quiso adquirir aquellas inquietantes pinturas y finalmente las donó al Museo del Prado, con lo que encima quedó muy bien.
Sobre los terrenos de la finca se construyó la estación del tren de vía estrecha de Madrid a Almorox, estación que se llamó de Goya en honor del que fue ilustre propietario de los terrenos, que duró hasta 1970 en que fue demolida. La casa sin pinturas y sin terreno no tuvo ya ningún interés y permaneció vacía, hasta que en 1930 cayó víctima del verdugo inmobiliario, la piqueta, pues su ruina era total. Se cuenta que en las casas que se construyeron en su solar hubo apariciones fantasmagóricas, quizás de almas en pena en busca de sus imágenes perdidas pues nadie les dijo que estas últimas estaban ya en el Museo del Prado.
La estación de Goya hacia 1960.
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