El muérdago a los animales presta fecundidad, a los humanos los cura. Ha de ser cortado con hoz de oro por el sacerdote, en presencia ceremonial de la tribu. El muérdago nos nace a la vida. Esta es una tradición de no menos de 30 siglos. Los sacerdotes celtas, los druidas, la propalaron.
Es conocimiento común la alternancia de la luz y la oscuridad. Fruto del trato carnal de la diosa Doncella y su consorte, nace el nuevo dios Sol. Fuerte y atractivo amará a la diosa madre y florecerán las flores.
Estos días son los más cortos, son las noches las que más duran. En estos días, se ha alumbrado al Sol. De nuevo la luz brillará sobre la oscuridad y el eterno retorno de la naturaleza nos hará festejar los días y las noches, las estaciones del año. Hoy es la navidad del Sol. En el siglo IV, el Papa Julio I estimó perfecta esta tradición celta para fijar la época navideña. El alumbramiento.
Llena de admiración la precisión de la ciencia incluso en sus estadios más remotos. Los celtas, del siglo XIII a.C. y anteriores, supieron datar con precisión el ritmo de los astros y tradujeron en metáforas de luz y oscuridad los misterios de la naturaleza.
Será que la ciencia nace de la observación atenta, al igual que la filosofía sobreviene de la sorpresa y la admiración.
Continúan los amantes besándose bajo el muérdago, porque da la suerte de la fecundidad; adornos de colores plateados, rojos y blancos nos visten. Sobre las puertas, ponemos guirnaldas de pinos, encendemos cirios que iluminen las casas, nos intercambiamos regalos y en el exterior ponemos alimento a los animales. Son costumbres de al menos 3000 años. No es otra cosa que la perfección de la naturaleza.
Con acierto dice Kant haber encontrado dos cosas admirables: la conciencia y el ritmo de las estrellas. Estos días ciertamente son de una belleza sorprendente, que quiero compartir con amistad.
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