Desde que el hombre es hombre ha tratado de comunicarse con los muertos. De hecho, la relación del hombre con sus difuntos puede darnos interesantes índices sobre su grado de civilización. Algunos construyen grandes monumentos conmemorativos, otros los esconden en lugares apartados, en pequeñas cajas bajo tierra o en anónimos nichos, otros se los comen y Norman Bates los diseca y los deja en una mecedora para después ponerse sus ropas. Todos, en fin, mantienen algún tipo de relación con ellos, ya sea para acercarlos o bien para mantenerlos alejados. Algunas personas dicen haber comprobado que el siguiente método sirve para acercarlos. Este curioso método se ha extendido tanto que tiene múltiples versiones. Básicamente, en todas ellas se utilizan unas tijeras, un libro y un cordel. El sistema es realmente popular, pero no hemos de presuponer que todo el mundo lo conoce. Para proceder, introducimos las tijeras abiertas en el libro, que para los más ortodoxos ha de ser una Biblia, aunque esto no es absolutamente necesario. Posteriormente pasamos el cordel varias veces alrededor del libro y lo atamos fuertemente de manera que la presión de las hojas sobre las tijeras haga que el libro pueda sostenerse sujetando sólo éstas. Otras versiones sugieren distintas formas de hacerlo y también es variable el número de personas que deberían participar en la experiencia, pero lo más habitual es que lo hagan dos. Cada uno de ellos coloca la yema del dedo índice en la parte inferior y exterior de uno de los ojos de las tijeras y se procede a la invocación. Previamente, los participantes han pactado un código binario: si el libro señala hacia la derecha quiere decir "sí", si señala hacia la izquierda quiere decir "no". Esto supone que no pueden hacerse preguntas abiertas (quién, cuándo, dónde...) sino sólo aquellas que puedan contestarse con un sí o un no. Desde que las hermanas Fox popularizaran su sistema de comunicación mediante "raps" o golpes, hasta llegar a nuestros días con los modernos y complicados métodos de transcomunicación instrumental (psicofonías, psicoimágenes, etc.), pasando por la famosa y por algunos temida tabla ouija, han sido muchos los modos de intentar comunicarse con el "Más Allá". Sin embargo, la invocación a Verónica tiene características peculiares. No se necesita instrumental complicado. ¿ Quién no tiene unas tijeras y un libro? (aunque no lo haya leído). Tampoco hacen falta conocimientos técnicos. No se necesita tener conexión con ningún ente espiritual. Verónica siempre est allí. Pero sobre todo, no precisa de capacidad especial alguna: cualquiera puede hacerlo. Sólo se necesita una actitud expectante y un poco de paciencia en las primeras sesiones. También ayuda bastante el crear un clima adecuado, en una habitación tranquila, en penumbra. Normalmente, cuando uno de los participantes desconoce el sistema, se le cuenta la historia de Verónica. Existen tantas historias como personas han practicado con este método y seguramente el nuevo participante distorsionará un poco más la que le cuenten. En algunas versiones, Verónica era una joven que se suicidó, cortándose las venas con unas tijeras, tras haber sido despechada por su novio. En otras, mató a su marido con unas tijeras que después trató de esconder en un libro. En todas las versiones hay una muerte violenta, las tijeras son el arma y Verónica acaba suicidándose. Ahora Verónica responde a nuestras invocaciones. Es fácil. Cualquiera puede conseguirlo. Eso es lo más peligroso. Lo normal es que la experiencia acabe siendo anodina tras las primeras sesiones de sorpresa, miedo y curiosidad, pero también puede llegar a ser desagradable, producir daños en el mobiliario, lesiones a los participantes que pueden ser físicas, disociaciones de personalidad, crisis psicóticas agudas y finalmente suicidios. Si fuera una atracción de feria, ¿ se la recomendaría a un amigo? Dame Una Prueba La condición humana hace que este tipo de historias nos resulte interesante, salvo a un puñado de pseudo-escépticos que las desdeñan a priori sin conocerlas. Esta actitud es tan equivocada como la de las personas excesivamente crédulas que lo aceptan todo sin ninguna crítica. Pero, ¿cómo podemos saber si los relatos que nos cuentan se corresponden con la realidad? ¿Estas historias son ciertas o son sólo "cuentos de viejas"? En parapsicología, el primer paso es buscar una explicación natural. De aquí no pasan muchas de las historias. Si no la hay, el segundo paso es, por desgracia, descartar el fraude, que puede ser consciente o inconsciente, es decir, la persona puede contarnos algo que no es realmente cierto pero sin tener la intención de engañarnos. Por ejemplo, alguien podría haber estado en algún sitio o haber hecho cosas que posteriormente no recordara. Podría infligirse heridas que posteriormente atribuyera a una causa exterior, pudiendo ser o no consciente de ello. Pero, ¿y si hemos superado estas fases? ¿Un simple relato puede tener la suficiente fiabilidad como para convencernos? ¿Y si nos lo cuenta nuestro mejor amigo?, ese que nunca nos ha engañado. ¿Y si nos lo cuenta nuestra propia madre? ¿Se lo estará inventando? ¿Y si nos pasa a nosotros? Quizá nos estemos volviendo locos. Ninguna posibilidad ha de descartarse a priori. Lo que hemos de hacer es encontrar un caso que sea capaz de superar todas las cribas. Un testimonio tan sólido que no deje lugar a la menor duda. Una prueba física. Eso fue lo que pidió María. María es la primera parte de un nombre compuesto que no revelaré. María es además una persona, una persona que trabajaba en una hamburguesería. Ana era una compañera de trabajo que a veces le contaba historias de este tipo. Era jueves por la noche y apenas había trabajo que hacer. Todo estaba muy tranquilo. El jefe no iba a venir, así que podían hacerlo. Ya lo tenían todo preparado. Ana le había contado a María que ella solía hacerlo a menudo y que no había ningún problema. Sacaron las tijeras, la Biblia y una cinta de color rojo e invocaron a Verónica. El libro no tardó en empezar a moverse señalando a derecha e izquierda, contestando a las preguntas que se le hacían. María, a pesar de estar viéndolo, pensó que podía ser Ana la que estuviera moviendo imperceptiblemente su dedo para producir las respuestas, así que, mentalmente, le pidió a Verónica que, si de verdad era ella, le diese alguna prueba o se manifestase de algún modo. No pasó nada. Las dos jóvenes dieron por concluida la sesión al poco tiempo y cuando terminaron la jornada se fueron cada una a su casa. Ana se fue sola, María acompañada por su marido. El joven matrimonio no sabía que en casa les aguardaba una inquietante sorpresa. Al entrar y enfilar el pasillo que llevaba a la cocina, descubrieron que la puerta de la despensa, que estaba empotrada en la pared, estaba abierta de par en par. Sobre el suelo, varias piezas de la vajilla estaban, no caídas, sino ordenadamente colocadas, y todas ellas invertidas. Un pequeño plato de postre invertido, con una taza perfectamente colocada boca abajo sobre él. A su lado, un plato hondo, una olla y una cazuela, todos invertidos. Junto al plato, apareció un tenedor que había sido violentamente doblado a pesar de su grosor. María se asustó y automáticamente lo atribuyó a Verónica. Esta era la prueba que había pedido. Su marido permaneció aparentemente impasible, pero no quiso volver a utilizar ninguna de aquellas piezas, que marcó cuidadosamente, ni volvió a comer nada que hubiera sido cocinado en aquella cacerola o en la olla. Pocos días después, María estaba sola en su casa. Todavía no había podido olvidar lo sucedido. Era una mañana como cualquier otra. Estaba limpiando por la casa y al pasar por el baño se preguntó quién habría dejado abierto el grifo del lavabo. ¿Quién? Bueno, si no había sido ella, habría sido su marido. Sin más intentó cerrarlo, pero no pudo. No pudo cerrarlo por la sencilla razón de que ya estaba cerrado. Intentó girar la canilla, pero era inútil. Ya estaba completamente cerrada. Sin embargo, del grifo seguía cayendo un débil chorrito. Era extraño porque aquel grifo cerraba perfectamente. Entonces María se asustó un poco, pero haciendo gala de una singular entereza y una sutil lucidez, decidió simplemente cerrar la llave de paso. No obstante, aquel insidioso chorrito seguía cayendo. Tal vez fuera el agua que quedaba en las cañerías. María abrió el grifo para dejarla caer. Sorprendentemente, el mismo chorrito siguió cayendo como si nada. Con el grifo abierto o cerrado, con la llave de paso abierta o cerrada. El fenómeno continuó durante más de una hora. Días después volvió a repetirse. Exactamente igual. Durante un par de meses vino repitiéndose, de forma que varios testigos pudieron comprobarlo. Paulatinamente fue desapareciendo. Son palabras de la propia protagonista: "Cuando me acordaba, sentía miedo, sobre todo si era de noche, y entonces volvía a suceder." Esta historia reúne un testimonio fiable, efectos físicos comprobables y testigos independientes.Telergia Eliminada toda posibilidad de encontrar una explicación natural, podemos considerar la hipótesis paranormal. Ahora bien, comprobada la veracidad del relato, ¿podemos afirmar que el espíritu de Verónica se estaba manifestando a través de estos fenómenos? En mi opinión, no podemos afirmarlo en absoluto. Aun cuando aceptáramos la hipótesis transcendental, no podríamos asegurar que fuera Verónica y no otra entidad que se hiciera pasar por ella. Desde la parapsicología, la hipótesis a considerar sería que María habría puesto en marcha un tipo especial de energía conocido con el nombre de telergia, que posee cualquier ser humano. Una energía de naturaleza todavía desconocida pero cuya existencia ha podido ser demostrada. Esta energía, cuyo desbordamiento incontrolado se conoce como psicorragía, podría haber producido todos estos fenómenos. Se sabe que la telergia existe. Se sabe que depende del ser humano. Se sabe que puede controlarse voluntariamente y también que puede quedar descontrolada. Lo que no se sabe todavía es cómo. La telergia no es nada sobrenatural ni preternatural. Su origen no es divino ni demoníaco. Es una forma de energía humana y como tal se comporta siguiendo principios similares a los que rigen la conducta humana. Su manifestación se hará más probable si de ello se obtiene algún tipo de beneficio, tiende a desaparecer en la medida en que sea sistemáticamente ignorada y en ocasiones puede expresar una necesidad, un miedo o un deseo de forma simbólica. Hace algunos años me contaba una mujer, a la que llamaré "M.", que ella sabía que el "Más Allá" existe, que sabía que cuando nos morimos somos puestos en presencia de Dios y juzgados, y que las personas que están en el paraíso pueden vernos desde allí. Para hacer todas estas afirmaciones, se basaba en algo que le había sucedido y que la había marcado profundamente. El uno de noviembre, día de Todos los Santos, ella iba al cementerio a llevar flores a la tumba de su padre. No había dejado de hacerlo ningún año desde que su padre falleció. Sin embargo, aquel año había estado muy ocupada y "entre unas cosas y otras", como ella decía, se le olvidó. Al día siguiente, por la tarde, estaba tranquilamente en su casa cuando oyó unos golpes. Se levantó caminando hacia la fuente del sonido, que estaba en una pared próxima. Cuando llegó, vio con asombro cómo el cuadro que pendía de la pared, se separaba de ésta y volvía a caer produciendo los golpes que cada vez eran más fuertes. Corrió a avisar a quien pudo y consiguió que sus hijos y algunos vecinos presenciaran el fenómeno. Nada podía estar produciendo aquello. Pero el cuadro se movía y siguió moviéndose por unos minutos ante el asombro de todos los que se hallaban presentes. El cuadro representaba la Santa Cena. Por algún motivo ella pensó que en el cuadro estaba simbolizado su padre. No lo pensó dos veces y se dirigió a su tumba con un ramo de flores. Desde entonces ningún año se ha vuelto a olvidar, y el fenómeno no se ha repetido. Lo hechos son reales pero, ¿prueban que su padre estuviera moviendo el cuadro porque quisiera un ramo de flores sobre su tumba? En absoluto. De la misma manera que, en otro caso distinto, la culpabilidad de una mujer, producida por los deseos homicidas que sentía hacia su marido, pudo producir en ésta la parálisis completa de uno de sus brazos (lo que en psicología se conoce actualmente como trastorno por conversión, antes parálisis histérica), de la misma manera, repito, pudo la culpabilidad de M., por haber olvidado lo que ella creía su obligación, haber liberado su telergia de forma que hiciera moverse el cuadro. La imaginación y el deseo de la mente humana son capaces de influir en la materia, como quedará demostrado en otras secciones específicas sobre el tema. Todavía no sabemos cómo se hace, pero sabemos que se puede hacer, de la misma forma que podemos conducir un coche sin tener la menor idea de cómo funciona, o de la misma forma que podemos hacer sonar un timbre, sin que absolutamente nadie haya visto jamás un electrón. Hipótesis Comparemos por un momento estas dos hipótesis. Por un lado tenemos que estos fenómenos pueden estar producidos por una energía de naturaleza casi totalmente desconocida, pero cuya existencia está demostrada experimentalmente, y que depende de "la mente" de cada persona. Por otro lado podemos pensar que el padre fallecido de M. movía el cuadro de la última Cena o que Verónica movía la Biblia de Ana y María. ¿Cómo podría Verónica acudir a tantos sitios como se la llama? Sobre todo cuando varias personas, en lugares distintos, pueden estar invocándola al mismo tiempo. Si realmente fuera el demonio el que se identifica como tal en numerosísimas sesiones de ouija, es probable que el Ángel Caído no tuviera tiempo para hacer nada más. ¿Cómo es que puede saber que la estamos invocando? y ¿cómo puede presentarse de forma tan inmediata como lo hace en muchas ocasiones? ¿Por qué creemos que, de seguir existiendo de alguna manera tras la muerte, los difuntos tienen el más mínimo interés por saber de nosotros? Especialmente cuando aparentemente contactamos con entidades con la que nunca hemos tenido ninguna relación. Si utilizamos la capacidad de alejarnos un poco y observar el fenómeno con cierto grado de distanciamiento, ¿no es absurdo apagar y encender luces, abrir y cerrar puertas o grifos y desordenar las piezas de una vajilla? ¿Qué sentido puede tener que una persona que falleció hace años realice tamaño esfuerzo para nada? ¿Qué se consigue dejando caer de un grifo un chorro de agua? ¿Para qué? Todas estas preguntas cobran algún sentido, sin embargo, si vemos estos fenómenos desde el punto de vista del individuo y de la expresión de sus necesidades y temores. Si algún creyente teme que todos estos descubrimientos puedan hacerle perder su fe, puede estar tranquilo. Aunque en un primer momento pueda parecerlo, todos podemos seguir manteniendo nuestras creencias religiosas, o de cualquier otro tipo, aun a la luz de estos datos. Podemos seguir pensando que después de morir iremos al cielo, o que nos reencarnaremos. Podemos pensar que son los difuntos los que imbuyen en nosotros la información a la que tenemos acceso de forma paranormal, y también podemos pensar que, aunque la telergia sea humana, son entes astrales los que la controlan. Realmente podemos seguir pensándolo. La parapsicología no es incompatible con la religión, de la misma forma que no lo es la psicología. Sin embargo, las hipótesis transcendentales ya no son absolutamente necesarias para explicar estos fenómenos. La mejor forma de camuflar una mentira es rodearla de verdades. A veces se interpretan de forma injustificada hechos comprobables y cuando se verifican tendemos a aceptar como verdaderas sus interpretaciones. Separemos los hechos de las interpretaciones, lo comprobable de lo posible y el conocimiento de la creencia. Lo que sepamos será menos, pero de mayor calidad. | |
Modificado el ( jueves, 14 de diciembre de 200 |
Desde un espacio de mi corazón me gustaría dedicar a mis semejantes un sentimiento de paz interior en armonía con el latido de Gaia.A los seres de buena voluntad,animo a hallar nuestro propio camino en libertad.
domingo, 21 de noviembre de 2010
LA PRIMERA VEZ
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